Jeremias 10:1-25

1 Oigan la palabra que ha hablado el SEÑOR acerca de ustedes, oh casa de Israel.

2 Así ha dicho el SEÑOR: “No aprendan el camino de las naciones, ni tengan temor de las señales del cielo, aunque las naciones las teman.

3 Porque las costumbres de los pueblos son vanidad: Cortan un árbol del bosque, y las manos del escultor lo labran con la azuela.

4 Lo adornan con plata y oro; lo afirman con clavos y martillo para que no se tambalee.

5 Son como un espantapájaros en un huerto de pepinos. No hablan; son llevados, porque no pueden dar un paso. No tengan temor de ellos, porque no pueden hacer daño ni tampoco tienen poder para hacer bien”.

6 ¡No hay nadie semejante a ti, oh SEÑOR! Tú eres grande; grande es tu nombre en poder.

7 ¡Quién no te temerá, oh Rey de las naciones! Porque a ti se te debe temer. Entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay nadie semejante a ti.

8 Son torpes e insensatos a la vez. El mismo ídolo de madera es una lección de vanidades:

9 Traen plata laminada de Tarsis y oro de Ufaz, los cuales son trabajados por el platero y por las manos del fundidor. Sus vestiduras son de material azul y de púrpura; todas son obra de expertos.

10 Pero el SEÑOR es el verdadero Dios; él es el Dios vivo y el Rey eterno. Ante su enojo tiembla la tierra; las naciones no pueden resistir su furor.

11 Así les dirán: “Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra desaparecerán de la tierra y de debajo de estos cielos.

12 Él hizo la tierra con su poder; estableció el mundo con su sabiduría y extendió los cielos con su inteligencia.

13 Cuando emite su voz, se produce un tumulto de aguas en los cielos. Él hace subir la neblina desde los extremos de la tierra. Hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de sus depósitos”.

14 Todo hombre se embrutece por falta de conocimiento. Todo platero es avergonzado a causa de su ídolo. Porque sus ídolos de fundición son un engaño, y no hay espíritu en ellos.

15 Son vanidad, obra ridícula; en el tiempo de su castigo perecerán.

16 No es como ellos la Porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo, e Israel es la tribu de su heredad. ¡El SEÑOR de los Ejércitos es su nombre!

17 Recoge del suelo tu equipaje, tú que habitas en un lugar bajo asedio.

18 Porque así ha dicho el SEÑOR: “He aquí que esta vez arrojaré con honda a los habitantes del país, y he de afligirlos para que sean avergonzados”.

19 ¡Ay de mí, por mi ruina! Mi herida es incurable. Sin embargo, dije: “Ciertamente esta es mi enfermedad, y debo sufrirla”.

20 Mi tienda es destruida, y todas mis cuerdas han sido rotas. Mis hijos se me han ido, y ya no están. Ya no hay nadie que extienda mi morada ni quien levante mi tienda.

21 Porque los pastores se han embrutecido y no han buscado al SEÑOR. Por eso no prosperaron, y todo su rebaño se ha dispersado.

22 He aquí que viene un rumor, y gran alboroto de la tierra del norte, para convertir en desolación y en guarida de chacales todas las ciudades de Judá.

23 Reconozco, oh SEÑOR, que el hombre no es señor de su camino ni el hombre que camina es capaz de afirmar sus pasos.

24 Corrígeme, oh SEÑOR, pero con tu juicio; no con tu furor, para que no me empequeñezcas.

25 Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen y sobre las familias que no invocan tu nombre. Porque han devorado a Jacob; lo han devorado y consumido, y han desolado su morada.

Aquí comienza el tercer movimiento en el encargo del profeta. En él se trata primero del pecado de la idolatría. El profeta reveló la inefable insensatez de la idolatría en un poderoso contraste entre los ídolos y Jehová. Describió la vanidad de los ídolos. Fueron obra de las manos del hombre. No pudieron moverse, pero tuvieron que ser cargados.

En contraste, declaró la majestad de Jehová. Continuando con el contraste, describió la debilidad de los ídolos y el poder del Dios vivo y verdadero. Declaró que la prueba entre los ídolos y Jehová era la prueba de la creación. Los dioses que no hicieron los cielos y la tierra deben perecer de la tierra y de debajo de los cielos. Jehová Dios hizo la tierra y extendió los cielos. Él, por lo tanto, era el Dios de poder.

Una vez más, el profeta sugirió un contraste, pero ahora es entre el hombre y la idolatría, y el hombre y Jehová. El primero se vuelve brutal, mientras que la porción de Jacob es Jehová mismo. Sobre el pecado de la idolatría, pronunció un juicio. Luego pronunció el lamento del pueblo y terminó con un clamor de angustia a Jehová en presencia de la destrucción de Jacob.

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