Continuando con su discurso, Moisés pronunció unas palabras emocionantes al principio con ternura y un llamado urgente.

En los primeros diez versículos del capítulo tenemos una mirada larga por delante del amor. Parece haber visto a la gente en las condiciones que había predicho que serían resultado de la desobediencia, esparcidos lejos de su propia tierra.

Sin embargo, los vio regresar en espíritu a Dios como resultado de una severa disciplina. En vista de esto, vio cuán dispuesto estaría Dios para recibirlos y perdonarlos cuando regresaran.

Fue un gran evangelio profético, cuyo mensaje permanece fiel a todos los tiempos, pero cuyo valor los hombres apenas han apreciado todavía.

Luego, Moisés le recordó al pueblo la gloria suprema de la nación. Para ellos, la ley de Dios no era algo que debiera buscarse. Estaba cerca de ellos, sí, en sus corazones.

A medida que el discurso llegaba a su fin, Moisés le recordó al pueblo su fidelidad a la hora de transmitir el mensaje de Dios. De su fidelidad llamó al cielo y a la tierra como testigos y, reconociendo que todo dependía del ejercicio de ese poder, los instó a elegir la vida.

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