= «risa».

El hijo de Abraham y Sara nacido probablemente en Beerseba (Gn. 21:14, 31) cuando su padre tenía 100 años y su madre algo más de 90 (Gn. 17:17; 21:5).

Cuando Dios dio la promesa de que Sara tendría un hijo, Abraham, incapaz de creerlo, se puso a reír (Gn. 17:17-19). Más tarde, al oír la misma promesa dada por un extraño que se había detenido en sus reales, Sara se rió también de incredulidad (Gn. 18:9-15). Después del nacimiento del niño, reconoció gozosa que Dios le había dado motivos para reír, tanto a ella como a sus amigas, pero con risa de alegría (Gn. 21:6). Como recuerdo de estos acontecimientos, Abraham lo llamó Isaac, «él ríe» (Gn. 21:3).

Fue circuncidado al octavo día (Gn. 21:4).

Isaac, el hijo de la promesa y heredero legítimo, gozaba de mayores privilegios que Ismael, hijo de Abraham y de la esclava (Gn. 17:19-21; 21:12; 25:5, 6).

Dios sometió a Abraham a prueba respecto a Isaac, ordenándole que lo ofreciera en holocausto (Gn. 22:6). Según Josefo, Isaac tenía entonces 25 años. Isaac no se resistió, por respeto a su padre y a Dios. El ángel del Señor intervino, impidiendo el sacrificio en el momento en que iba a ser llevado a cabo, y Abraham halló allí un carnero, que ofreció en lugar del joven. Son varias las lecciones que se desprenden de este hecho. En primer lugar, Dios no consintió la consumación de un sacrificio humano. Los cananeos y otras naciones idolátricas los llevaban a cabo, pero Dios manifiesta su horror ante tales prácticas, y las condena severamente (cfr. Lv. 18:21; 20:2; Dt. 12:31). Pero hay también otras dos lecciones que se pueden ver en este pasaje. En primer lugar, la prueba de la fe de Abraham. Dios había prometido a Abraham una numerosa posteridad que le vendría por Isaac; por otra parte, su hijo debía ser ofrecido en holocausto. La sencilla conclusión de Abraham fue que su hijo resucitaría (cfr. He. 11:17-19). Pero, lo más importante, es que Isaac es un tipo de la Cruz. El hijo único, amado, tanto tiempo prometido y esperado, es ofrecido en Moria (cerca del Calvario, Gn. 22:2; 2 Cr. 3:1). Él, consciente libremente de su muerte, lleva la madera del suplicio, se dirige hacia el suplicio con su padre, que extiende la mano él mismo para darle muerte (Is. 53:4, 6, 10). Isaac, salvado por la ofrenda cruenta de un sustituto (el carnero), es devuelto a Abraham por una resurrección «en sentido figurado» (He. 11:19). Jesucristo cumplió totalmente este tipo, muriendo verdaderamente como nuestro sustituto, sufriendo el castigo de Dios, siendo restituido al Padre mediante una verdadera resurrección.

Isaac habitaba en el Neguev (Gn. 24:62), y era amante de la soledad. Sufrió hondamente la muerte de su madre (Gn. 24:63, 67). Se casó a los 40 años, pero no fue hasta los 60 que tuvo hijos de su mujer Rebeca (Gn. 25:20, 26). El relato de la expedición del mayordomo de Abraham, comisionado por éste para que consiguiera una esposa para Isaac (Gn. 24), es una de las más bellas páginas de las Escrituras. Constituye un tipo del Padre enviando al Espíritu Santo a buscar Esposa (la Iglesia) para el Hijo (cfr. L. S. Chafer: Teología Sistemática, «Eclesiología», tomo II, PP. 143-146). Además, arroja mucha luz sobre las costumbres de aquellos tiempos, y está lleno de colorido y vivacidad.

La debilidad de Isaac hacia Esaú, sabiendo que Jacob había sido elegido por Dios para heredar la bendición (Gn. 25:21-26), le acarreó una gran tristeza: verse privado durante muchos años de la presencia de su hijo Jacob, y conocer el odio tomado por Esaú hacia su hermano.

Por orden de Dios, Isaac no descendió a Egipto en una época de hambre (Gn. 26:1). Tuvo conflictos con los filisteos, que moraban en Gerar (Gn. 26:6-30) en su búsqueda de pozos para sus ganados. Después del retorno de Jacob, ya reconciliado con Esaú, pudo ver a su hijo y su descendencia, cuando habitaba en Arba (Hebrón). Allí murió a los 180 años de edad, siendo sepultado por sus hijos (Gn. 35:27-29).

El NT alude a Isaac, el hijo de la promesa (Gá. 4:22, 23), declarando que él manifestó su fe durante su vida de nómada, morando en su tienda, y bendiciendo a Jacob y a Esaú «respecto a cosas venideras» (He. 11:9, 20).

Las cartas de Nuzu, descubiertas en un lugar cercano a la moderna Kirkuk entre 1925 y 1941, no solamente ilustran la vida y las costumbres de los patriarcas, sino que dan ejemplos semejantes al nacimiento de Ismael (Gn. 16:1-6). El código matrimonial de Nuzu estipulaba que una mujer estéril debía dar a su marido una esclava como concubina. Si esta esclava tenía un hijo, éste no podía ser despedido. Esto explica la mala disposición de Abraham a despedir a Ismael cuando Sara se lo pidió. Esta demanda era contraria a la costumbre; y Abraham no cedió más que ante la intervención de Dios, con su promesa formal igualmente dada a Ismael (Gn. 21:9-13). (Véase NUZU.)


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