En sentido real es la mezcla que resulta de la unión de tierra y agua. Tiene también un significado peyorativo: se aplica a las cosas de poco valor, despreciables. En la Biblia se encuentra esta palabra aplicada al hombre por contraste con Dios, y así San Pablo recoge esta imagen expuesta no pocas veces en el Antiguo Testamento (Is. 29:16; 64:7; Jer. 18:1-6; Ec. 33:13-14; Ro. 9:20-21).

El barro se empleaba en las construcciones. Los ladrillos se cocían al fuego con una técnica aprendida por los israelitas en Egipto (Jer. 18:3; 43:9). Se los reforzaba con paja, como se puede ver en muchas ruinas (Gn. 11:3; Éx. 1:14; 5:6-19), después se los ponía a secar al sol y con ellos se construían las casas (Jb. 38:14). También se hacían construcciones de materiales preciosos, pero en menos escala que en Grecia y Roma.


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