Acto simbólico que consiste en poner las manos sobre una persona o un animal para transmitir un don, un poder, o una culpa.

En el sacrificio anual del Día de la Expiación, el sacerdote ponía las manos sobre el camero vivo, confesando sobre él las iniquidades de Israel. Así, ponía sobre él las iniquidades del pueblo. Cargado con ellos, el carnero vivo las llevaba al desierto (Lv. 16:20-22). Se trataba de un rito de transmisión.

Moisés consagró a Josué como sucesor suyo mediante la imposición de manos. Con ello le transmitió su dignidad y poder (Nm. 27:18-23; Dt. 34:9).

También se podían transmitir maldiciones de esta manera (Lv. 24:14).

Los padres bendecían a sus hijos imponiéndoles las manos (Gn. 48:14).

En el NT, la imposición de manos significa siempre una bendición; Jesús obró así muchas curaciones (Mt. 9:18; Mr. 5:23; 6:5; 8:23, 25, etc.) empleó esta acción al bendecir a los niños (Mr. 10:16), se menciona también en relación con ciertas curaciones en Hechos (Hch. 9:12, 17; 28:8). En ocasiones se comunicó con las manos el don del Espíritu Santo (Hch. 8:17; 19:6). En la iglesia de Jerusalén los apóstoles consagraron a sus ayudantes mediante la imposición de manos (Hch. 6:6). Pablo y Bernabé y más tarde Timoteo son iniciados en sus cargos con este rito (Hch. 13:3; 1 Ti. 4:14; 2 Ti. 1:6).

Esta ceremonia no es una ordenación estableciendo una función ni un privilegio jerárquico, como lo prueba la doble imposición recibida por Pablo en Damasco (Hch. 9:17) y en Antioquía (Hch. 13:3). En este caso la imposición confirma el don espiritual que sólo puede ser conferido por el Espíritu Santo. Se ha de procurar no imponer las manos a ninguno a la ligera (1 Ti. 5:22).

Nada en las Escrituras permite ligar obligatoriamente la recepción de ninguna gracia con el rito de la imposición de manos. Dios permanece soberano y libre en el empleo de sus medios, y permanece la norma de que «el justo, por la fe vivirá».

En todo el libro de Hechos hay sólo dos pasajes que mencionen este rito en relación con el Espíritu Santo (Hch. 8:17; 19:6). En el caso de Saulo (Hch. 9:17), la imposición de manos por parte de Ananías parece que tiene que ver con la curación de la ceguera de Saulo.

Así, es erróneo decir que la imposición de las manos sea necesaria para recibir el Espíritu Santo, cuando tantos textos mencionan la sola condición de la fe (Jn. 7:39; Gá. 3:2, 13-14; Ef. 1:13, etc.). Lo mismo sucede con la curación: Cristo y los apóstoles utilizaron los medios más diversos:

toque (Mt. 8:3),

la palabra (Mt. 8:13, 16),

acción a distancia (Mt. 15:28),

saliva (Mr. 8:23),

oración (Hch. 9:40),

paños (Hch. 19:12), etc.

El gran texto de Stg. 5:15 habla de la unción del aceite y de la oración de la fe, pero nada dice de la imposición de manos.

En resumen, queda claro que uno puede ser llamado al ministerio de una manera directa por Dios, sin que medie ninguna imposición de manos. Hemos visto que la iglesia de los tiempos apostólicos utilizaba este rito, pero ningún texto hace de ello una ley, sino que el Espíritu sopla donde quiere (cfr. Jn. 3:8; Nm. 11:26-30; Lc. 9:49, 50). No hay otra cosa precisa sino que el hombre llamado y capacitado por Dios (como Pablo, p. ej., Gá. 1:1) ejerza su ministerio en el marco del cuerpo de Cristo y para la común utilidad (1 Co. 12:7; Ef. 5:21). (Véanse IGLESIA, CARISMAS, ANCIANOS.)


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