Ezequiel 11:1-25

1 Entonces el Espíritu me elevó y me llevó a la puerta oriental de la casa del SEÑOR, la que da hacia el este. Y he allí, en la entrada de la puerta había veinticinco hombres, entre los cuales vi a Jazanías hijo de Azur y a Pelatías hijo de Benaías, magistrados del pueblo.

2 Luego me dijo: “Oh hijo de hombre, estos son los hombres que maquinan perversidad y dan mal consejo en esta ciudad.

3 Ellos dicen: ‘No está cercano el tiempo de edificar casas. Esta ciudad será la olla, y nosotros la carne’.

4 Por tanto, profetiza contra ellos. ¡Profetiza, oh hijo de hombre!”.

5 Entonces descendió sobre mí el Espíritu del SEÑOR y me dijo: “Diles que así ha dicho el SEÑOR: ‘Así han hablado, oh casa de Israel, y yo he sabido los pensamientos que suben de sus espíritus.

6 Ustedes han multiplicado sus muertos en esta ciudad; han llenado de muertos sus calles.

7 Por tanto, así dice el SEÑOR Dios, sus muertos que han dejado en medio de ella, ellos serán la carne; y ella la olla. Pero a ustedes yo los sacaré de en medio de ella.

8 Temen la espada, y espada traeré sobre ustedes, dice el SEÑOR Dios.

9 Los sacaré de en medio de ella, los entregaré en mano de extraños y entre ustedes ejecutaré actos justicieros.

10 ¡A espada caerán! Los juzgaré en la frontera de Israel, y sabrán que yo soy el SEÑOR.

11 Esta ciudad no les servirá de olla ni ustedes serán la carne dentro de ella. ¡En la frontera de Israel los habré de juzgar!

12 Y sabrán que yo soy el SEÑOR, que no han andado en mis leyes ni han cumplido mis decretos; sino que han actuado según los decretos de las naciones que están a su alrededor’ ”.

13 Y mientras yo profetizaba, aconteció que murió Pelatías hijo de Benaías. Entonces caí postrado sobre mi rostro y exclamé a gran voz, diciendo: “¡Ay, SEÑOR Dios! ¿Exterminarás al remanente de Israel?”.

14 Y vino a mí la palabra del SEÑOR, diciendo:

15 “Oh hijo de hombre, tus mismos hermanos — los hombres que están contigo en la cautividad y toda la casa de Israel, todos ellos — son aquellos a quienes los habitantes de Jerusalén han dicho: ‘¡Permanezcan lejos del SEÑOR! ¡Es a nosotros a quienes ha sido dada la tierra como posesión!’.

16 Por tanto, diles que así ha dicho el SEÑOR Dios: ‘Aunque los he arrojado lejos entre las naciones y aunque los he dispersado por los países, por un breve tiempo he sido para ellos un santuario en los países a donde han llegado’.

17 Por tanto, di que así ha dicho el SEÑOR Dios: ‘Yo los reuniré de entre los pueblos y los recogeré de los países en los cuales han sido dispersados, y les daré la tierra de Israel’.

18 Allá volverán, y quitarán de ella todas sus cosas detestables y todas sus cosas abominables.

19 Les daré otro corazón, y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. De la carne de ellos quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne,

20 para que anden según mis estatutos y guarden mis decretos y los pongan por obra. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.

21 Pero haré que la conducta de aquellos, cuyo corazón anda tras sus cosas detestables y sus abominaciones, recaiga sobre sus cabezas”, dice el SEÑOR Dios.

22 Entonces los querubines alzaron sus alas, con las ruedas que estaban junto a ellos. Y la gloria del Dios de Israel estaba por encima, sobre ellos.

23 Luego la gloria del SEÑOR ascendió de en medio de la ciudad y se detuvo sobre el monte que está al oriente de la ciudad.

24 Luego el Espíritu me elevó y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a Caldea, a los que estaban en la cautividad. Entonces la visión que había visto se fue de mí.

25 Y comuniqué a los cautivos todas las cosas del SEÑOR que él me había mostrado.

En el capítulo 11 Dios juzga a los líderes de la iniquidad, que se consolaban pensando que la ciudad era inexpugnable [1]. Deben ser sacados de en medio de ella y ser juzgados en la frontera de Israel. Uno de estos impíos muere en presencia del profeta, lo que pone de manifiesto el dolor de su corazón y su intercesión por Israel. En respuesta, Dios distingue a los que están en Jerusalén de los cautivos.

En cuanto a estos últimos, Dios había sido un santuario para ellos dondequiera que estuvieran. Los restauraría y les devolvería la tierra. Los purificaría y les daría un corazón nuevo. Ellos deberían ser Su pueblo, y Él sería su Dios. Pero en cuanto a los que anduvieron tras sus abominaciones, sus caminos deben ser visitados en el juicio. El remanente siempre se distingue, y la conducta individual es la condición de la bendición, salvo que ellos, los fieles, sean establecidos como el pueblo de Dios al final.

La gloria de Jehová entonces abandona la ciudad y se para sobre el Monte de los Olivos, del cual Jesús ascendió, y al cual descenderá nuevamente para la gloria de Israel. Esta parte de la profecía termina aquí.

Nota 1

Se recordarán las exhortaciones de Jeremías: someterse a Nabucodonosor, e incluso salir de la ciudad e ir a él.

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