La primera utilización de fuego en la Biblia se halla sobrentendida en el relato del sacrificio de Caín y de Abel (Gn. 4:3).

No se ha llegado a conocer aún a ninguna nación que no haya conocido el uso del fuego; lo que sí se ignora es quién lo enseñó a los hombres. Los pueblos antiguos tenían multitud de leyendas acerca de esto. Según la mitología griega, Prometeo, habiendo arrebatado a Zeus el fuego del cielo, fue encadenado en una peña por toda la eternidad.

El fuego es, evidentemente, indispensable para el hombre (Eclo. 39:26).

Sirve para diversas actividades: (Gn. 4:22),

para la preparación de alimentos (Éx. 16:23; Is. 44:16),

para calentarse (Jer. 36:22; Jn. 18:18; Hch. 28:2).

Los holocaustos ofrecidos a Jehová tenían que ser totalmente consumidos por fuego (Gn. 8:20). Era como si el fuego hiciera subir hasta Dios el sacrificio; se decía, metafóricamente, que era un olor suave a Jehová (Gn. 8:21). El que ofrecía un sacrifico encendía el fuego (Gn. 22:6). Moisés ofreció holocaustos sobre el altar que erigió (Éx. 40:29). Al final de la ceremonia de consagración de Aarón y de sus hijos al sacerdocio, el fuego de Jehová cayó sobre el sacrifico, consumiéndolo totalmente (Lv. 9:24); Dios había aceptado la ofrenda y manifestó su gloria. El fuego del altar no debía extinguirse nunca (Lv. 6:9-13). En la inauguración del Templo y del nuevo altar, descendió fuego del cielo, consumiendo el sacrificio (2 Cr. 7:1). En otras ocasiones, Dios manifestó también su aprobación con fuego del cielo consumiendo el holocausto (Jue. 6:21; 1 R. 18:23, 24; 1 Cr. 21:26).

Entre los paganos había adoradores del fuego (Sab. 13:2). Los secuaces del culto de Moloc, Baal y otros idólatras consagraban sus recién nacidos arrojándolos a las llamas (2 R. 16:3; 21:6; Jer. 7:31; Ez. 16:20, 21). En ocasiones, se agravaba la pena de muerte quemando el cadáver del ejecutado (Lv. 20:14; 21:9; Jos. 7:25; 2 R. 23:16).

Frecuentemente, el fuego simboliza la presencia del Señor, que libera, purifica o consume (Éx. 14:19, 24; Nm. 11:1, 3, etc.). De esta manera Jehová se apareció en la zarza ardiente en Sinaí (Éx. 3:2; 19:18) se reveló en medio del fuego a Isaías, Ezequiel, Juan (Is. 6:4; Ez. 1:4; Ap 1:14) y así aparecerá cuando vuelva (2 Ts. 1:8).

El fuego es asimismo un símbolo del Espíritu Santo (Hch. 2:3) y de la Palabra de Dios (Jer. 5:14; 23:29)

El fuego finalmente figura entre las expresiones relativas al juicio de Dios:

Los malvados serán consumidos por el fuego de su ira (Sal. 68:3; 97:3; Is. 30:33; 47:14; Mt. 3:10; 7:19; Jn. 15:6);

conocerán el fuego de la Gehena (Mt. 5:22; 18:9; Mr. 9:43),

el horno ardiente (Mt. 13:42, 50),

el fuego eterno (Mt. 18:8; 25:41; Jud. 7),

el fuego que no se apaga (Mt. 3:12, cp. Is. 66:24),

el lago ardiendo con fuego y azufre (Ap. 19:20; 20:10, cp. Ap. 14:10; 20:14).

(Véase CASTIGO ETERNO).


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