Uno es casi inevitablemente detenido por la declaración inicial del capítulo. "Después de estas cosas y esta fidelidad, vino Senaquerib, rey de Asiria". Parecería ser una extraña respuesta de Dios a la fidelidad de Su hijo, que un enemigo fuerte invade en este momento el reino; y sin embargo, cuán a menudo la experiencia del pueblo de Dios es de esta naturaleza. Feliz fue Ezequías porque en presencia del peligro su corazón no desfalleció.

Tomó medidas inmediatas para avergonzar al enemigo, interrumpiendo el suministro de agua, fortaleciendo las fortificaciones, movilizando su ejército y, finalmente, asegurando al pueblo: "Hay algo más grande con nosotros que con él".

Esta actitud de fe fue respondida por Senaquerib con terribles insultos, terribles porque eran blasfemias directas contra el nombre de Dios. Ante estas declaraciones, más terribles de soportar que la lucha sin las puertas, el rey buscó refugio en la oración en comunión con el profeta Isaías. La respuesta fue rápida y definitiva: la derrota del enemigo y la salvación del pueblo.

A continuación, el cronista relata brevemente la historia de la enfermedad de Ezequías y de ese fracaso que caracterizó sus últimos días. La historia se cuenta con más detalle en otros lugares. A pesar de los lapsos de los últimos días, el reinado fue muy notable, especialmente cuando se recuerda cuán terrible era la condición a la que había llegado la nación en ese momento.

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