Deuteronomio 24:1-22

1 “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y sucede que ella no le agrada por haber él hallado en ella alguna cosa vergonzosa, le escribirá una carta de divorcio, la entregará en su mano y la despedirá de su casa.

2 “Salida ella de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre.

3 Si este hombre la llega a aborrecer, le escribe una carta de divorcio, la entrega en su mano, la despide de su casa; o si muere este hombre que la tomó por mujer,

4 entonces su primer marido que la despidió no podrá volverla a tomar para que sea su mujer, después que ella fue mancillada, porque esto sería una abominación delante del SEÑOR. No has de traer pecado a la tierra que el SEÑOR tu Dios te da por heredad.

5 “Si un hombre ha tomado recientemente esposa, no irá al ejército ni se le impondrá ninguna obligación. Estará libre en su casa durante un año, para alegrar a su mujer que tomó.

6 “No tomarás en prenda la piedra de molino, ni la inferior ni la superior, porque ello sería tomar en prenda la vida misma.

7 “Si se descubre que alguien ha raptado a alguno de sus hermanos, los hijos de Israel, y lo ha tratado brutalmente o lo ha vendido, ese ladrón morirá. Así quitarás el mal de en medio de ti.

8 “Ten cuidado de la plaga de la lepra, observando diligentemente y haciendo conforme a todo lo que les enseñen los sacerdotes levitas. Tendrán cuidado de actuar como yo les he mandado.

9 Acuérdate de lo que el SEÑOR tu Dios hizo a María, en el camino, cuando salieron de Egipto.

10 “Cuando des a tu prójimo algún préstamo, no entres en su casa para tomarle prenda.

11 Te quedarás fuera, y el hombre a quien prestaste te sacará fuera la prenda.

12 Y si es hombre pobre, no pases la noche con su prenda.

13 Sin falta le devolverás la prenda cuando el sol se ponga, para que se acueste con su ropa y te bendiga. Y te será contado por justicia delante del SEÑOR tu Dios.

14 “No explotes al jornalero pobre y necesitado, tanto de entre tus hermanos como de entre los forasteros que estén en tu tierra, en tus ciudades.

15 En su día le darás su jornal. No se ponga el sol antes de que se lo des, pues él es pobre, y su alma lo espera con ansiedad. No sea que él clame al SEÑOR contra ti, y en ti sea hallado pecado.

16 “Los padres no serán muertos por culpa de los hijos ni los hijos serán muertos por culpa de los padres; sino que cada cual será muerto por su propio pecado.

17 “No torcerás el derecho del forastero o del huérfano ni tomarás en prenda la ropa de la viuda.

18 Más bien, acuérdate de que fuiste esclavo en Egipto y que de allí te rescató el SEÑOR tu Dios. Por eso yo te mando que hagas esto.

19 “Cuando siegues tu mies en tu campo y olvides en el campo una gavilla, no regresarás para tomarla. Será para el forastero, para el huérfano y para la viuda; a fin de que el SEÑOR tu Dios te bendiga en toda la obra de tus manos.

20 Cuando varees tu olivo, no vuelvas a golpearlo detrás de ti; será para el forastero, para el huérfano y para la viuda.

21 Cuando vendimies tu viña, no la rebusques; será para el forastero, para el huérfano y para la viuda.

22 Acuérdate de que fuiste esclavo en la tierra de Egipto; por eso yo te mando que hagas esto.

El siguiente comentario cubre los capítulos 22, 23, 24 y 25.

El capítulo 22 parece contener ordenanzas para proteger a la gente de la falta de benevolencia y misericordia, y de aquello que ofendería la sensibilidad de la naturaleza, ya sea con respecto a la ternura o la pureza. Así también estaba prohibida toda mezcla en el arado o la siembra. Encontramos lo mismo con respecto a las mujeres: estaban protegidas contra la deshonra que les hacía un marido brutal y desconsiderado; mientras que la impureza se castigaba con la muerte.

Así ( cap. 23 ) se enseña al pueblo qué sentimientos le correspondían, según Dios, con respecto a las naciones (tomando en consideración los caminos y las obras de esas naciones) en caso de guerra. También se les instruye en lo que conviene, en cuanto a la pureza del campamento en caso de guerra, ya que allí estaba Dios. Así con respecto a todo tipo de cosas, como el esclavo que se escapó de su amo; cosas moralmente impuras; hasta la viña del vecino; y ( cap.

24 ) cosa más grave, el divorcio, y todo lo relativo a él; la delicadeza para con los pobres, el salario de los trabajadores, la espiga para los pobres. Es muy instructivo el espíritu de todas estas ordenanzas, y la bondad y la ternura de Dios, que se digna tomar conocimiento de todas estas cosas, y enseñar a su pueblo la delicadeza, el decoro, la consideración por los demás, la sensibilidad y aquellos sentimientos que, por quitando la brutalidad, y ablandando la dureza del corazón del hombre, moldea sus caminos de acuerdo con ese amor con el que el Espíritu de Dios se viste cuando actúa en el corazón del hombre.

Aquí, es verdad, todo es imperfecto. Hay cosas que se dan por sentadas aquí, que forman la base de estas ordenanzas, que la plena operación del Espíritu de Cristo eliminaría por completo; el divorcio, por ejemplo, y otras cosas soportadas; debiendo su existencia a la dureza del corazón del hombre. Pero las limitaciones y condiciones, asignadas por la ley de Dios, mantienen a raya la maldad de esa voluntad que se endurece a sí misma, mientras oprime a los demás.

El capítulo 25 añade ordenanzas que son una continuación de lo que ya hemos leído; teniendo cuidado de que ninguno de sus hermanos sea deshonrado a sus ojos, y que ninguna familia perezca de entre el pueblo (existiendo, al mismo tiempo, el mantenimiento de la pureza y la rectitud).

En cuanto a los enemigos empedernidos de Dios y Su pueblo, Israel nunca debía buscar la paz con ellos. La amabilidad humana es a menudo enemistad con Dios. Esta ordenanza es tanto más notable, porque sigue a muchas otras que hicieron provisión para la bondad, incluso con un pájaro.

Jehová se había encargado de que un egipcio encontrara la entrada a la asamblea de Dios; pero esos afectos debían ejercerse hacia los egipcios para el bien de las almas de los mismos israelitas. No debían endurecer sus corazones contra aquellos en medio de los cuales habían residido. Pero perdonar a los amalecitas (que vinieron al encuentro de Israel para cerrarles el camino y destruir a los débiles entre ellos) era olvidar lo que se debía a Dios, que los hizo volver; y, en cuanto al pueblo, habría resultado indiferencia de corazón al mal, y no la efusión de un afecto natural; tampoco cedía a los recuerdos, con los que la caridad se mezclaría para bien, por un olvido apropiado de los agravios recibidos anteriormente. [1] Donde hay nobleza de sentimiento, hombres que se conocen (aunque se hayan herido),

Pero hay un espíritu que no pretende otra cosa que repugnancia: tolerarlo es sólo ahorrarse uno mismo y admitir ese mismo espíritu en el corazón para participar de él. De lo que se trata no es de juzgar, sino del estado del propio corazón. Se reconoció la distancia de un egipcio con Dios; pero si estuvo en relación con Él durante tres generaciones, ¿por qué debería mantenerse a distancia? ¿Por qué debería seguir siendo un extraño? Pero Amalec no temía a Dios, no lo reconoció.

¿Qué se podría entonces reconocer en tal nación? Debemos traer a Dios a nuestros asuntos, nuestras relaciones; y la caridad, la firmeza, la justicia en nuestros juicios, cada una encontrará su lugar y se reproducirá en todos nuestros caminos.

Nota 1

Los egipcios eran simplemente aquello en lo que Israel se encontraba naturalmente. Los amalecitas eran enemigos activos positivos contra ellos cuando eran el pueblo redimido de Dios. Uno era realmente hombre, aunque hombre caído sin Dios: honro a todos los hombres; el otro, el poder directo positivo del enemigo.

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