En nuestras Biblias es la decimocuarta epístola del NT. Por lo general, se admite que se dirige a cristianos de origen judío, tentados a recaer en el judaísmo a causa de la hostilidad ambiental (He 2:1; 3:12; 4:1, 11; 5:12; 6:6; 10:23-25, 29). Convertidos pronto al Evangelio (He. 5 12) lo habían recibido de boca de los primeros predicadores (He. 2:3). Las persecuciones se abatieron pronto sobre ellos (He. 10:32-34) y habían ayudado frecuentemente a los santos (He. 6:10; 10:34). La epístola no hace ninguna alusión a los cristianos de origen pagano que pudieran haber sido miembros de las mismas iglesias, amenazados de un retorno a las ceremonias rituales más que a la Ley. Las características de los destinatarios se corresponden más bien con las de los cristianos hebreos de Palestina; parece evidente que es a ellos a los que se dirigió esta carta, al mismo tiempo posiblemente que a otros judíos cristianos de oriente. Ciertos exegetas mantienen sin embargo que contempla a los cristianos de origen pagano o a los cristianos en general, sea cual fuere su origen, o incluso a un pequeño grupo establecido en Roma.

(a) AUTOR.

El problema del autor ha suscitado controversias desde la antigüedad. La iglesia primitiva de oriente afirmaba que su autor era Pablo, aunque el estilo fuera diferente de las otras epístolas del apóstol. Se han adelantado varias teorías para dar cuenta de estas diferencias. Clemente de Alejandría alegaba que esta carta podría ser una traducción de Lucas de un ms. hebreo de Pablo. En cambio, la iglesia de occidente en los siglos III y IV, rechazó la paternidad paulina de Hebreos, y llegó a dudar de su inspiración, aunque Clemente de Roma ya la había reconocido a finales del siglo primero. Orígenes, en el siglo III, afirmaba que solamente Dios conocía a su redactor (cfr. Eusebio, Historia Eclesiástica 6:25,14). Delitzsch señala que esta epístola se presenta como Melquisedec, «sin padre, sin madre». Se presenta solitaria, en su dignidad regia y sacerdotal y, a semejanza de él, carece de antecedentes. Durante mucho tiempo, sin embargo, prevaleció la postura de la iglesia de oriente y fue generalmente aceptada. Sin embargo, la evidencia interna indica que no es traducción de un original hebreo. Su estilo griego es depurado. La opinión comúnmente admitida en la actualidad de que Pablo no fue su autor, sino alguno de sus discípulos, sin embargo, no puede ser mantenida dogmáticamente. Se dice que las pruebas objetivas e internas no son suficientes para demostrar que Pablo sí escribió esta epístola. En todo caso, tampoco son suficientes para demostrar que él no fue su autor. Por una parte, se debe admitir que la diferencia de estilo entre las epístolas reconocidas de Pablo y Hebreos no se debe necesariamente a que sean de diferentes autores. El carácter íntimo de las epístolas de Pablo, dirigidas, excepto Romanos y Colosenses, a congregaciones conocidas del apóstol, y todas ellas pertenecientes a su campo de acción como apóstol, se contrapone al carácter de ensayo de Hebreos, dirigida además a unos creyentes ante los cuales Pablo no había sido dirigido como apóstol (pues lo era a la incircuncisión), pero a los que sí podía escribir como maestro autorizado. Esto puede dar cuenta perfecta de la diferencia, al tratarse de un ensayo trabajado, argumentado, elaborado, en contraste con sus otras epístolas, escritas de una manera más espontánea y familiar.

Asimismo, puede ello dar cuenta perfecta de que no diera su nombre. En este escrito dirigido a cristianos de origen hebreo, más que su autoridad apostólica, que no le había sido dada para ellos, contaba la articulación de sus argumentos en torno a la autoridad de las Escrituras del Antiguo Testamento, alrededor de las cuales, por vía de una tipología de contrastes, se erige toda la exposición.

Por otra parte, el testimonio del mismo apóstol Pedro no puede ser dejado de lado. Dirigiéndose «a los expatriados de la dispersión (diáspora) en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia», los israelitas dispersos (1 P. 1:1, cfr. 2 P. 3:1), les dice de manera clara: «como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, como también en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas» (2 P. 3:15, traducción revisada cotejando con el original). En esta frase, Pedro les recuerda un escrito dirigido a ellos por Pablo, esto es, a los hebreos de la dispersión, escrito en el que afirma lo mismo que «en todas sus epístolas». Si a este testimonio unimos el de la iglesia de oriente desde la época más temprana, parece que hay un gran peso de evidencia para sostener que Pablo fue el autor de Hebreos.

Otras objeciones a la paternidad paulina, como su tratamiento de la fe, la concepción escatológica del capítulo 12, y el tratamiento de las Escrituras del Antiguo Testamento como «arsenal de tipos», que, según algunos, no son característicos de la literatura paulina, no son convincentes.

(A) La fe puede ser considerada desde diversos ángulos, al igual que otros conceptos, dentro de una armonía de complementariedad. Pablo se estaba dirigiendo a sus lectores con unos fines muy distintos a los expresados en otras epístolas.

(B) La concepción escatológica del capítulo 12 no es doctrinalmente contradictoria a la de Pablo. Se está refiriendo, no a la esperanza de la iglesia, sino al juicio de Dios sobre los adversarios y a los profesantes apóstatas, con la culminación del establecimiento del estado eterno.

(C) Es evidente que en su tratamiento de las Escrituras con los judíos, Pablo no iba a actuar del mismo modo que con creyentes procedentes de la gentilidad. Su argumentación en Hebreos bien podría ser un reflejo, aunque no en el fondo sí en la forma, de sus discusiones y disputas con los judíos cuando predicaba en las sinagogas. Es evidente que ello no es característico de la literatura paulina general, por cuanto sus destinatarios eran de un carácter muy distinto al de este escrito dirigido específicamente a cristianos hebreos. Por otra parte, la afirmación en He. 13:22 : «os he escrito en pocas palabras» (trad. lit.) difícilmente puede referirse a la epístola entera, que sobrepasa las 8.000 palabras. Parece razonable la sugerencia de Sir Robert Anderson y otros autores que He. 13 es una nota de cariz personal para acompañar el tratado. Es allí que encontramos la nota acerca de Timoteo, y la nota acerca de los de Italia, desde donde evidentemente fue escrita la epístola. El mismo Delitzsch reconoce que en esta nota «parecemos oír a S. Pablo, y a nadie más».

(b) FECHA DE REDACCIÓN.

Las pruebas internas indican, con toda probabilidad, una fecha entre los años 65-68 d.C. En efecto, el tiempo presente indicado para describir el ritual levítico (cp. He. 8:4-5, 13; 9:6-7, 9, 22, 25; 10:1, 8; 13:11) implica una fecha anterior a la destrucción del templo, que se produjo en el año 70 d.C. Hay exegetas que asignan a esta epístola una fecha entre 80-90 d.C., manteniendo que el autor describe este ritual desde el punto de vista ideal, basándose únicamente en el Pentateuco; pero en este caso parecería asombroso que no hubiera utilizado el argumento aportado por la destrucción del templo en favor de su tesis. De todas maneras, Clemente de Roma conocía la epístola, mencionándola en su carta a los corintios (96 d.C.). Timoteo, nacido alrededor del 25 d.C., vivía todavía cuando esta carta fue redactada (He. 13:23).

(c) ANÁLISIS:

(A) El autor comienza afirmando la superioridad del cristianismo por encima de toda revelación anterior, y como definitiva, porque Cristo es el punto culminante de la revelación de Dios (He. 1). Este hecho debería sernos un aliento para no abandonar el Evangelio (He. 2:1-4). La humillación de Cristo no debe oscurecer nuestra visión, porque es precisamente gracias a su abatimiento que ha llegado a ser nuestro Salvador y Sumo Sacerdote (He. 2:5-18). Cristo es superior al mismo Moisés (He. 3:1-6). Las advertencias contra la incredulidad que habían sido dirigidas al Israel bajo el Antiguo Pacto son, bajo el Nuevo Pacto, doblemente poderosas para ponernos en guardia contra el mismo pecado (He. 3:7-4:13).

(B) La epístola revela el valor de la posición de Cristo como Sumo Sacerdote (He. 4:14-16); desarrolla la naturaleza de este sacerdocio, mostrando que Cristo lo ha consumado en cumplimiento de la profecía (He. 5). El cap. 6 reprende a los destinatarios de la carta de una manera vigorosa pero sin dureza, a causa de su incompleto conocimiento del Evangelio. El cap. 7 destaca la superioridad del sacerdocio de Cristo, del que Melquisedec es el tipo, sobre el sacerdocio levítico, anunciando la anulación de este último y de su ritual, y la todasuficiencia del sacerdocio de Cristo.

(C) El sacerdocio de Cristo sigue ejerciéndose necesariamente en el cielo; el hecho de que Cristo sea invisible no debe constituir un obstáculo a la piedad de los cristianos de origen judío. El ministerio celestial de Cristo corrobora los tipos proféticos, cumple las promesas y da remedio a las imperfecciones del ritual terreno (He. 8:1-10:18).

(D) La cuarta sección (He. 10:19-12:29) exhorta a los hebreos a vivir incesantemente por la fe, siguiendo estas verdades. Se insiste sobre la renovación de la confianza en Cristo, y sobre la frecuente asistencia a las reuniones de las santas asambleas (He. 10:19-25); se exhibe la caída sin esperanza de los apóstatas (He. 10:26-31), y se exhorta a los destinatarios a recordar el celo que habían mostrado en el pasado (He. 10:32-39), dándose el ejemplo de los héroes de la fe en el AT (He. 11) y del mismo Jesucristo (He. 12:1-3), exhortándose a los hebreos a la consideración de que el Señor se sirve de pruebas para dirigir a sus hijos por el camino de la gloriosa salvación y crecimiento en ella (He. 12:4-9).

(E) El cap. 13 contiene varias exhortaciones particulares. Esta epístola es la única donde se da a Cristo el título de sacerdote, aunque ciertamente la esencia de esta doctrina figura en otros libros de la Biblia. Esta epístola presenta el cristianismo como la culminación, el objeto último del Antiguo Pacto, y expone con claridad el camino de la salvación, que había sido preanunciado por los tipos y las ceremonias. La Epístola a los Hebreos provee así argumentos perentorios, propios para establecer en la fe. Es evidente que sin esta epístola el Nuevo Testamento hubiera quedado incompleto.

(D) SALVACIÓN.

La excelencia de la salvación en Jesucristo. Pocas epístolas exaltan hasta tal punto la perfecta excelencia de Cristo y de su evangelio. Aparecen una y otra vez los epítetos «mejor», «más excelente», «superior»:

nombre más excelente (He. 1:4),

mayor gloria (He. 3:3),

cosas mejores (He. 6:9),

una mejor esperanza (He. 7:19),

un mejor pacto (He. 7:22; 8:6),

mejor ministerio (He. 8:6),

mejor herencia (He. 10:34),

más excelente sacrificio (He. 11:4),

una patria mejor (He. 11:16),

mejor resurrección (He. 11:35),

alguna cosa mejor para nosotros (He. 11:40),

la sangre rociada que habla mejor que la de Abel (He. 12:24).

El mismo Cristo es superior:

a los antiguos profetas (He. 1:1-2),

a los ángeles (He. 1:4-14),

a Moisés (He. 3:1-6),

a Josué (He. 4:8),

a Abraham (He. 7:4-10),

a Aarón y a todos los sacerdotes (He. 7:11-28).

Su sacrificio expiatorio es total e infinitamente eficaz (a diferencia de los del Antiguo Pacto, He. 10:1-4), y el autor repite en diez ocasiones que fue ofrecido una vez por todas (He. 7:27; 9:12, 25, 26 a, 26 b, 28; 10:10, 12, 14, 18).

Esto se enfrenta abiertamente con la doctrina de la Iglesia de Roma, que pretende que la misa es un verdadero sacrificio, en el que Cristo vuelve a ser inmolado por el sacerdote, llamándose a ello «el sacrificio de la misa». Decir que esta inmolación real es mística e incruenta no soluciona nada, porque por una parte se viola la enseñanza del único e irrepetible sacrificio de Cristo que se halla en Hebreos, y por otra la enseñanza de que «sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (He. 9:22). Es en vano que el Concilio de Trento pronuncia el anatema sobre toda persona que rechaza esta doctrina. Por otra parte, es solamente Cristo quien ha sido establecido «sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec», poseyendo «un sacerdocio inmutable» (lit.: «intransferible», gr. «aparabaton»). Así, no puede tener un «vicario» (cp. Ef. 1:22), y Roma no tiene base sobre la cual pronunciar, como lo hace al ordenar a cada miembro de su clero: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec».

Recapitulando, por cuanto Jesús ejerce personalmente su sacerdocio, «puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (He. 7:25). Así, no tenemos necesidad ni base para ir a otros intercesores, porque Cristo es nuestro único y todosuficiente mediador (1 Ti. 2:5; Hch. 4:12).

Bibliografía:

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