El culto a los ídolos ha sido practicado desde épocas relativamente tempranas de la historia. Sabemos que los antecesores directos de Abraham adoraban, en lugar de a Jehová, a dioses extraños (Jos. 24:2), indudablemente por medio de ídolos. Labán tenía estatuillas («terafim») que Raquel le hurtó (Gn. 31:30, 32-35). Se trataba de «dioses domésticos», cuya posesión daba derecho a la herencia.

Los egipcios, por su parte, adoraban a las estatuas que representaban a sus dioses; en la parte más santa de sus templos se hallaba el emblema de un dios o de un animal divinizado (Herodoto 2:63, 138).

Los cananeos poseían ídolos que los israelitas habían recibido orden de destruir al llegar al país, entre los que se hallaban los baales y Astoret, Moloc, etc. (Véase DIVINIDADES PAGANAS.)

El segundo mandamiento del Decálogo está dirigido especialmente en contra de la idolatría (Éx. 20:4, 5; Dt. 5:8, 9), prohibiendo inclinarse ante imágenes, esculturas, estatuas, pinturas.

Los profetas de Israel, al estigmatizar y ridiculizar la incapacidad e impotencia de los ídolos, obedecían una orden formal del Señor (Sal. 115:2, 8; Is. 2:8, 18-21; 40:19, 20; 44:9-20; Jer. 10:3-5). Esta impotencia de los falsos dioses se revela, p. ej., cuando el arca de Dios es colocada en el templo de Dagón (1 S. 5:3-5).

A excepción de los persas, todos los pueblos con los que los israelitas entraron en contacto en la época bíblica eran idólatras. En la apostasía de los israelitas, al lanzarse a seguir las prácticas paganas de sus vecinos, hubo dos fases características en el hundimiento en el error. Primero se trató de adorar a Jehová sirviéndose de ídolos para representarlo. (Véase JEROBOAM, a.) En la segunda fase se abandonó totalmente a Jehová, fabricándose ídolos representando a otros dioses.

En la época del NT, los cristianos que vivían en medio de comunidades paganas fueron exhortados a evitar toda componenda con la idolatría.

El Concilio de Jerusalén ordenó la abstención de toda carne que hubiera sido sacrificada a los ídolos (Hch. 15:29). El apóstol Pablo advirtió a aquellos cristianos que no daban importancia alguna a los ídolos que también ellos debían practicar esta abstinencia, a fin de no escandalizar a los hermanos más débiles que ellos (1 Co. 8:4-13). El cristiano invitado a la comida de un pagano no estaba obligado, por razón de escrúpulos, a enterarse de si la carne había sido sacrificada a un ídolo; pero si se le informaba expresamente, debía entonces abstenerse de consumirla. Se tenía que observar la misma norma con respecto a los alimentos comprados en el mercado para su uso doméstico (1 Co. 10:18-33).


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