Jeremias 52:1-34

1 Sedequías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. El nombre de su madre era Hamutal hija de Jeremías, de Libna.

2 Él hizo lo malo ante los ojos del SEÑOR, conforme a todo lo que había hecho Joacim.

3 Ciertamente el furor del SEÑOR estaba sobre Jerusalén y Judá, hasta que los echó de su presencia. Sedequías se rebeló contra el rey de Babilonia.

4 Y aconteció el diez del mes décimo del noveno año de su reinado que Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino con todo su ejército contra Jerusalén. Luego acamparon contra ella, y construyeron muros de asedio contra ella en derredor.

5 La ciudad estuvo sitiada hasta el décimo primer año del rey Sedequías.

6 En el noveno día del mes cuarto, prevaleció el hambre en la ciudad, y no había alimentos para el pueblo de la tierra.

7 Entonces se abrió una brecha en la ciudad, y huyeron todos los hombres de guerra. Salieron de noche de la ciudad, por la puerta que había entre los dos muros, junto al jardín del rey, mientras los caldeos estaban junto y alrededor de la ciudad. Se dirigieron hacia el Arabá,

8 pero el ejército de los caldeos persiguió al rey Sedequías y lo alcanzó en las llanuras de Jericó; y todo su ejército fue dispersado de su lado.

9 Entonces prendieron al rey y lo llevaron ante el rey de Babilonia, en Ribla, en la tierra de Hamat, y este pronunció sentencia contra aquel.

10 El rey de Babilonia degolló a los hijos de Sedequías en su presencia, y también degolló en Ribla a todos los magistrados de Judá.

11 Y a Sedequías le sacó los ojos y lo aprisionó con cadenas de bronce. El rey de Babilonia lo hizo llevar cautivo a Babilonia y lo puso en la cárcel hasta el día en que murió.

12 El día diez del mes quinto del año diecinueve del reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia, entró en Jerusalén Nabuzaradán, capitán de la guardia, que servía en la presencia del rey de Babilonia.

13 Incendió la casa del SEÑOR, la casa del rey y todas las casas de Jerusalén; incendió todo edificio grande.

14 Todo el ejército de los caldeos que estaba con el capitán de la guardia demolió todos los muros alrededor de Jerusalén.

15 Nabuzaradán, capitán de la guardia, hizo llevar cautivos a algunos de la gente empobrecida y al resto del pueblo que había quedado en la ciudad, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de los artesanos.

16 Sin embargo, Nabuzaradán, capitán de la guardia, hizo quedar una parte de la gente más pobre de la tierra, como viñadores y labradores.

17 Los caldeos destrozaron las columnas de bronce que estaban en la casa del SEÑOR, así como las bases de las pilas móviles y la fuente de bronce que estaba en la casa del SEÑOR; y se llevaron todo el bronce a Babilonia.

18 También se llevaron las ollas, las palas, las despabiladeras, los cucharones y todos los utensilios de bronce con que servían.

19 El capitán de la guardia se llevó también las copas, los incensarios, los tazones para la aspersión, las ollas, los candelabros, las cucharas y las tazas, tanto los de oro como los de plata.

20 En cuanto a las dos columnas, la fuente y los doce bueyes de bronce que estaban debajo de ella, y las bases de las pilas móviles que había hecho el rey Salomón en la casa del SEÑOR, no hubo manera de pesar el bronce de todos estos objetos.

21 En cuanto a las columnas, la altura de cada columna era de ocho metros, y su circunferencia era de cinco metros y medio. Eran huecas, y el espesor de sus paredes era de siete centímetros.

22 El capitel de bronce que había sobre ella era de dos metros veiticinco centímetros de alto. Y sobre el capitel alrededor había una red de granadas, toda de bronce. La segunda columna, con sus granadas, tenía una labor semejante.

23 Había noventa y seis granadas en cada hilera. Todas ellas sumaban cien, encima y alrededor de la red.

24 El capitán de la guardia tomó también a Seraías, el sacerdote principal; a Sofonías, el segundo sacerdote; y a tres guardias de la puerta.

25 Y de la ciudad tomó a un funcionario que estaba encargado de los hombres de guerra, a siete hombres de los más íntimos del rey que se hallaban en la ciudad, al escriba principal de la milicia, quien reclutaba al pueblo de la tierra, y a sesenta hombres del pueblo de la tierra que se hallaban dentro de la ciudad.

26 Nabuzaradán, capitán de la guardia, los tomó y los llevó al rey de Babilonia, en Ribla.

27 Y el rey de Babilonia los hirió y los mató en Ribla, en la tierra de Hamat. Así fue llevada cautiva Judá lejos de su tierra.

28 Este es el número del pueblo que Nabucodonosor llevó en cautividad: En el séptimo año hizo llevar cautivos a tres mil veintitrés judíos.

29 En el año dieciocho, Nabucodonosor llevó cautivas a ochocientas treinta y dos personas de Jerusalén.

30 Y en el año veintitrés de Nabucodonosor, Nabuzaradán, capitán de la guardia, llevó cautivas setecientas cuarenta y cinco personas de los judíos. Todas las personas fueron cuatro mil seiscientas.

31 Aconteció el veinticinco del mes duodécimo del año treinta y siete de la cautividad de Joaquín, rey de Judá, que Evil-merodac, rey de Babilonia, en el primer año de su reinado, indultó a Joaquín, rey de Judá, y lo sacó de la cárcel.

32 Habló con Joaquín amigablemente y puso su sitial más alto que los sitiales de los reyes que estaban con él en Babilonia.

33 Cambió su ropa de prisión, y Joaquín comía en la presencia del rey siempre, todos los días de su vida.

34 Continuamente le fue dada su ración de parte del rey de Babilonia, cada cosa en su día, todos los días de su vida, hasta el día de su muerte.

El último capítulo no forma parte del libro de Jeremías propiamente dicho. Encontramos en él acontecimientos relativos a la destrucción de Jerusalén y del templo. Después de las observaciones que hemos hecho, se entenderá fácilmente lo que en él se dice de Babilonia.

Recapitulo aquí los principios de este libro por su importancia. El imperio de Babilonia, como consecuencia de la infidelidad de la casa de David, fue establecido por Dios mismo y se le confió el gobierno del mundo. Pero Babilonia no solo oprimió a Israel, sino que instauró la idolatría y corrompió al mundo. El que debería haber sido un adorador del verdadero Dios, y un instrumento de su poder, estableció, en la medida de lo posible, la influencia del enemigo.

Dios lo ha juzgado. El imperio que Dios mismo estableció ha sido completamente derrocado. Este juicio fue ejecutado contra el orgullo del hombre y contra la idolatría. Al mismo tiempo fue la liberación de Israel. Esta última consideración dio lugar a una declaración por parte de Dios de lo que era Israel para Él, y lo que será en los últimos días. Pero el tema tratado es la Babilonia de ese día.

Desde entonces Dios ha permitido que existan otros poderes, gobernando el mundo con dominio universal, hasta el cumplimiento final de todos Sus propósitos. Estos imperios han subsistido según Su voluntad, han sido levantados o derribados según Él lo vio bien. Pero ninguno de ellos ha ocupado precisamente el mismo lugar que Babilonia. Ninguno de ellos se ha establecido formalmente en el lugar de Israel, ni la destrucción de ninguno de ellos ha sido la ocasión de la restauración de Israel.

La palabra de la profecía nos asegura que al final de los días, el juicio del último imperio tendrá este efecto. El juicio de Babilonia, en cierto modo, lo ha presagiado; como su carácter moral comenzó la triste historia de estas monarquías, y les sirvió de modelo en muchos aspectos en cuanto al mal que debía desarrollarse hasta el fin. Pero para comprender los principios fundamentales de esta historia y los tratos de Dios, el lugar que este primer imperio ocupó en estos tratos debe tenerse en cuenta clara y distintamente.

Además del inmenso hecho de la sustitución del imperio en manos del hombre, para el ejercicio inmediato del gobierno de Dios sobre la tierra, el testimonio diligente que Dios envió, y las advertencias a rey tras rey, a la gente y a los sacerdotes, es muy sorprendente en este libro, la paciencia del amor e interés de Dios.

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