Encontramos aquí de nuevo en una figura el principio con el que está conectada la liberación de Israel y la de todos los hombres, un principio señalado en Eliseo y realizado en Jesús. Ezequías resucita como de entre los muertos. Él había estado enfermo de muerte; pero Jehová escuchó su oración, y, en su humillación, revoca la sentencia que había pronunciado por medio de Isaías.

Pero el hombre apenas puede soportar la exaltación. Bendito de Jehová se jacta de lo que ha recibido. Después de haber mostrado todas sus riquezas a los embajadores del rey de Babilonia, que fueron enviados para felicitarlo por su recuperación, se le advierte que todas serán llevadas incluso a Babilonia. El rey de Babilonia sintió, quizás, cierta satisfacción en aliarse. él mismo con uno que no se había rendido al poder del rey de Asiria; pero la sabiduría del mundo, que cultiva relaciones provechosas con el pueblo de Dios, es siempre una trampa para ellos. Ezequías pudo haber dado a conocer la fuente y el dador de todo esto; pero actuó como un hombre. No obstante, se somete con gracia y humildad a la palabra de Jehová, que le fue hablada en esta ocasión.

Pero, en este período, el pueblo se había corrompido profundamente, y el impulso que Dios había dado desapareció por completo con el hombre en quien actuaba. El hijo de Ezequías fue un modelo de maldad. Dios estaba a punto de transferir poder a los gentiles; y, aun haciendo manifiesto que cierta bendición acompañaba a la fidelidad y la confianza en sí mismo, permitió que la casa de David se entregara a la degradación.

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