36-40 Había entonces mucha maldad en la iglesia, pero Dios no se dejó sin testimonio. Ana siempre habitaba en el templo, o al menos asistía a él. Tenía siempre un espíritu de oración; se entregaba a la oración, y en todo servía a Dios. Aquellos a quienes se les da a conocer a Cristo, tienen una gran razón para agradecer al Señor. Ella enseñaba a los demás sobre él. Que el ejemplo de los venerables santos, Simeón y Ana, dé valor a aquellos cuyas cabezas canosas son, como las suyas, una corona de gloria, al ser encontrados en el camino de la justicia. Los labios que pronto callarán en el sepulcro, deberían mostrar las alabanzas del Redentor. En todo se hizo Cristo semejante a sus hermanos, por lo que pasó por la infancia y la niñez como los demás niños, pero sin pecado, y con pruebas manifiestas de la naturaleza divina en él. Por el Espíritu de Dios, todas sus facultades desempeñaron sus funciones de una manera que no se ha visto en ningún otro. Otros niños tienen la necedad atada en sus corazones, que aparece en lo que dicen o hacen, pero él estaba lleno de sabiduría, por la influencia del Espíritu Santo; todo lo que decía y hacía, era sabiamente dicho y sabiamente hecho, por encima de su edad. Otros niños muestran la corrupción de su naturaleza; nada más que la gracia de Dios estaba en él.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad