Resina perfumada de un árbol (Eclo. 50:8; Cnt. 3:6), de color blanco, como lo indica su nombre heb., «l'bonah».

El incienso entraba en la composición del aceite santo, con el que los sacerdotes eran consagrados (Éx. 30:34); se incluía en el aceite venido sobre la ofrenda de flor de harina (Lv. 2:1, 2, 15, 16), era finalmente quemado con fuego (Lv. 6:15). No se añadía incienso en el sacrificio de la expiación (Lv. 5:11), ni a la ofrenda por los celos (Nm. 5:15). Se vertía incienso puro sobre los doce panes de la proposición (Lv. 24:7; cp. 1 Cr. 9:29; Neh. 13:5).

Los dromedarios de Madián, de Efa y de Sabá lo traían de Arabia (Is. 60:6; Jer. 6:20).

Es posible que el collado del incienso (Cnt. 4:6) fuera un lugar retirado de los jardines reales en medio de árboles de incienso (Ec. 2:5; Ant. 8:6, 6; 9:1-2).

El incienso de la antigüedad, el olíbano del comercio europeo, proviene de la «Boswelia Floribunda», de la familia de las buseráceas, que crece en la India, o bien de otras especies originarias de la India, de la costa de Somalia y del sur de Arabia.

El incienso es una goma resinosa que se presenta en forma de «lágrimas» de 2 cm., que se secan, y difunden un olor balsámico al ser quemadas.

El incienso de calidad inferior es rojizo, y se recoge en primavera; la calidad superior es blanca, recogiéndose más tarde.


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