Un centenar. Por tanto, podemos juzgar cuán numerosos eran. Quizás no todos estos profetas fueron inspirados, pero los tenían a la cabeza; y dedicaron su tiempo a trabajar y a las alabanzas divinas. Eran la sal y la luz de la tierra, los pilares de la verdadera religión, contra quienes Jezabel inclinó toda su furia, durante los primeros años de la sequía. (Calmet)

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