El primer huerto o parque mencionado en la Biblia es el de Edén, que Dios creó para el hombre aún inocente (Gn. 2:8-3:24; Ez. 28:13; 31:8, 9).

En Egipto, los huertos se regaban (Dt. 11:10) con el agua del Nilo, guardada en depósitos y desviada hacia los canales de irrigación mediante una noria o una cadena sinfín provista de cangilones, y que se mantenía en movimiento con un pie. Abriendo o cerrando compuertas se conseguía irrigar la zona deseada.

En Palestina también se practicaba la irrigación (Ec. 2:6; Is. 58:11; Jer. 31:12).

Había en los huertos plantas cultivadas (1 R. 21:2), lirios y otras flores (Cnt. 5:1; 6:2), árboles frutales (Jer. 29:5, 28; Am. 9:14).

El huerto de Getsemaní era, al parecer, un bosquecillo de olivos con una prensa de aceite.

Jerusalén tenía un huerto real (2 R. 25:4), al igual que Etam, cerca de Belén (Ant. 8:7, 3; Cnt. 6:11; Ec. 2:5).

El palacio real de Susa incluía un huerto (Est. 1:5).

Con el fin de proteger los huertos contra los saqueadores, eran rodeados de un muro o de un vallado (Cnt. 4:12; Is. 5:2, 5); en ocasiones, había un vigilante en una cabaña en el huerto (Is. 1:8).

Las personas se paseaban por el retiro refrescante del huerto (Susana 1:7), y en ocasiones se bañaban (v. 15) e instalaban para una comida (Est. 1:5), oraban allí (Mt. 26:36). En ellos se practicaban privadamente ritos idólatras (Is. 1:29; 65:3; 66:17; cfr. 2 R. 16:4), y en ocasiones se enterraba en ellos a los muertos (Jn. 19:41).


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