Él llama al ángel su Señor, según la costumbre de los judíos; pues no solían dirigirse a aquellos que eran eminentes en el poder o en algo superior. No lo llamó Señor con la intención de transferirle la gloria de Dios; pero así se dirigió a él solo por el honor. Y aquí nuevamente se nos recuerda que si deseamos llegar a ser competentes en los misterios de Dios, no debemos arrogarnos nada a nosotros mismos; porque aquí el Profeta honestamente confiesa su propia falta de conocimiento. Y no nos avergoncemos en este día de acostarnos a los pies de Dios, para que nos enseñe como niños pequeños; porque cualquiera que desee ser el discípulo de Dios necesariamente debe ser consciente de su propia locura, es decir, debe liberarse de la vanidad de su propia perspicacia y sabiduría, y estar dispuesto a que Dios le enseñe.

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