Desde el renacimiento se señaló la diferencia entre el griego de la literatura clásica, o ático, y el griego en que se había escrito el NT. Erasmo, y otros humanistas, lo consideraban un lenguaje imperfecto y deformado. En cambio, otros llegaron a pensar que sus peculiaridades se debían a los temas que trataba de la revelación divina. Se llegó finalmente a sostener que se trataba de «un lenguaje del Espíritu Santo», en el que gran número de expresiones y términos habrían sido acuñados especialmente para el papel de transmitir la revelación del Nuevo Testamento. Esta postura fue sostenida a lo largo del siglo pasado por diversas autoridades, en vista de la gran divergencia del lenguaje del NT con el de la literatura clásica.

El descubrimiento en 1896/97 de una gran cantidad de papiros griegos, en Oxyrhyncus, Egipto, aportó una gran cantidad de materiales escritos en el griego vernacular del siglo I. A. Deissmann, que los estudió profundamente, descubrió un estrecho paralelismo entre el lenguaje de estos papiros y el del NT. Muchos de los términos tenidos como «hapax legomena» (términos que aparecen sólo una vez en el NT) aparecían también en estos papiros, en contextos comerciales, domésticos, etc. Así, se pudo identificar el lenguaje del NT como la lengua «koinë» (común) del mundo grecorromano. El «koinë» era la lengua de relación de los distintos pueblos que bordeaban el Mediterráneo. No había sido, pues, acuñada expresamente para el propósito de expresar la revelación, sino que Dios se sirvió de los términos y modo de hablar de las gentes para darles su comunicación, usando sus términos diarios y comúnmente conocidos dentro del contexto de la revelación de las verdades espirituales y prácticas. Así, en lugar de erigirse una barrera lingüística, Dios se dirigía al mundo grecorromano en una lengua que les era perfectamente comprensible, un griego popular, perfecto vehículo para una comunicación que les sería rápidamente asimilable en lo tocante al lenguaje.

A la luz de estos descubrimientos, tanto A. Deissmann como J. H. Moulton y G. Milligan, y muchos otros autores, emprendieron sendos estudios comparativos entre las formas literarias del NT y los papiros. Sin embargo, Deissmann llegó a extremos en su postura denigratoria de la calidad de la literatura neotestamentaria, admitiendo sólo en Hebreos una elevación literaria. Llega al punto de decir que Pablo «no escribió epístolas, sino cartas». Pero ante esta gratuita afirmación se levantan las Epístolas a los Romanos y a los Efesios. Aunque es cierto que Pedro y Juan no poseían una cultura literaria (cp. Hch. 4:13), no se puede decir lo mismo de Lucas y Pablo. No se les puede reprochar que no usaran la lengua ática. Ésta no era necesariamente superior. En los elocuentes pasajes de Pablo se halla un ritmo (cp. 1 Co. 13, 15) nacido no de la conformidad a las reglas de la retórica, sino de un alma que siente y vive profundamente lo que está expresando. No se puede negar la calidad literaria de Lucas y Pablo sin estrechar indebidamente el sentido del término «literario». Así, vemos en el NT a Dios usando a distintos tipos de hombres, en su providencia y conocimiento previo, para distintas funciones a realizar en diferentes estilos. Frente a las valoraciones drásticas de Deissmann se levanta la valoración de Milligan.

Deissmann, sin embargo, hace una positiva aportación, al identificar muchas de las palabras «bíblicas» y «eclesiásticas» como pertenecientes al uso común de la época («Bible Studies» y otras obras). Ejemplos de estos términos que se habían considerado peculiares del NT son: «apóstolos», «baptismós», «pároikos», etc. En el «koinë» aparece también la característica del griego del NT a formar palabras compuestas con una y dos preposiciones prefijadas (p. ej.: «antapokrinomai», «sunantilambanomai», etc.).

Es innegable, sin embargo, una cierta influencia semítica en algunos de los escritos del NT; la tendencia a rechazar una característica como semítica debido a que se halle en los papiros egipcios no tiene en cuenta el influjo judaico en la formación del lenguaje «koinë» de Egipto, con una abundante colonia judía helenizada.

En un artículo de poca extensión es imposible tratar de una manera mínimamente adecuada toda la temática de las características literarias de los escritos del NT. Baste señalar que se considera Hebreos como el escrito de mayor corrección. Lucas y Pablo se entrevén hombres de cultura y capacidad, libres de artificiosidad. En Pablo, se adivina el bilingüe. Mateo usa el lenguaje con corrección y dignidad, aunque con una cierta monotonía. En Marcos se ve a un narrador más preocupado por dar expresión y viveza al relato que una expresión encorsetada. El Evangelio de Juan tiene una elevación y dignidad sin par. Se han propuesto diversas explicaciones para dar razón de la diferencia de estilos con Apocalipsis y sus cartas. Entre ellas, que el Evangelio pudo haber sido revisado por los ancianos de Éfeso (cp. Jn. 21:24). Lo mismo sucede con las diferencias entre 1 y 2 Pedro. Esta última tiene un estilo que evidencia el propio estilo petrino «sin correcciones», en tanto que 1 Pedro pudo haber sentido el efecto de la mano de Silvano (cp. 1 P. 5:12). Similarmente, las diferencias de estilo en los diversos escritos de Pablo se pueden atribuir sin ningún género de dudas a su propio desarrollo personal a lo largo de una vida dedicada a la predicación de la cruz de Cristo, siempre enfrentándose con nuevas situaciones y nuevos problemas, demandantes de nuevos énfasis. Se debe tener en cuenta que en el estilo de un escritor, que evidentemente le es peculiar, entran como factores modificadores tanto el tema que trata como el hecho de que el estilo evoluciona con el paso del tiempo y las influencias diversas a que está sometido. En el caso de Pablo, se ha de tener en cuenta la posible interacción con sus amanuenses. Todo ello no hace de menos a la acción del Espíritu Santo en la inspiración, sino que muestra cómo Él se mueve y actúa usando todas las circunstancias para cumplir en todo momento su acción en revelación verbal a los hombres.

Recapitulando, los estudios han llevado a la conclusión de que «el griego bíblico» no es otro, en esencia, que el «griego koinë» que se usaba en la comunicación habitual en el mundo grecorromano desde el año 300 a.C. hasta el 300 d.C.

Ello muestra cómo Dios prepara la dinámica de la historia para llegar a la producción de un vehículo lingüístico admirablemente apropiado para su revelación, con todo su contenido conceptual, que hallamos en el NT.

Bibliografía:

H. E. Dana y J. R. Mantey: «Gramática griega del Nuevo Testamento» (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, Texas, 1975);

F. Lacueva: «Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español» (Clíe, Terrassa, España, 1984);

A. T. Robertson: «Language of the New Testament» en ISBE (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, Michigan, 1946);

W. E. Vine: «Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento» (Ed. Clíe, Terrassa, España, 1984).


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