Ezequiel 40:1-49

1 En el año veinticinco de nuestra cautividad, al comienzo del año, en el día diez del mes primero, catorce años después que había caído Jerusalén, en ese mismo día vino sobre mí la mano del SEÑOR y me llevó allá.

2 En visiones de Dios me llevó a la tierra de Israel y me puso sobre un monte muy alto en el cual, al lado sur, había algo como una estructura de ciudad.

3 Me llevó allá, y he allí un hombre cuyo aspecto era como el aspecto del bronce. Tenía en su mano un cordel de lino y una caña de medir, y estaba de pie junto a la puerta.

4 Aquel hombre me dijo: “Oh hijo de hombre, mira con tus ojos, oye con tus oídos y presta atención a todas las cosas que te mostraré, porque para que yo te las muestre has sido traído aquí. Declara todo lo que ves a la casa de Israel”.

5 He aquí que por fuera y alrededor del templo había un muro. En la mano del hombre había una caña para medir, la cual tenía tres metros. Entonces midió el espesor de la estructura, la cual tenía tres metros, y su altura, la cual era también de tres metros.

6 Después fue a la puerta que daba al oriente, subió por sus gradas y midió el umbral de la puerta, el cual tenía tres metros de ancho. El otro umbral también tenía tres metros de ancho.

7 Cada celda tenía tres metros de largo por tres metros de ancho. Entre las celdas había una separación de dos metros y medio, y el umbral de la puerta que daba al vestíbulo, por el lado interior de la puerta, medía tres metros.

8 Asimismo, midió el vestíbulo de la puerta,

9 el cual tenía cuatro metros, y sus pilastras tenían un metro cada una. El vestíbulo de la puerta estaba hacia adentro.

10 Las celdas de la puerta que daba al oriente eran tres en un lado, y tres en el otro lado, todas de la misma medida. También tenían la misma medida las pilastras de cada lado.

11 Midió el ancho de la entrada de la puerta, el cual era de cinco metros. El largo del umbral era de seis metros y medio.

12 El espacio delante de las celdas era de cincuenta centímetros a un lado y de cincuenta centímetros al otro lado. Cada celda tenía tres metros por un lado y tres metros por el otro lado.

13 Midió en la puerta desde el fondo de una celda hasta el fondo de la celda opuesta: trece metros. Una entrada estaba frente a la otra.

14 También midió las pilastras, las cuales tenían treinta y un metros. El atrio junto a la puerta también tenía pilastras alrededor.

15 Desde la fachada exterior de la puerta hasta el frente del vestíbulo interior de la puerta había veintiséis metros.

16 Había ventanas anchas por dentro y angostas por fuera, que daban hacia las celdas en el interior y alrededor de la puerta. Asimismo, su vestíbulo tenía ventanas alrededor y hacia el interior. Y en cada pilastra había decoraciones de palmeras.

17 Luego me llevó al atrio exterior, y he aquí que había cámaras; y el atrio alrededor tenía un enlosado. Alrededor de aquel atrio, y dando hacia el enlosado, había treinta cámaras.

18 El enlosado inferior de junto a las puertas correspondía a la longitud de las puertas.

19 Midió el ancho desde el frente de la puerta inferior hasta el frente exterior del atrio interior, y tenía cincuenta y dos metros. Así como en el norte era en el oriente.

20 Luego midió el largo y el ancho de la puerta que daba al norte del atrio exterior.

21 Tenía tres celdas en un lado y tres en el otro lado. Sus pilastras y su vestíbulo tenían las mismas medidas que la primera puerta: veintiséis metros de largo por trece metros de ancho.

22 Sus ventanas, sus vestíbulos y sus decoraciones de palmeras eran de las mismas dimensiones que las de la puerta que daba al oriente. Se subía a ella por siete gradas, delante de las cuales estaba el vestíbulo.

23 En frente de la puerta del norte, así como de la del este, había una puerta que daba al atrio interior. Él midió de puerta a puerta, y había cincuenta y dos metros.

24 Luego me condujo hacia el sur, y he aquí que había otra puerta que daba al sur. Midió sus pilastras y sus vestíbulos; eran como aquellas medidas.

25 La puerta y los vestíbulos tenían ventanas alrededor, así como aquellas ventanas. Tenía veintiséis metros de largo por trece metros de ancho.

26 Se subía a ella por siete gradas, delante de las cuales estaba el vestíbulo. Tenía decoraciones de palmeras sobre sus pilastras, tanto en un lado como en el otro lado.

27 También había en el atrio interior una puerta que daba al sur. Midió de puerta a puerta, hacia el sur, y había cincuenta y dos metros.

28 Luego me llevó por la puerta del sur al atrio interior y midió la puerta del sur; eran como aquellas medidas.

29 Sus celdas, sus pilastras y sus vestíbulos tenían aquellas mismas medidas. La puerta y los vestíbulos tenían ventanas alrededor. Tenía veintiséis metros de largo por trece metros de ancho.

30 Alrededor había vestíbulos de trece metros de largo y dos metros y medio de ancho.

31 Sus vestíbulos daban al atrio exterior y tenían decoraciones de palmeras sobre sus pilastras. Y ocho gradas daban acceso a ellos.

32 Luego me llevó al lado oriental, al atrio interior, y midió la puerta; era como aquellas medidas.

33 Sus celdas, sus pilastras y sus vestíbulos tenían aquellas mismas medidas. La puerta y los vestíbulos tenían ventanas alrededor. Tenía veintiséis metros de largo y trece metros de ancho.

34 Sus vestíbulos daban al atrio exterior, y en ambos lados tenían decoraciones de palmeras sobre sus pilastras. Y ocho gradas daban acceso a ellos.

35 Luego me llevó a la puerta del norte y midió, conforme a aquellas mismas medidas,

36 sus celdas, sus pilastras y sus vestíbulos. La puerta tenía ventanas alrededor. Tenía veintiséis metros de largo y trece metros de ancho.

37 Sus vestíbulos daban al atrio exterior y en ambos lados tenían decoraciones de palmeras sobre sus pilastras. Y ocho gradas daban acceso a ellos.

38 Había una cámara cuya entrada daba al vestíbulo de la puerta. Allí lavaban el holocausto.

39 En el vestíbulo de la puerta había dos mesas en un lado y otras dos en el otro lado, para degollar sobre ellas el holocausto, la víctima por el pecado y la víctima por la culpa.

40 En el lado de fuera, conforme uno sube a la entrada de la puerta del norte, había dos mesas; y al otro lado, que daba a la entrada de la puerta, había otras dos mesas.

41 Había cuatro mesas en un lado y cuatro en el otro, es decir, al lado de la puerta había ocho mesas sobre las cuales degollaban las víctimas.

42 Las cuatro mesas para el holocausto eran de piedra labrada, de setenta y cinco centímetros de largo y setenta y cinco centímetros de ancho y cincuenta centímetros de alto. Sobre ellas colocaban los instrumentos con que degollaban las víctimas del holocausto y del sacrificio.

43 Los rebordes, de siete centímetros, estaban fijos alrededor de la cámara, y la carne de las ofrendas estaba sobre las mesas.

44 Por fuera de la puerta interior, en el atrio interior, había dos cámaras para los cantores. Una de ellas estaba al lado de la puerta del norte y su fachada daba al sur. La otra estaba al lado de la puerta del sur y su fachada daba al norte.

45 Y me dijo: “Esta cámara que da al sur es de los sacerdotes que están a cargo del templo.

46 Y la cámara que da al norte es de los sacerdotes que están a cargo del altar. Estos últimos son los hijos de Sadoc, quienes han sido acercados al SEÑOR de entre los hijos de Leví, para servirle”.

47 Luego midió el atrio, que era un cuadrado de cincuenta y dos metros de largo y cincuenta y dos metros de ancho. Delante del santuario estaba el altar.

48 Luego me llevó al vestíbulo del templo y midió cada pilastra del vestíbulo, dos metros y medio de un lado y dos metros y medio del otro lado. El ancho de la puerta era de un metro y medio de un lado y de un metro y medio del otro lado.

49 El largo del vestíbulo era de diez metros, y el ancho de cinco metros y medio. Junto a las gradas por las cuales se subía al vestíbulo, había columnas junto a las pilastras, una de un lado y otra del otro lado.

LA IMPORTANCIA DE LA VISIÓN

Hemos llegado a la última y en todos los sentidos la sección más importante del libro de Ezequiel. Los nueve capítulos finales registran lo que evidentemente fue la experiencia culminante de la vida del profeta. Su ministerio comenzó con una visión de Dios; culmina en una visión del pueblo de Dios, o más bien de Dios en medio de su pueblo, reconciliado con ellos, gobernándolos e impartiendo las bendiciones y glorias de la dispensación final.

En esa visión se arrojan los ideales que habían ido madurando gradualmente a través de veinte años de acción enérgica e intensa meditación. Hemos trazado algunos de los pasos por los que el profeta fue guiado hacia la consumación de su obra. Hemos visto cómo, bajo la idea de Dios que le había sido revelada, se vio obligado a anunciar la destrucción de lo que se llamaba a sí mismo el pueblo de Jehová, pero que en realidad era el medio para oscurecer Su carácter y profanar Su santidad (Capítulo s 4-24).

Hemos visto además cómo la misma concepción fundamental lo llevó en sus profecías contra naciones extranjeras para predecir un gran aclaramiento de la etapa de la historia para la manifestación de Jehová (Capítulos 25-32). Y hemos visto en la sección anterior cuáles son los procesos mediante los cuales el Espíritu divino insufla nueva vida a una nación muerta y crea de sus miembros dispersos un pueblo digno del Dios que el profeta ha visto.

Pero todavía hay algo más por lograr antes de que termine su tarea. En todo momento, Ezequiel mantiene firme la verdad de que Jehová e Israel están necesariamente relacionados entre sí, y que Israel debe ser el único medio a través del cual la naturaleza de Jehová puede ser completamente revelada a la humanidad. Queda, por tanto, esbozar el esquema de una teocracia perfecta, en otras palabras, describir las formas e instituciones permanentes que expresarán la relación ideal entre Dios y los hombres.

A esta tarea se dirige el profeta en los Capítulos que tenemos ante nosotros. Esa gran Visión de Año Nuevo puede considerarse como el fruto maduro de todo el entrenamiento que Dios dio a Su profeta, ya que también es la parte de la obra de Ezequiel que influyó más directamente en el desarrollo posterior de la religión en Israel.

No se puede dudar, entonces, de que estos capítulos son una parte integral del libro, considerado como un registro de la obra de Ezequiel. Pero ciertamente es una circunstancia significativa que estén separados del cuerpo de las profecías por un intervalo de trece años. Durante la mayor parte de ese tiempo, la actividad literaria de Ezequiel estuvo suspendida. Es probable, en todo caso, que los primeros treinta y nueve capítulos se hubieran comprometido a escribir poco después de la última fecha que mencionaron, y que el oráculo de Gog, que marca el límite extremo de la visión profética de Ezequiel, fuera realmente la conclusión. de una forma anterior del libro.

Y podemos estar seguros de que, desde el período lleno de acontecimientos que siguió a la llegada del fugitivo de Jerusalén, ninguna nueva comunicación divina había visitado la mente del profeta. Pero por fin, en el vigésimo quinto año de cautiverio, y el primer día de un nuevo año, cae en un trance más prolongado que cualquier otro por el que haya pasado hasta ahora, y salió de él con un nuevo mensaje para sus hijos. gente.

¿En qué dirección se estaban moviendo los pensamientos del profeta cuando Israel pasó a la medianoche de su exilio? Que se hayan movido en el intervalo -que su punto de vista ya no sea del todo idéntico al representado en sus primeras profecías- parece ser demostrado por una ligera modificación de sus concepciones previas, que ya se ha mencionado. Me refiero a la posición del príncipe en el estado teocrático.

Encontramos que el rey sigue siendo el jefe civil de la mancomunidad, pero que su posición es difícilmente conciliable con las exaltadas funciones asignadas al rey mesiánico en el capítulo 34. Parece irresistible la inferencia de que el punto de vista de Ezequiel ha cambiado un poco, de modo que el los objetos en su imagen se presentan en una perspectiva diferente.

Es cierto que este cambio fue efectuado por una visión, y se puede decir que ese hecho nos prohíbe considerarlo como una indicación de un progreso en los pensamientos de Ezequiel. Pero la visión de un profeta nunca está fuera de relación con su pensamiento anterior. El profeta siempre está preparado para su visión; le llega como la respuesta a las preguntas, como la solución de las dificultades, cuya fuerza ha sentido, y sin la cual no transmitiría ninguna revelación de Dios a su mente.

Marca el punto en el que la reflexión da lugar a la inspiración, donde la certeza incomunicable de la palabra divina eleva el alma a la región de la verdad espiritual y eterna. Y por lo tanto, puede ayudarnos, desde nuestro punto de vista humano, a comprender el verdadero significado de esta visión, si a partir de la respuesta tratamos de descubrir las preguntas que fueron de gran interés para Ezequiel en la última parte de su carrera.

Hablando en general, podemos decir que el problema que ocupaba la mente de Ezequiel en este momento era el problema de una constitución religiosa. Cómo asegurar a la religión su verdadero lugar en la vida pública, cómo incorporarla en instituciones que conservarán sus ideas esenciales y las transmitirán de una generación a otra, cómo un pueblo puede expresar mejor su responsabilidad nacional ante Dios: estas y muchas cuestiones afines son reales y vitales hoy en día entre las naciones de la cristiandad, y fueron mucho más vitales en la era de Ezequiel.

La concepción de la religión como un poder espiritual interno, que moldea la vida de la nación y de cada miembro individual, fue al menos tan fuerte en él como en cualquier otro profeta; y se había expresado adecuadamente en la sección de su libro que trata de la formación del nuevo Israel. Pero vio que esto no era suficiente para ese momento. La masa de la comunidad dependía de la influencia educativa de las instituciones bajo las cuales vivían, y no había forma de inculcar en todo el pueblo el carácter de Jehová excepto a través de un sistema de leyes y observancias que lo exhibieran constantemente en sus mentes. .

Aún no había llegado el momento en que se pudiera confiar en que la religión actuaría como una levadura oculta, transformando la vida desde dentro y trayendo el reino de Dios en silencio mediante la operación de fuerzas espirituales. Así, mientras la última sección insiste en el cambio moral que debe pasar por encima de Israel, y la necesidad de una influencia directa de Dios en el corazón del pueblo, lo que ahora tenemos ante nosotros está dedicado a los arreglos religiosos y políticos por los cuales el debe preservarse la santidad de la nación.

Partiendo de esta noción general de lo que buscaba el profeta, podemos ver, a continuación, que su atención debe concentrarse principalmente en asuntos pertenecientes al culto público y al ritual. La adoración es la expresión directa en palabra y acto de la actitud del hombre hacia Dios, y ninguna religión pública puede mantener un nivel de espiritualidad más alto que el simbolismo que le da un lugar en la vida de la gente.

Ese hecho había sido ilustrado abundantemente por la experiencia de siglos antes del exilio. El culto popular siempre había sido un bastión de la religión falsa en Israel. Los lugares altos fueron el vivero de todas las corrupciones contra las cuales los profetas tuvieron que luchar, no simplemente por los elementos inmorales que se mezclaban con su culto, sino porque el culto en sí estaba regulado por concepciones de la deidad que se oponían a la religión de Dios. revelación.

Ahora bien, la idea de utilizar el ritual como vehículo de la más alta verdad espiritual no es ciertamente peculiar de la visión de Ezequiel. Pero allí se lleva a cabo con una minuciosidad que no tiene paralelo en ninguna otra parte, excepto en la legislación sacerdotal del Pentateuco. Y esto da testimonio de una clara percepción por parte del profeta del valor de todo ese lado de las cosas para el futuro desarrollo de la religión en Israel.

Nadie quedó más profundamente impresionado con los males que habían surgido de un ritual corrupto en el pasado, y él concibe la forma final del reino de Dios como una en la que las bendiciones de la salvación están salvaguardadas por un sistema cuidadosamente regulado de ordenanzas religiosas. . A medida que avancemos, se pondrá de manifiesto que él considera el ritual del Templo como el centro mismo de la vida teocrática y la función más elevada de la comunidad de la religión verdadera.

Pero Ezequiel estaba preparado para la recepción de esta visión, no sólo por la inclinación reformadora práctica de su mente, sino también por una combinación en su propia experiencia de los dos elementos que siempre deben entrar en una concepción de esta naturaleza. Si podemos emplear un lenguaje filosófico para expresar una distinción muy obvia, tenemos que reconocer en la visión un elemento material y un elemento formal. El asunto de la visión se deriva de la antigua constitución religiosa y política del estado hebreo.

Todas las reformas verdaderas y duraderas son conservadoras de corazón; su objetivo nunca es hacer un barrido limpio del pasado, sino modificar lo tradicional para adaptarlo a las necesidades de una nueva era. Ahora Ezequiel era sacerdote y poseía toda la reverencia de un sacerdote por la antigüedad, así como el conocimiento profesional de un sacerdote del derecho ceremonial y consuetudinario. Ningún hombre podría haber estado mejor preparado que él para asegurar la continuidad de la vida religiosa de Israel a lo largo de la línea particular en la que estaba destinada a moverse.

En consecuencia, encontramos que la nueva teocracia está modelada de principio a fin según el modelo de las antiguas instituciones que habían sido destruidas por el exilio. Si preguntamos, por ejemplo, cuál es el significado de algún detalle del edificio del Templo, como las celdas que rodean el santuario principal, la respuesta obvia y suficiente es que estas cosas existían en el Templo de Salomón, y no había razón para alterarlas. .

Por otro lado, siempre que encontremos la visión que se aparta de lo que se había establecido tradicionalmente, podemos estar seguros de que hay una razón para ello, y en la mayoría de los casos podemos ver cuál fue esa razón. En tales desviaciones reconocemos el funcionamiento de lo que hemos llamado el elemento formal de la visión, la influencia moldeadora de las ideas que el sistema pretendía expresar. Cuáles fueron estas ideas las consideraremos en los capítulos siguientes; aquí basta decir que eran las ideas fundamentales que le habían sido comunicadas a Ezequiel en el curso de su obra profética, y que han encontrado expresión de diversas formas en otras partes de sus escritos.

Que no son peculiares de Ezequiel, sino que son compartidos por otros profetas, es cierto, al igual que es cierto, por otra parte, que las concepciones sacerdotales que ocupan un lugar tan grande en su mente fueron una herencia de toda la historia pasada de la nación. Tampoco era esta la primera vez que una alianza entre el ceremonialismo del sacerdocio y la enseñanza más ética y espiritual de la profecía había demostrado ser de la mayor ventaja para la vida religiosa de Israel.

La importancia única de la visión de Ezequiel radica en el hecho de que el gran desarrollo de la profecía estaba ahora casi completo, y que había llegado el momento de que sus resultados se encarnaran en instituciones que eran principalmente de carácter sacerdotal. Y era apropiado que esta nueva era de la religión se inaugurara por medio de alguien que combinara en su propia persona los instintos conservadores del sacerdote con la originalidad y la intuición espiritual del profeta.

No se sugiere ni por un momento que estas consideraciones explican el inicio de la visión en la mente del profeta. No debemos considerarlo como un mero recurso brillante de un hombre ingenioso, que estaba excepcionalmente calificado para leer los signos de los tiempos y descubrir una solución a un problema religioso acuciante. Para que pudiera lograr el fin previsto, era absolutamente necesario que estuviera investido de una sanción sobrenatural y llevara el sello de la autoridad divina.

El mismo Ezequiel era muy consciente de esto y nunca se habría aventurado a publicar su visión si lo hubiera pensado todo por sí mismo. Tuvo que esperar el momento en que "la mano del Señor estaba sobre él", y vio en visión el nuevo templo y el río de vida que procedía de él, y la tierra renovada, y la gloria de Dios tomando su tierra eterna. habitó en medio de su pueblo. Hasta que llegó ese momento se quedó sin un mensaje sobre la forma que debía asumir la vida del Israel restaurado.

Sin embargo, las condiciones psicológicas de la visión estaban contenidas en aquellas partes de la experiencia del profeta que se acaban de indicar. Los procesos de pensamiento que durante mucho tiempo habían ocupado su mente cristalizaron repentinamente con el toque de la mano divina, y el resultado fue la maravillosa concepción de un estado teocrático que fue el mayor legado de Ezequiel a la fe y las esperanzas de sus compatriotas.

Que esta visión de Ezequiel influyó profundamente en el desarrollo del judaísmo post-exílico puede inferirse del hecho de que todas las mejores tendencias del período de restauración fueron hacia la realización de los ideales que la visión establece con una claridad incomparable. De hecho, es imposible decir con precisión hasta dónde se extendió la influencia de Ezequiel, o hasta qué punto los exiliados que regresaban pretendían conscientemente llevar a cabo las ideas contenidas en su esbozo de una constitución teocrática.

Que lo hicieron hasta cierto punto se infiere de una consideración de algunos de los arreglos establecidos en Jerusalén poco después del regreso de Babilonia. Pero es cierto que, por la naturaleza del caso, las instituciones reales de la comunidad restaurada deben haber diferido mucho en muchos puntos de las descritas en los últimos nueve capítulos de Ezequiel. Cuando miramos más de cerca la composición de esta visión, vemos que contiene características que ni entonces ni en ningún momento posterior se han cumplido históricamente.

Lo más destacable de ella es que une en una imagen dos características que a primera vista parecen difíciles de combinar. Por un lado, tiene el aspecto de un rígido sistema legislativo destinado a regular la conducta humana en todos los asuntos de vital importancia para la posición religiosa de la comunidad; por otro lado, asume una transformación milagrosa del aspecto físico del país, una restauración de las doce tribus de Israel bajo un rey nativo, y un regreso de Jehová en gloria visible para morar en medio de los hijos de Israel por alguna vez.

Ahora bien, estas condiciones sobrenaturales de la teocracia perfecta no pudieron realizarse mediante ningún esfuerzo por parte del pueblo y, de hecho, nunca se cumplieron literalmente en absoluto. Debe haber sido claro para los líderes del Retorno que por esta sola razón los detalles de la legislación de Ezequiel no eran obligatorios para ellos en las circunstancias reales en las que fueron colocados. Incluso en asuntos claramente de la competencia de la administración humana, sabemos que se consideraban libres para modificar sus reglamentos de acuerdo con los requisitos de la situación en la que se encontraban.

Sin embargo, de esto no se sigue que ignoraran el libro de Ezequiel, o que no les sirviera de ayuda en la difícil tarea a la que se dirigían. Les proporcionó un ideal de santidad nacional y el esquema general de una constitución en la que ese ideal debería encarnarse; y parece que se han esforzado por completar este bosquejo de la manera que mejor se adaptara a las estrechas y desalentadoras circunstancias de la época.

Pero esto nos devuelve a algunas cuestiones de fundamental importancia para la correcta comprensión de la visión de Ezequiel. Tomando la visión como un todo, tenemos que preguntarnos si un cumplimiento del tipo que acabamos de indicar era el cumplimiento que el profeta mismo anticipó. ¿Hizo hincapié en el aspecto legislativo o sobrenatural de la visión, en la agencia del hombre o en la de Dios? En otras palabras, ¿lo emite como un programa para ser llevado a cabo por la gente tan pronto como se presente la oportunidad de su regreso a la tierra de Canaán? ¿O quiere decir que Jehová mismo debe tomar la iniciativa al preparar milagrosamente la tierra para su recepción y ocupar Su morada en el Templo terminado, el "lugar de Su trono y el lugar de las plantas de Sus pies"? La respuesta a esa pregunta no es difícil,

Con frecuencia se asume que la descripción detallada de los edificios del templo en los capítulos 40-42 tiene la intención de ser una guía para los constructores del segundo templo, quienes deben hacerlo a la manera de lo que el profeta vio en el monte. Es muy probable que en algún grado haya servido a ese propósito; pero me parece que este punto de vista no concuerda con la idea fundamental de la visión.

El Templo que vio Ezequiel, y del único del que habla, es una casa no hecha por manos; es tanto una parte de la preparación sobrenatural para la futura teocracia como la "montaña muy alta" en la que se encuentra, o el río que fluye de ella para endulzar las aguas del Mar Muerto. En el importante pasaje donde se le ordena al profeta que exponga el plano de la casa a los hijos de Israel, Ezequiel 43:10 desafortunadamente hay una discrepancia entre los textos hebreo y griego que arroja algo de oscuridad sobre este punto en particular.

Según el hebreo, difícilmente puede haber duda de que se les muestra un bosquejo que se utilizará como plan de construcción en el momento de la Restauración. Pero en la Septuaginta, que en general parece dar un texto más correcto, el pasaje dice así: "Y tú, hijo de hombre, describe la casa a la casa de Israel (y que se avergüencen de sus iniquidades), y su forma y su construcción; y se avergonzarán de todo lo que han hecho.

Y dibuja la casa, sus salidas y su contorno; y todas sus ordenanzas y todas sus leyes les dan a conocer; y escríbalo delante de ellos, para que guarden todos sus mandamientos y todas sus ordenanzas, y las cumplan ". No hay nada aquí que sugiera que la construcción del Templo se dejó para la mano de obra humana. El bosquejo del mismo se muestra al pueblo sólo para que se avergüencen de todas sus iniquidades.

Cuando se les explique la disposición del Templo ideal, verán hasta qué punto los del primer Templo transgredieron los requisitos de la santidad de Jehová, y este conocimiento producirá un sentido de vergüenza por la torpeza de corazón que toleró tantos abusos en conexión. con su adoración. Sin duda, esa impresión se hundió profundamente en las mentes de los oyentes de Ezequiel y condujo a ciertas modificaciones importantes en la estructura del Templo cuando tuvo que ser construido; pero eso no es en lo que está pensando el profeta.

Al mismo tiempo, vemos claramente que está muy en serio con la parte legislativa de su visión. Sus leyes son leyes reales, y se dan para que puedan ser obedecidas, solo que no entran en vigor hasta que todas las instituciones de la teocracia, naturales y sobrenaturales por igual, estén en pleno funcionamiento. Y aparte de la duda dudosa en cuanto a la construcción del Templo, esa conclusión general es válida para la visión en su conjunto.

Si bien está impregnado de espíritu legislativo, los rasgos milagrosos son, después de todo, sus elementos centrales y esenciales. Cuando se cumplan estas condiciones, será deber de Israel proteger sus sagradas instituciones con la más escrupulosa y devota obediencia; pero hasta entonces no hay reino de Dios establecido en la tierra, y por lo tanto ningún sistema de leyes para conservar un estado de salvación, que sólo puede lograrse mediante la interposición directa y visible del Todopoderoso en la esfera de la naturaleza y la historia.

Esta combinación de elementos aparentemente incongruentes nos revela el verdadero carácter de la visión con la que tenemos que lidiar. Es en el sentido más estricto una profecía mesiánica, es decir, una imagen del reino de Dios en su estado final, tal como el profeta fue llevado a concebirlo. Es común a todas estas representaciones que los autores humanos de ellas no tienen idea de un largo desarrollo histórico que conduzca gradualmente a la perfecta manifestación del propósito de Dios con el mundo.

La crisis inminente en los asuntos del pueblo de Israel siempre se considera la consumación de la historia humana y el establecimiento del reino de Dios en la plenitud de su poder y gloria. En el tiempo de Ezequiel, el siguiente paso en el desarrollo del plan divino de redención fue la restauración de Israel a su propia tierra; y en la medida en que su visión es una profecía de ese evento, se realizó en el regreso de los exiliados con Zorobabel en el primer año de Ciro.

Pero para la mente de Ezequiel esto no se presentaba como un mero paso hacia algo inconmensurablemente más alto en el futuro remoto. Debe incluir todo lo necesario para la introducción completa y final de la dispensación mesiánica, y todos los poderes del mundo venidero deben manifestarse en los actos mediante los cuales Jehová devuelve a los miembros dispersos de Israel al disfrute de la bienaventuranza en Su propia presencia.

Lo que nos engaña en cuanto a la naturaleza real de la visión es el énfasis puesto en asuntos que nos parecen de importancia meramente temporal y terrenal. Tendemos a pensar que lo que tenemos ante nosotros no puede ser otra cosa que un esquema legislativo que se llevará a cabo de manera más o menos completa en el nuevo estado que debe surgir después del exilio. Los rasgos milagrosos de la visión pueden ser descartados como meros simbolismos a los que no se les atribuye un gran significado.

Legislar para el milenio nos parece una ocupación extraña para un profeta, y no estamos preparados para dar crédito ni siquiera a Ezequiel por una concepción tan audaz. Pero eso depende enteramente de su idea de lo que será el milenio. Si ha de ser un estado de cosas en el que las instituciones religiosas sean de vital importancia para el mantenimiento de los intereses espirituales de la comunidad del pueblo de Dios, entonces la legislación es la expresión natural de los ideales que deben realizarse en ella.

Y debemos recordar también que lo que tenemos que hacer es una visión. Ezequiel no es la fuente última de esta legislación, por mucho que pueda llevar la impresión de su experiencia individual. Ha visto la ciudad de Dios, y todos los reglamentos minuciosos y elaborados con los que están llenos estos nueve capítulos no son más que la exposición de principios que determinan el carácter de un pueblo entre el cual Jehová puede morar.

Al mismo tiempo, vemos que la enseñanza de la historia efectuó inevitablemente una separación de diferentes aspectos de la visión. El regreso de Babilonia se llevó a cabo sin ninguno de esos complementos sobrenaturales con los que se había invertido en la absorta imaginación del profeta. Ninguna transformación de la tierra la precedió; ninguna presencia visible de Jehová dio la bienvenida a los exiliados a su antigua morada.

Encontraron Jerusalén en ruinas, la casa santa y hermosa en una desolación, la tierra ocupada por extraterrestres, las estaciones improductivas como antaño. Sin embargo, en el corazón de estos hombres había una visión aún más impresionante que la de Ezequiel en su soledad. Sentar las bases de un estado teocrático en la triste y desalentadora luz del presente fue un acto de fe tan heroico como nunca se ha realizado en la historia de la religión.

La construcción del Templo se emprendió en medio de muchas dificultades, se organizó el ritual, aparecieron los rudimentos de una constitución religiosa, y en todo esto vemos la influencia de aquellos principios de santidad nacional que había sido formulado por Ezequiel. Pero la manifestación culminante de la gloria de Jehová fue aplazada. Profeta tras profeta apareció para mantener viva la esperanza de que este templo, aunque pobre en apariencia exterior, sería todavía el centro de un mundo nuevo y la morada del Eterno.

Pasaron los siglos, y aún Jehová no llegó a Su templo, y los rasgos escatológicos que habían aumentado tanto en la visión de Ezequiel seguían siendo una aspiración insatisfecha. Y cuando por fin, en el cumplimiento de los tiempos, se dio la revelación completa de Dios, fue en una forma que reemplazó por completo a la vieja economía y transformó sus instituciones más estables y queridas en esbozos de un reino espiritual que no conocía un Templo terrenal y que había no necesita ninguno.

Esto nos lleva a la más difícil e importante de todas las preguntas que surgen en relación con la visión de Ezequiel: ¿Cuál es su relación con la Legislación Pentateuco? Es obvio de inmediato que el significado de esta sección del libro de Ezequiel aumenta inmensamente si aceptamos la conclusión a la que se ha llevado firmemente el estudio crítico del Antiguo Testamento, que en los Capítulos que tenemos ante nosotros tenemos el primer esbozo. de esa gran concepción de una constitución teocrática que alcanzó su expresión terminada en las regulaciones sacerdotales de los libros intermedios del Pentateuco.

La discusión de este tema es tan intrincada, tan trascendental en sus consecuencias, y abarca un campo histórico tan amplio, que uno se siente tentado a dejarlo en manos de quienes se han dirigido a su tratamiento especial y a intentarlo. para llevarse lo mejor que se pueda sin asumir una actitud definida de un lado o del otro. Pero el estudiante de Ezequiel no puede evadirlo del todo. Una y otra vez la pregunta se le impondrá mientras busca determinar el significado de los diversos detalles de la legislación de Ezequiel. ¿Cómo se relaciona esto con los requisitos correspondientes de la ley mosaica? Es necesario, por tanto, en justicia para el lector de las páginas siguientes, que se haga un intento, aunque sea imperfectamente,

Podemos comenzar señalando el tipo de dificultad que se cree que surge en la suposición de que Ezequiel tenía ante él todo el cuerpo de leyes contenidas en nuestro Pentateuco actual. En ese caso, deberíamos esperar que el profeta contemplara una restauración de las instituciones divinas establecidas bajo Moisés, y que su visión reprodujera con sustancial fidelidad las minuciosas disposiciones de la ley por las cuales estas instituciones debían ser mantenidas.

Pero esto está muy lejos de ser el caso. Se encuentra que si bien Ezequiel se ocupa en gran medida de los temas para los cuales está prevista la ley, en ningún caso existe una correspondencia perfecta entre las promulgaciones de la visión y las del Pentateuco, mientras que en algunos puntos difieren mucho. materialmente el uno del otro. ¿Cómo explicar estas divergencias numerosas y, en el supuesto, evidentemente diseñadas? Se ha sugerido que la ley resultó en algunos aspectos inadecuada para el estado de cosas que surgiría después del exilio, y que Ezequiel, en el ejercicio de su autoridad profética, se comprometió a adaptarla a las condiciones de una época tardía.

La sugerencia es plausible en sí misma, pero la historia no la confirma. Porque todos están de acuerdo en que la ley en su conjunto nunca se había puesto en vigor durante un período considerable de la historia de Israel antes del exilio. Por otro lado, si suponemos que Ezequiel juzgó que sus disposiciones no eran adecuadas para las circunstancias que surgirían después del exilio, nos enfrentamos al hecho de que donde la legislación de Ezequiel difiere de la del Pentateuco es la última y no la primera la que reguló. la práctica de la comunidad post-exílica.

La ley estaba tan lejos de estar desactualizada en la era de Ezequiel que se acercaba el tiempo en que se haría el primer esfuerzo para aceptarla en toda su extensión y amplitud como la base autorizada de una política teocrática real. Por lo tanto, a menos que sostengamos que la legislación de la visión está completamente en el aire, y que no tiene en cuenta ninguna consideración práctica, debemos sentir que sus desviaciones inexplicables de las ordenanzas cuidadosamente redactadas presentan una cierta dificultad. el Pentateuco.

Pero esto no es todo. El Pentateuco en sí no es una unidad. Consiste en diferentes estratos de legislación que, aunque irreconciliables en los detalles, se considera que exhiben un progreso continuo hacia una definición más clara de los deberes que corresponden a las diferentes clases de la comunidad, y una exposición más completa de los principios que subyacen al sistema desde el punto de vista de la comunidad. comenzando. El análisis de los escritos mosaicos en diferentes códigos legislativos ha dado como resultado un esquema que en sus líneas principales es ahora aceptado por críticos de todos los matices de opinión. Los tres grandes códigos que tenemos que distinguir son:

(1) el llamado Libro de la Alianza; ( Éxodo 20:24 - Éxodo 23:1 , con el que se puede clasificar el código estrechamente aliado de Éxodo 34:10 )

(2) el Libro de Deuteronomio; y

(3) el Código Sacerdotal (que se encuentra en Éxodo 25:1 ; Éxodo 26:1 ; Éxodo 27:1 ; Éxodo 28:1 ; Éxodo 29:1 ; Éxodo 30:1 ; Éxodo 31:1 ; Éxodo 35:1 ; Éxodo 36:1 ; Éxodo 37:1 ; Éxodo 38:1 ; Éxodo 39:1 ; Éxodo 40:1 , todo el libro de Levítico y casi todo el libro de Números).

Ahora, por supuesto, la mera separación de estos diferentes documentos no nos dice nada, o poco, en cuanto a su prioridad relativa o antigüedad. Pero poseemos al menos una cierta cantidad de evidencia histórica e independiente sobre los tiempos en que algunos de ellos entraron en vigencia en la vida real de la nación. Sabemos, por ejemplo, que el Libro de Deuteronomio alcanzó la fuerza de ley estatutaria bajo las circunstancias más solemnes por un pacto nacional en el decimoctavo año de Josías.

El rasgo distintivo de ese libro es su impresionante aplicación del principio de que hay un solo santuario en el que se puede adorar legítimamente a Jehová. Cuando comparamos la lista de reformas llevadas a cabo por Josías, como se da en el capítulo veintitrés de 2 Reyes, con las disposiciones de Deuteronomio, vemos que debe haber sido ese libro y solo él el que se había encontrado en el Templo y que regía la política reformadora del rey.

Antes de ese tiempo, la ley del único santuario, si es que se conocía, era ciertamente más respetada en la infracción que en la observancia. Los sacrificios se ofrecían gratuitamente en los altares locales en todo el país, no solo por la gente común ignorante y los reyes idólatras, sino por hombres que eran los líderes religiosos inspirados y maestros de la nación. No solo eso, sino que esta práctica está autorizada por el Libro del Pacto, que permite la erección de un altar en cada lugar donde Jehová hace que se recuerde Su nombre, y solo establece mandatos en cuanto al tipo de altar que podría usarse. .

Éxodo 20:24 La evidencia es, pues, muy contundente de que el Libro de Deuteronomio, en cualquier época en que se haya escrito, no tuvo fuerza de derecho público hasta el año 621 a.C., y que hasta ese momento la aceptada y autorizada La expresión de la voluntad divina para Israel fue la ley incluida en el Libro de la Alianza.

Para encontrar una evidencia similar de la adopción práctica del Código Sacerdotal tenemos que llegar a un período mucho más tardío. No es hasta el año 444 a. C., en la época de Esdras y Nehemías, que leemos acerca del pueblo comprometiéndose mediante un pacto solemne a la observancia de reglamentos que son claramente los del sistema terminado de la ley del Pentateuco. Nehemías 8:1 ; Nehemías 9:1 ; Nehemías 10:1 Se dice expresamente que esta ley no se había observado en Israel hasta ese momento, Nehemías 9:34 y en particular que la gran Fiesta de los Tabernáculos no se había celebrado de acuerdo con los requisitos de la ley. desde los días de Josué.

Nehemías 8:17 Esto es bastante concluyente en cuanto a la práctica actual en Israel; y el hecho de que la observancia de la ley se introdujera así a plazos, y en ocasiones de importancia histórica en la historia de la comunidad, plantea una fuerte presunción contra la hipótesis de que el Pentateuco fue una unidad literaria inseparable, que debe ser conocida en su totalidad donde se conocía en absoluto.

Ahora bien, la fecha de la visión de Ezequiel (572) se encuentra entre estas dos transacciones históricas: la inauguración de la ley de Deuteronomio en 621 y la del Código Sacerdotal en 444; ya pesar del carácter ideal que pertenece a la visión en su conjunto, contiene un sistema de legislación que admite ser comparado punto por punto con las disposiciones de los otros dos códigos sobre una variedad de temas comunes a los tres.

Algunos de los resultados de esta comparación aparecerán a medida que avancemos con la exposición de los Capítulos que tenemos ante nosotros. Pero será conveniente señalar aquí la importante conclusión a la que han llegado varios críticos al discutir esta cuestión. Se sostiene que la legislación de Ezequiel representa en general una transición de la ley de Deuteronomio al sistema más complejo del documento sacerdotal.

Los tres códigos exhiben una progresión regular, cuyo factor determinante es un sentido creciente de la importancia del culto en el Templo y de la necesidad de una regulación cuidadosa de los actos que expresan la posición religiosa y los privilegios de la comunidad. En asuntos tales como las fiestas, los sacrificios, la distinción entre sacerdotes y levitas, las cuotas del templo y la provisión para el mantenimiento de las ordenanzas, se encuentra que Ezequiel establece decretos que van más allá de los de Deuteronomio y anticipan un mayor desarrollo en la misma dirección en la legislación levítica.

En consecuencia, la legislación de Ezequiel se considera un primer paso hacia la codificación de las leyes rituales que regulaban el uso del primer templo. No tiene importancia material saber hasta qué punto estas leyes se habían comprometido ya por escrito, o hasta qué punto se habían transmitido por tradición oral. El punto importante es que hasta la época de Ezequiel, el gran cuerpo de la ley ritual había sido posesión de los sacerdotes, quienes la comunicaban al pueblo en forma de decisiones particulares según lo exigía la ocasión.

Incluso el libro de Deuteronomio, excepto en uno o dos puntos, como la ley de la lepra y de los animales limpios e inmundos, no invade los asuntos del ritual, cuya administración era competencia especial del sacerdocio. Pero ahora que se acercaba el tiempo en que el Templo y su culto iban a ser el centro mismo de la vida religiosa de la nación, era necesario que los elementos esenciales de la ley ceremonial fueran sistematizados y publicados en una forma comprensible de la gente.

Los últimos nueve capítulos de Ezequiel, entonces, contienen el primer borrador de tal esquema, extraído de una antigua tradición sacerdotal que en su origen se remonta a la época de Moisés. Es cierto que esta no era la forma precisa en que la ley estaba destinada a ser puesta en práctica en la comunidad post-exílica. Pero la legislación de Ezequiel cumplió su propósito cuando estableció claramente, con la autoridad de un profeta, las ideas fundamentales que subyacen a la concepción del ritual como una ayuda para la religión espiritual.

Y estas ideas no se perdieron de vista, aunque estaban reservadas para otros, trabajando bajo el impulso de Ezequiel, para perfeccionar los detalles del sistema y adaptar los principios de la visión a las circunstancias reales del segundo Templo. A través de qué etapas posteriores se llevó a cabo el trabajo, difícilmente podemos esperar determinar con exactitud; pero se terminó en todos los aspectos esenciales antes del gran pacto de Esdras y Nehemías en el año 444.

Consideremos ahora la relación de esta teoría con la interpretación de la visión de Ezequiel. Nos permite hacer justicia al inconfundible propósito práctico que impregna su legislación. Nos libera de las graves dificultades involucradas en la suposición de que Ezequiel escribió con el Pentateuco terminado delante de él. Vindica al profeta de la sospecha de desviaciones arbitrarias de un estándar de venerable antigüedad y de autoridad divina, que luego se demostró por experiencia que se adaptaba a los requisitos del Israel restaurado en cuyo interés Ezequiel legisló.

Y al hacerlo, le da un nuevo significado a su afirmación de hablar como un profeta que ordena un nuevo sistema de leyes con autoridad divina. Si bien es perfectamente coherente con la inspiración de los libros mosaicos, coloca el de Ezequiel sobre una base más segura que la suposición de que todo el Pentateuco era de autoría mosaica. Implica, sin duda, que los detalles de la ley sacerdotal estaban en una condición más o menos fluida hasta la época del exilio; pero explica el hecho, por lo demás inexplicable, de que las diversas partes de la ley entraron en vigencia en diferentes momentos de la historia de Israel, y lo explica de una manera que revela el funcionamiento de un propósito divino a lo largo de todas las edades de la existencia nacional.

Es posible ver que la legislación de Ezequiel y la de los libros levíticos son en su esencia semejantes al mosaico, ya que están fundadas en las instituciones y principios establecidos por Moisés al comienzo de la historia de la nación. Y se transmite un interés completamente nuevo al primero cuando aprendemos a considerarlo como una contribución trascendental a la tarea que sentó las bases de la teocracia post-exílica: la tarea de codificar y consolidar las leyes que expresaron el carácter de la nueva nación como pueblo santo consagrado al servicio de Jehová, el Santo de Israel.

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