Salmo 3:5

5 Yo me acosté y dormí. Desperté, porque el SEÑOR me sostuvo.

Salmo 3:5

I. En este texto, si lo consideramos bien, encontramos una clara muestra de los misterios de este tiempo solemne de Pascua: nuestro Señor muriendo y resucitando. Si la persona que habla es Jesucristo, sin duda su acostarse es su muerte en la cruz; Su sueño es el reposo que tomó en el sepulcro de José; Su resurrección es ese despertar glorioso y el estallido de los lazos de la muerte, que alegra a la Iglesia este día y todos los domingos del año.

II. Y seguramente hacemos bien en conectar ese misterio con nuestro propio acostarnos y levantarnos, tan a menudo como regresan la noche y la mañana; pero el acostarnos y levantarnos diariamente nos es dado como señal y prenda sacramental de la muerte y resurrección de Cristo y de la nuestra.

III. Cristo está en el más humilde, el más pequeño de su pueblo como Espíritu vivificante, fuente de vida eterna; y si es la vida eterna, ¿dejará a un hombre cuando llegue el momento de morir y volverse a su polvo? No, no lo dejará. Para Dios, aún vivirá si muere en la fe; incluso en la tumba permanecerá como miembro de Cristo. Puede que se acueste y duerma, y ​​parezca solo y desamparado, pero tiene dentro de él aquello que lo sostiene, lo mantiene en verdadera comunión con Dios.

Cristo, aun ahora habitando en su pueblo, los hace ya en este mundo partícipes de una vida divina y celestial. Los sostiene tanto durmiendo como despiertos, en la vida y en la muerte, en sus camas y en sus tumbas, porque en ambas condiciones son miembros iguales de Él. Al morir, participan de Su Cruz y Pasión, y deben resucitar y vivir para siempre en virtud de Su gloriosa y feliz resurrección.

Sermones sencillos de los colaboradores de " Tracts for the Times", vol. VIP. 92.

Referencias: Salmo 3:8 . J. Wells, Thursday Penny Pulpit, vol. v., pág. 145. Salmo 3 A. Maclaren, Life of David, pág. 246; Parker, El arca de Dios, pág. 122; I. Williams, The Psalms Interpreted of Christ, pág. 100; S. Cox, Expositor, segunda serie, vol. iii., pág. 94. Salmo 4:2 . Spurgeon, Mañana a mañana, pág. 98.

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