Hasta ahora todo va bien con Saúl; no se venga de los que se le oponen. Antes de que su fe sea probada, su carácter natural le ganaría el favor de los hombres. Y ahora, en aquellas cosas que han dado origen al movimiento carnal que llevó al pueblo a desear un rey, aparentemente todo prospera a su deseo. Los amonitas están tan completamente derrotados, que dos de ellos no quedan juntos. Aquí también Saulo actúa con prudencia y generosidad.

No permite que se lleve a cabo el deseo de venganza del pueblo. Él es dueño del Señor en la bendición concedida al pueblo. En verdad Dios estaba con ellos, concediendo a la carne todos los medios y ayudas necesarias para andar con Él, si la cosa hubiera sido posible. Samuel está allí de parte de Dios y apoya con su autoridad al rey que Dios ha puesto. Por invitación de Samuel, el pueblo se reúne en Gilgal (un lugar memorable por la bendición del pueblo y su asociación con Jehová, siendo juzgada la carne, al entrar en la tierra), para renovar allí el reino y reconocer de nuevo un trono cuya autoridad había acaba de ser confirmado por esfuerzos exitosos para la liberación del pueblo de Dios. Ofrendas de paz y gran regocijo hacen que la ceremonia sea más imponente.

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