CAPITULO DOS.

Por ocasión de un alma. Es decir, por haber tocado a los muertos: en cuyo caso, de acuerdo con la prescripción de la ley (Números xix. 13, 22.) una persona no solo se volvía inmunda, sino que todo lo que tocaba se volvía inmundo. El profeta aplica todo esto al pueblo, cuyas almas quedaron impuras por descuidar el templo de Dios; y por lo tanto no fueron santificados por la carne que ofrecieron en sacrificio, sino que contaminaron sus sacrificios acercándose a ellos en estado de impureza. (Challoner)

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