LIBRO DEL PROFETA JEREMIAS

INTRODUCCION

Jeremías, hijo de Hilcías, uno de los sacerdotes comunes, residente en Anatot, tierra de Benjamín (cap. 1:1), no fué el sumo sacerdote Hilcías quien encontró el libro de la Ley (2 Reyes 22:8), pues si hubiese sido él mismo, se le habría designado como "el sacerdote" o "el sumo sacerdote". Además, su residencia en Anatot, demuestra que pertenecía a la línea de Abiatar, depuesto del sumo sacerdocio por Salomón (1 Reyes 2:26), a raíz de lo cual esa función pasó a la línea de Sadoc, en la que subsistió. Se hace mención de Jeremías en 2 Crónicas 35:25; 2 Crónicas 36:12, 2 Crónicas 36:21. El año 629 a. de J. C., el décimotercio del rey Josías, cuando aun era muy joven (cap. 1:5), Jeremías recibió su llamamiento profético en Anatot (cap. 1:2); y juntamente con Hilcías el sumo sacerdote, la profetisa Hulda y el profeta Sofonías, contribuyó a llevar adelante la reforma religiosa emprendida por Josías (2 Reyes 23:1). Entre los primeros cargos que le fueron confiados, figura el de que había de ir a Jerusalén a proclamar el mensaje de Dios (cap. 2:2). Emprendió asimismo una excursión oficial por las ciudades de Judá para anunciar en ellas el contenido del libro de la Ley, hallado en el templo (cap. 11:6), cinco años después de su llamamiento a profetizar. A su regreso a Anatot, sus conterráncos, ofendidos por sus reproches, se confabularon para matarlo. Para escapar de esa persecución (cap. 11:21), así como también de la de su misma familia (cap. 12:6), partió de Anatot y se avecindó en Jerusalén. Durante los diez y ocho años de su ministerio durante el reinado de Josías, se le dejó en paz; también se le dejó tranquilo durante los tres meses del reinado de Joacaz o Sallum (cap. 22:10-12). Con el advenimiento de Joacim, al trono, se hizo evidente que la reforma de Josías no hiciera otra cosa que reprímir enérgicamente la idolatría y establecer el culto de Dios. Entonces los sacerdotes, los profetas y el pueblo condujeron a Jeremías ante las autoridades, manifestando insistentemente que debía ser condenado a muerte por anunciar el mal que vendría sobre la ciudad (cap. 26:8-11). Sin embargo los príncipes, especialmente Ahicam, se interpusieron en su favor (cap. 26:16, 24), mas se le detuvo o al menos se estimó prudente el que no apareciese en público. En el cuarto año de Joacim (606 a. de J. C.) le fué ordenado que escribiese las predicciones que oralmente había proferido y las leyes al pueblo. Mas como estaba detenido, no pudo ir él en persona a la casa de Jehová (cap. 36:5); en consecuencia, delegó en Baruc, su amanuense, la misión de leerlas en público el día del ayuno. Los príncipes, entonces, aconsejaron a Baruc y a Jeremías que se escondiesen para evitar el desagrado del rey. En el ínterin, ellos leyeron el rollo al monarca, quien se enojó tanto que lo rasgó con un cuchillo de escribanía y lo arrojó al fuego, y al mismo tiempo ordenó que prendiesen al profeta y a Baruc. Con todo pudieron evitar la violencia de Joacim, el cual ya había dado muerte al profeta Urías (cap. 26:20-23). Baruc volvió a escribir en otro rollo las mismas palabras, pero con profecías adicionales, (cap. 36:27-32). Durante los tres meses del reinado de Joaquín o Jeconías, Jeremías profetizó la deportación del rey y de la reina madre (cap. 13:18; 22:24-30; véase 2 Reyes 24:12). En ese reinado fué encarcelado por breve tiempo por Pashur (cap. 20), principal gobernador de la casa de Jehová; mas al ascender Sedequías al trono, fué puesto en libertad (cap. 37:4), pues el rey envió a él a Pashur y a Sofonías que le dijesen: "Pregunta a Jehová" cuando Nabuco donosor subió contra Jerusalén (cap. 21:1-3, etc.; 37:3). Los caldeos, al oír que el ejército de Faraón se acercaba, se alejaron de Jerusalén (cap. 37:5); pero Jeremías advirtió al rey que los egipcios lo abandonarían, y que los caldeos regresarían y pondrían a fuego la ciudad (cap. 37:7, 8). Los príncipes, irritados al oír esto, hicieron que Jeremías se alejara de la ciudad durante la tregua, lo que les sirvió de pretexto para encarcelarlo, alegando que desertaba a los caldeos (cap. 38:1-5). Jeremías habría perecido en la mazmorra de Malquías, si no hubiese intercedido por él Ebedmelec, el etíope (cap. 38:6-13). Aunque Sedequías consultó a Jeremías en secreto, sus príncipes se dieron cuenta de esta entrevista, y lo indujeron a dejarlo en la cárcel (cap. 38:14-28) hasta que Jerusalén fué tomada. Nabucodonosor ordenó a su capitán, Nabuzaradán, que lo pusiese en libertad, de suerte que pudiese hacer como mejor le placiera, ya fuera ir a Babilonia, o permanecer con el resto del pueblo en Judea. Mas él, como verdadero patritoa, no obstante los cuarenta años y medio durante los cuales su patria le había recompensado sus servicios con el abandono y la persecución, se quedó con Gedalías, gobernador de Judea, designado por Nabucodonosor para ese cargo (cap. 40:6). Después del asesinato de Gedalías por Ismael, Johanán, reconocido como jefe del pueblo, temeroso de que los caldeos vengasen el asesinato de Gedalías huyó con la gente a Egipto, y obligó a Jeremías y a Baruc a que lo acompañasen, pese a la amonestación del profeta de que el pueblo perecería en caso de que descendieran a Egipto; pero que serían protegidos si permanecían en sutierra (caps. 41; 42; 43). Al llegar a Tafnes, ciudad fronteriza, situada en el brazo del Nilo llamado Tanítico o Pelusio, Jeremías profetizó la derrota de Egipto (cap. 43:8-13). Es tradición que murió en aquel país. Según el Seudo Epifanio, fué apedreado en Tafnes o Tahpanhes. Tanto lo veneraron los judíos, que creyeron que resucitaría de entre los muertos para ser el precursor del Mesías (Mateo 16:14).

Havernick observa que la combinación de los rasgos del carácter de Jeremías prueba lo divino de su misión; suave, tímido y susceptible a la melancolía; y sin embargo es intrépido en el desempeño de sus funciones proféticas, ya que no le perdona al príncipe más que al más ínfimo de sus súbditos. El espírita de profecía gobierna de tal manera su natural temperamento que lo califica para su arriesgada empresa, sin hacer violencia a su individualidad. Sofonías, Habacuc, Daniel y Ezequiel fueron sus contemporáneos. El último forma un buen contraste con Jeremías. El Espíritu, en su caso, actúa sobre un temperamento marcadamente caracterizado por la firmeza, mientras que el de Jeremías se caracteriza por su retraimiento y delicada sensibilidad. Ezequiel considera el pecado de la nación como opuesto a la justicia; Jeremías, como productivo de miseria; aquél percibe los males de los tiempos objetivamente; éste, subjetivamente. El estilo de Jeremías es propio de su temperamento, ya que se caracteriza de manera peculiar por el sentimiento y la simpatía para con el desgraciado, como lo ejemplifican sus Lamentaciones: la serie total de sus elegías tiene un solo objeto: expresar el desconsuelo de su abatido país; sin embargo, las luces y las imágenes con que pinta todo eso son tantas, que el lector, lejos de creerlas monótonas, más bien se siente embelesado por la variedad de los tristes acentos que en ellas predominan. El lenguaje se distingue por sus arameísmos, los que probablemente constituyeron el fundamento para que Jerónimo calificase su estilo de "rústico". Pero Lowth niega ese cargo, considerándolo en algunas partes en nada inferior al de Isaías. Su acumulación de frases sobre frases, la repetición de ciertas formas estereotipadas, a menudo por tres veces, se debe a sus sentimientos afectados y al deseo de hacer más intensa la expresión de los mismos. A veces es más conciso, enérgico y sublime, especialmente contra las naciones foráneas, así como en los períodos rítmicos.

El principio del arreglo de sus profecías es de difícil averiguación. El orden de los reinados fué: Josías (durante el cual profetizó por diez y ocho años); Joacaz (en el que profetizó tres meses); en el de Joacim (once años); en el de Jeconías (tres meses), y en el de Sedequías (once años). Pero sus profecías durante el reinado de Josías (caps. 1-20), están seguidas inmediatamente por un fragmento del reinado de Sedequías (cap. 21). Es más: el cap. 24:8-10, que atañe a Sedequías, ocurre en el centro de la sección correspondiente a Joacaz, Joacim y Jeconías (caps. 22; 23; y 25:1, etc.). Así a los caps. 35 y 36, que se refieren a Joacim, siguen los caps. 27; 28; 29; 33 y 34 respecto a Sedequías; y el cap. 45, fechado el cuarto año de Joacim, sigue a continuación de las predicaciones relativas a los judíos que huyeron de Egipto después de la caída de Jerusalén. Ewald cree que el actual arreglo es sustancialmente el mismo de Jeremías. Las diversas secciones están prefaciadas por la misma fórmula: "Palabra que fué de Jehová a Jeremías" (7:1; 11:1; 18:1; 21:1; 25:1; 30:1; 32:1; 34:1, 8; 35:1; 40:1; 44:1; véase caps. 14:1; 46:1; 47:1; 49:34). Notas acerca del tiempo señalan otras divisiones más o menos históricas (caps. 26:1; 27:1; 36:1; 37:1). Hay otras dos partes que son distintas en sí mismas (caps. 29:1; 45:1). El cap. 2 contiene la introducción más breve que señala el comienzo de una estrofa; el cap. 3 parece imperfecto, pues tiene meramente como introducción la palabra "dicen" (Hebreo, cap. 3:1). Así en las partes poéticas hay veintitrés secciones, divididas en estrofas de siete a nueve versículos, señalados más o menos así: "Y dí jome Jehová". Comprende cinco libros: I. La Introducción; cap. 1; II. Reproches a los judíos: caps. 2 al 24, que comprenden siete secciones (1) 2; (2) 3 AL 6; (3) 7 AL 10; (4) 11 AL 13; (5) 14 AL 17; (6) 17-19 y 20; (7) 21 al 24. III. Revista a todas las naciones en dos secciones: caps. 25 y 26 al 49, con un apéndice histórico de tres secciones: (1) 26; (2) 27; (3) 28 y 29. IV. Dos secciones que describen las esperanzas de tiempos más brillantes: (1) caps. 30 y 31; (2) 32 y 33; y un apéndice histórico de tres secciones: (1) cap. 34:1-7; (2) 34:8-22; (3) cap. 35 V. La conclusión, que consta de dos secciones: (1) cap. 36:2; (2) cap. 45. Más tarde, en Egipto, añadió el fragmento de 46:13-26 a las anteriores profecías tocante a Egipto, como también las tres secciones: caps. 37 al 39; 40 al 43 y el 44. El cap. 52 fué probablemente (véase cap. 51:64) un apéndice de una mano posterior, tomado de 2 Reyes 24:18, etc.; 2 Reyes 25:30. Las profecías contra varias naciones foráneas tienen en hebreo distinto orden que en la Versión de los Setenta; las profecías contra ellas que se hallan en el texto hebreo, caps. 46 al 51, están colocadas en la antedicha versión después del cap. 25:14, y forman los caps. 26 al 31; el resto del cap. 25 del hebreo es el cap. 32 de la Versión de los Setenta. Hay algunos pasajes en el hebreo (caps. 27:19-22; 33:14-26; 39:4-14; 48:45-47), que no se hallan en la Versión de los Setenta. Los traductores griegos debieron tener ante sí un texto revisado; probablemente uno más primitivo. Es probable que el hebreo sea la última y más completa edición salida de la mano del propio Jeremías. (Véase Nota al cap. 25:13).

La canonicidad de sus profecías está establecida por citas de ellas en el Nuevo Testamento (Véase Mateo 2:17; Mateo 16:14; Hebreos 8:8; en cuanto a Mateo 27:9, véase la Introducción a Zacarías. También está establecida por el testimonio del Eclesiastés 49:7, que cita a Jeremias 1:10; por Filón, quien cita sus palabras como un "oráculo"; y por el catálogo de los libros canónicos de Melito, Orígenes, Jerónimo y el Talmud.

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