Labradores y los que van con rebaños— Estas palabras describen las circunstancias en las que los antepasados ​​de los judíos fueron colocados en su primera introducción a la tierra de Canaán. La tierra fue dividida por asignación divina entre ellos, y a cada hombre se le asignó su porción o patrimonio separado, el cual tenía prohibido enajenar o intercambiar, y por lo tanto estaba obligado a cultivarse para el mantenimiento de sí mismo y de su familia. Además de lo cual, concibo, había ciertos distritos de páramo o llanura desapropiada, conocidos con el nombre de desierto, reservados con el propósito de pastar y alimentar a su ganado en común. Por lo tanto, cada ciudadano era literalmente un agricultor, sin excepción, y también un pastor o alimentador de rebaños.

Tampoco podría calcularse mejor ninguna institución para hacer a un pueblo virtuoso y feliz, adiestrándolo en hábitos de sobriedad, frugalidad e industria, y restringiéndolo de la búsqueda del lujo y la elegancia perniciosa; mientras que el prodigioso aumento de su número en tales circunstancias proporcionó una prueba suficiente de que por medio de la bendición divina que cooperaba con la fertilidad natural de su suelo, todos estaban abundantemente provistos de todos los artículos necesarios para su cómoda y cómoda subsistencia. En consecuencia, aquí parece ser el designio declarado de la divina Providencia, al traer de regreso al pueblo judío a habitar una vez más su antigua tierra, revivir entre ellos una institución tan favorable a su felicidad.

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