= «bajo, llano».

Hijo de Cam, nieto de Noé (Gn. 9:18-27).

De Canaán dijo Noé: «Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos», y después se añade que será siervo de Sem y de Jafet. Puede parecer extraño a primera vista que Noé no maldijera a Cam personalmente, puesto que había sido él quien no había respetado a su padre; pero la maldición y deshonra sobre el hijo recaía también sobre el padre. Añádase a esto que Dios ya había bendecido a Cam juntamente con Noé, y había hecho pacto con Él. ¿Cómo podría llevar a Noé a maldecirle directamente? (cp. Gn. 9:1, 8). Además, no todos los hijos de Cam vinieron a ser siervos de Sem; fue sólo sobre Canaán que cayó la maldición. Nimrod, hijo de Cam, fue el fundador de los grandes reinos de Oriente, y no leemos que nunca fuera tributario de Israel como sí lo fue Canaán. Dios, en Su sabio gobierno, condujo a Noé a pronunciar la maldición sobre Canaán («Maldito sea Canaán....»: Gn. 9:25), en intenso contraste con la bendición de Jehová sobre Sem, que fue cumplida en Israel.

CANAÁN, LA TIERRA Y SU CONQUISTA.

(A) GEOGRAFÍA.

Geográficamente, el nombre de Canaán no fue dado inicialmente más que a la costa baja de Palestina, para distinguirla de la región montañosa vecina (Nm. 13:29; Jos. 11:3). Más tarde, esta designación llegó a comprender el valle del Jordán, y finalmente toda la Palestina al oeste del río. Canaán vino a ser uno de los nombres más corrientes para designar el país que habitaban los hebreos, por mucho que en realidad no ocupaban más que la zona montañosa de Palestina y el valle del Jordán, y sólo una insignificante sección de la costa marítima (Gn. 11:31; Nm. 13:2).

(B) LENGUA.

El hebreo, la lengua del pueblo de Dios, pertenece al grupo nororiental de lenguas semíticas. Después de la conquista israelita, se impuso en Canaán con las inevitables acomodaciones, sin dificultad, debido a los estrechos lazos que lo unían con la lengua de los cananeos vencidos. Si recibe el nombre de «lengua de Canaán» (Esd. 19:18), no se debe solamente por el hecho de que se hablara en Canaán: era una lengua cananea.

(C) CONQUISTA.

Después de la muerte de Moisés, los hebreos, acaudillados por Josué, conquistaron Canaán. El plan de guerra incluía el establecimiento de un campamento permanente en Gilgal, al este de Jericó, en la llanura (Jos. 4:19; 5:10). Desde allí, los israelitas subieron contra Hai y hacia Gabaón (Jos. 4:19; 5:10). La situación de este campamento ofrecía grandes ventajas. En Gilgal, Josué no tenía enemigos a sus espaldas; abundaba el agua, y las dos tribus y media más allá del Jordán podían suministrar provisiones; además, los botines obtenidos quedaban protegidos. El campamento presentaba las siguientes características:

La presencia del tabernáculo (Jos. 6:24; cp. Jos. 9:23; 18:1; 22:19);

del arca (Jos. 3:17; 6:11, etc., 7:6);

del altar (Jos. 9:27; cp. Jos. 22:19, 28, 29);

allí estaba Eleazar, el sumo sacerdote (Jos. 14:1, cp. Jos. 6);

además, la presencia de otros sacerdotes (Jos. 6:6, 12, etc., Jos. 8:33);

las 12 piedras colocadas sobre el lecho del Jordán, puestas allí para conmemorar el paso del río (Jos. 4:20).

El plan ulterior de Josué incluía una expedición preliminar contra los enemigos que amenazaban el campamento. Jericó dominaba la entrada de Canaán y el valle, y fue en seguida tomada. A continuación avanzó hacia el interior del país montañoso, y tomó Hai. Esta ciudad se hallaba a la entrada del valle situado frente a Gilgal. Las tropas de Hai hubieran podido lanzarse contra el campamento. Después de estas operaciones preliminares, Josué, siguiendo las órdenes de Moisés, erigió un altar sobre el monte Ebal (Jos. 8:30-35; Dt. 27). Durante estas solemnidades se presentaron unos embajadores de Gabaón, pretendiendo venir de un lejano país; Josué hizo alianza con ellos, sin consultar al Señor. Los sucesos posteriores muestran que esta fue una grave imprudencia (Jos. 9). Habiendo ya puesto un pie en el país, Josué efectuó dos campañas para conseguir su conquista. La alianza de los 5 reyes provocó la expedición contra el sur (Jos. 10). El rey de Jerusalén reunió consigo a los reyes de Hebrón, de Laquis, de Eglón y de Jarmut para atacar Gabaón; Josué se vio obligado a socorrer a los gabaonitas, con los que acababa de celebrar un tratado de alianza. Los 5 reyes fueron derrotados, y se lanzaron en retirada por la bajada de Bet-horón. En su victoriosa persecución, Josué se apoderó de Maceda, ciudad que debía hallarse en la llanura marítima, o cerca de ella. Allí plantó un campamento provisional, tomó Libna, que se hallaba también en la llanura, y después Laquis, donde venció al rey de Gezer. Dirigidos por Josué, los israelitas tomaron también Eglón, donde levantaron otro campamento provisional; después tomaron Hebrón, desde donde se lanzaron hacia la región montañosa, y se apoderaron de Debir. Así, Josué asumió el control de todo el país comprendido entre Gabaón, Gaza y Cades-barnea, y después se dirigió de vuelta a Gilgal.

Fue en el transcurso de esta campaña que Josué hizo detener el sol (Jos. 10:12-15). Este suceso tuvo lugar durante un período de milagros. (Véase MILAGRO). Éste es mencionado en el libro de Jaser, una recopilación de poemas con notas en prosa (véase SOL). Ya bien debido a la presión de la coalición del norte, o debido a que él lo juzgara oportuno, Josué decidió dejar a un lado las ciudades poco importantes de la costa marítima al norte de Filistea, para dar un golpe decisivo contra el populoso y poderoso Norte (Jos. 11). El rey de Hazor, jefe de una confederación de reyezuelos, oyó de las victorias israelitas en el sur, y ordenó a todo el resto de reyes que se unieran a él para aplastar a Josué. Los ejércitos aliados se reunieron en las aguas de Merom. Josué se dirigió hacia allí, y atacó a los reyes, derrotándolos y persiguiéndolos hasta Sidón al noroeste, y hasta Mizpa al este; después se dirigió a Hazor, tomándola e incendiándola, y se apoderó de las otras capitales de los pequeños reinos aliados. En Jos. 11:16-12:24 se resume esta fase de la conquista. Estas campañas quebrantaron el poder de los cananeos, pero no fueron totalmente destruidos. Quedaron muchos habitantes del país y les quedaron ciudades importantes (Jos. 11:13; 15:53; 16:10, etc.). Incluso allí donde la destrucción había sido total, una buena cantidad de gentes había conseguido huir o esconderse; al retirarse los ejércitos (Jos. 10:43) retornaban, reconstruían sus ciudades destruidas, y volvían a cultivar sus devastados campos. Años después, cuando las tribus de Israel se dispersaron por el país para instalarse, encontraron resistencias por uno y otro lado (Jue. 1). (Véase HEBRÓN, JOSUÉ).

(D) DURACIÓN DE LA CONQUISTA.

Fue larga, ya que ninguna ciudad hizo paz con Israel, a excepción de las ciudades de los gabaonitas (Jos. 11:18, 19; cp. Jos. 9:17). Se puede calcular con precisión la duración de este período: desde el envío de los espías, el segundo año después de la salida de Egipto (cp. Nm. 10:11; 13:20; Dt. 1:3) hasta el momento de la entrega de Hebrón a Caleb, durante la partición del país, transcurrieron 45 años; por otra parte, desde el envío de los espías hasta el tiempo en que se atravesó el torrente Zared (Dt. 2:14), hay 38 años; quedan, para la conquista del país, al este y al oeste del Jordán, alrededor de 6 u 8 años. Falta deducir el tiempo que se precisó para la conquista de la parte oriental del país, y los sucesos de Sitim. La muerte de Aarón (Nm. 33:38) sobrevino el día 1º del 5º mes del año 40, y el paso del Jordán (Jos. 4:19) tuvo lugar el día 10º del mes 1º. La conquista del país de Sehón y de Og, y los acontecimientos de Sitim ocuparon algo más de 8 meses, 9 días, porque se precisa de alrededor de 2 meses para los acontecimientos de Sitim (cp. Dt. 1, 3, 4 y Jos. 4:19; Dt. 34:8; Jos. 2:22, etc.; cp. Josefo, Ant. 5:1, 1-18), lo que deja entre 5 y 6 años para la conquista de la Palestina occidental. Dice Josefo que esta conquista tomó 5 años (Ant. 5:1, 9).

(E) ERRORES TÁCTICOS.

Hay tres hechos que pueden ser considerados como errores tácticos que tuvieron graves consecuencias posteriores:

la alianza con Gabaón,

la dejación de Jerusalén en manos de los jebuseos (Jos. 15:63)

y de la llanura costera en manos de los filisteos.

Un vistazo al mapa muestra que estos tres errores dejaron a Judá y Simeón aislados del resto de la nación. La principal ruta de Judá hacia el norte estaba dominada por los jebuseos de Jerusalén, y las colonias gabaonitas la flanqueaban al oeste a lo largo de 16 kilómetros entre Jerusalén y Jericó; al este había una región montañosa, agreste, desierta, cortada por gargantas infranqueables. De Jerusalén al Mediterráneo se extendía toda una serie de islotes cananeos: los gabaonitas, los cananeos de Dan, y los filisteos. Este aislamiento de Judá y de Simeón tendría gravísimas repercusiones que pueden dar explicación a la historia de los años posteriores.

(F) EXTERMINACIÓN DE LOS CANANEOS.

¿Es posible justificar la exterminación de los cananeos por parte de los israelitas? La expropiación de las tierras de los cananeos estaba conforme con el espíritu de aquella época. Los cananeos habían hecho a otros lo mismo que les hacían ahora los israelitas. En tiempos de guerra, los hebreos se condujeron mucho mejor que lo autorizado por las costumbres de la antigüedad. Desde el punto de vista de la época, no eran ni sanguinarios ni crueles. Los asirios nos han dejado relatos de sus propias guerras. Frecuentemente decapitaban a los habitantes de las ciudades conquistadas, y hacían montones con sus cráneos; crucificaban o empalaban a sus prisioneros, les sacaban los ojos con la punta de la lanza, o los despellejaban vivos. Los relatos de las batallas de Israel contra los cananeos hablan de muerte, pero no de tortura. La dificultad moral proviene del hecho de que la exterminación de los cananeos hubiera sido ordenada por Dios, con lo que para algunos Su carácter queda así en entredicho. Sin embargo, esta postura rechaza la soberanía de Dios, gobernada por Su conocimiento absoluto y designio justo (cp. Gn. 18:25 b). Recordemos aquí que Dios tenía un doble propósito en la orden dada de destruir totalmente y expulsar a los cananeos. Dios quería arrojar sobre ellos un juicio (Gn. 15:16; Lv. 18:25; Dt. 9:3, 4; 18:12) y evitar el contagio del mal (Éx. 23:31-33; 34:12-16; Dt. 7:2-4). Se trataba de lanzar un castigo sobre la inicua perversidad de los cananeos y de evitar que contaminaran moralmente al pueblo de Dios. La Biblia no dice en absoluto que los cananeos fueran los más culpables de todos los hombres. Sus costumbres no eran peores que las descritas de los paganos en Ro. 1. Pero los cananeos idólatras se habían entregado a vicios infames, a cultos abominables, y sobrepasaban a otras naciones en la práctica de los sacrificios humanos. Todos los hombres deben morir. Dios tiene en cuenta la responsabilidad de los individuos, así como la de las naciones, y trata a todos en consecuencia. Así, condenó a las naciones cananeas al exterminio, como castigo a su perversidad y para impedir que sedujeran a Su pueblo. En la época de Noé, Dios aniquiló, mediante el Diluvio, a una raza humana totalmente corrompida. Un cataclismo destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra, las inicuas ciudades de la llanura. Faraón y su ejército fueron arrojados al mar Rojo. Una convulsión de la tierra y un fuego hicieron desaparecer a Coré y a su grupo de rebeldes. En el caso de Canaán, Dios, en lugar de emplear las fuerzas de la naturaleza, se sirvió de los israelitas como ejecutores. Es de esta forma que Dios hacía comprender de una manera solemne a los israelitas que ellos, como ejecutores de la justicia de Dios por los hechos abominables de los cananeos, no debían ser sus imitadores; en tal caso, la tierra los vomitaría a ellos, como vomitaba a los cananeos, bajo los juicios de Dios (cp. Lv. 18:24-30). Es así como se justifica la destrucción de los cananeos por parte de los israelitas bajo las órdenes de Dios. Según los designios de Dios, este juicio justo tuvo que ejecutarse en interés de Su justicia, del pueblo, y de la humanidad. Al no llevar a cabo las instrucciones de Dios de una manera puntual para eliminar esta infección que la amenazaba, Israel se dejó finalmente contaminar, atrayendo sobre sí los juicios de Dios.

(G) DIVISIÓN DEL TERRITORIO.

La división del territorio conquistado al oeste del Jordán se hizo en parte en Gilgal y en parte en Silo, adonde había sido llevado el tabernáculo (Jos. 14-21). El sacerdote Eleazar, Josué y los diez jefes de las casas patriarcales (Jos. 17:4; cp. Nm. 34:17, 18) dirigieron las operaciones: se procedió a echar suertes (Jos. 18:6).

Ya se había precisado la ley de partición; las tribus más numerosas recibirían el mayor territorio, y cada uno debería dirigirse a donde le hubiera tocado en suerte (Nm. 26:52-56; 33:54). Los rabinos afirman que se emplearon dos urnas, conteniendo una de ellas los nombres de las tribus, y la otra los nombres de los distritos. Se extraía el nombre de la tribu y el del territorio que iba a ser su posesión. El número de miembros de la tribu decidía a continuación la extensión real del distrito que había caído en suerte. Es posible que la comisión de partición eligiera un distrito sin delimitarlo estrictamente, determinando solamente a qué tribu iba a corresponder.

También, en el reparto, se tuvo que proceder a resolver problemas particulares; Caleb, p. ej., tenía que poseer Hebrón, y ello independientemente de la heredad dada a Judá; también se debían respetar las palabras postreras de Jacob (Gn. 49). Así, Zabulón recibió una parte del territorio que no incluía la costa marítima; indudablemente, se le dio también una franja costera para ajustarse a lo que había indicado el patriarca. La zona asignada a Judá era considerable (Jos. 15:1-63); después que tuvo lugar el reparto efectivo, el territorio dado a Simeón se incluyó dentro del de Judá (Jos. 19:9). Efraín y Manasés tenían que morar como vecinos, según el deseo de Jacob; por ello no se echaron sus suertes por separado, sino conjuntamente como hijos de José. (Véase PALESTINA).


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