(gr. «epistrophë» = «volverse a»).

En las Escrituras es el efecto que acompaña al nuevo nacimiento, un volverse hacia Dios. Se expresa, magnamente en el caso de los tesalonicenses, mostrando cómo «os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Ts. 1:9).

Pablo y Bernabé pudieron informar a los santos en Jerusalén de «la conversión de los gentiles» (Hch. 15:3).

En el discurso de Pedro a los judíos dice él: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados» (Hch. 3:19).

Sin convertirse, no podrían entrar en el reino de los cielos (Mt. 18:3).

Se usa este término en un sentido algo distinto con respecto al mismo Pedro. Sabiendo el Señor que Pedro iba a caer bajo las sacudidas de Satanás, le dijo: «Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos»; esto es, cuando hubiera vuelto en contrición, o hubiera sido restaurado.

En el AT los términos hebreos que significan lo mismo, «ser vuelto», «volverse», aparecen en pasajes como Sal. 51:13; Is. 6:10; 60:5; cp. 1:27.


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