(heb., «suf»).

En la angustia de su permanencia en el fondo del mar, el profeta Jonás ora a Dios diciendo: «Las aguas me rodearon hasta el cuello, me rodeó el abismo, y un alga se ha anudado a mi cabeza» (Jon. 2:6). Éste es el mismo vocablo que el que en el Éxodo designa al Mar Rojo (Éx. 10:19), aun cuando curiosamente ninguna de las versiones antiguas de la Escritura traduce estos pasajes por algas. Ciertamente las algas crecen en el «mar rojo», que es precisamente lo que les da la característica coloración.


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