Un sueño profundo, o éxtasis, como el de Adán, cap. ii. 21, donde Dios le reveló la opresión de su posteridad en Egipto, lo que lo llenó de tal horror (Menoquio) como el que experimentamos cuando algo terrible nos sobreviene de repente en la oscuridad. Esta oscuridad representa la triste situación de José, confinado en un calabozo; y de los hebreos condenados a trabajos forzados, en la fabricación de ladrillos, y obligados a esconder a sus hijos varones, por temor a que los descubrieran y los mataran.

Antes de que comenzaran estos días infelices, la posteridad de Abram estuvo expuesta a una gran opresión entre los cananeos, y no se podía decir en ningún sentido que poseyeran la tierra prometida, por más de 400 años después de este sueño profético. (Haydock)

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