= «Jehová ha salvado».

Profeta de Judá bajo los reinos de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías (Is. 1:1; cfr. 6:1; 7:3; 14:28; 20:1, 2; 36:39).

Era hijo de Amoz, que no debe ser confundido con el profeta Amós. Son pocas las indicaciones acerca de su personalidad. Pero en base a algunos pasajes, se advierte que se trata de un carácter humilde y compasivo (Is. 6:5; 16:9; 21:3; 65:2). Son asimismo pocas las indicaciones acerca de su familia. Su padre era Amoz, del que también se hace mención en 2 R. 19:2.

Según Is. 7:3 y Is. 8:13, 18, el profeta estaba casado, y era padre de al menos dos hijos.

(a) ÉPOCA.

La época de Isaías es de fácil determinación, como ya hemos visto de los datos que proporciona el libro. Fue llamado al oficio profético en el año de la muerte del rey Uzías (Is. 1:1; 6:1), alrededor del año 758 a.C. Ejerció su ministerio hasta el final del reinado de Ezequías (invasión de Senaquerib, 701-700 a.C.). Entre estos dos reyes hubo los reinados de Jotam y de Acaz (32 años en total, 2 Cr. 27:1; 28:1). Pero todo induce a creer que prosiguió su ministerio bajo Manasés (2 R. 21), al menos durante uno o dos años. Lo que permite suponer esto, es:

(A) El conjunto de profecías acerca de las desventuras del pueblo exiliado (Is. 40-66), que reflejaban unas pruebas ya conocidas, y 

(B) la tradición judía que relata que Isaías murió mártir bajo el reinado del impío Manasés. Según esta tradición, fue condenado a muerte por haber osado decir que había visto a Dios (Is. 6), y por haber comparado Jerusalén con Sodoma y Gomorra (Is. 1:9; 3:9). Otra tradición dice que fue muerto por haber añadido, con sus oráculos, a la Ley de Moisés, o por haberla contradicho. Poco importa por qué, lo que parece cierto es que murió mártir, y se cuenta que, habiéndose refugiado el profeta dentro del tronco hueco de un cedro, el rey dio orden de serrar el árbol con él dentro. Es posible que sea a este hecho al que se hace alusión en He. 11:37.

El reinado de Ezequías fue de 29 años (2 Cr. 29:1), por lo que la actividad de Isaías debió de ser ejercida durante alrededor de 60 años, desde la muerte de Uzías, en el año 758 a.C., hasta el inicio del reinado de Manasés, en el año 698 a.C. Si se supone que el profeta tenía solamente 20 años cuando fue llamado, su vida se prolongó alrededor de 80 años, y la fecha de su libro puede situarse entre los años 750 y 700 a.C.

(b) MARCO HISTÓRICO.

Isaías era del reino de Judá, y allí profetizó, en uno de los períodos más críticos de la historia de su país. Para comprender su mensaje, es preciso tener conocimiento de esta historia. A continuación se da el resumen de las monarquías citadas por el mismo profeta (Is. 1:1).

El reinado relativamente pacífico de Uzías (cfr. 2 R. 16:3; 2 Cr. 26:1, 23) fue seguido por una serie de calamidades (2 Cr. 26:16-23). Bajo el reinado de Jotam, Rezím, rey de Damasco, y Peka, rey de Israel, habían tratado de destruir el reino de Judá (2 R. 15:37; 16:5). La lucha se prolongó hasta dentro del reinado de Acaz. Es en esta época que Isaías profetizó la cercana caída de los enemigos de Judá y la ascensión del poder de Asiria (Is. 7-8). Poco después, los acontecimientos confirmaron su predicación: Siria y Samaria fueron invadidas por Tiglat-pileser y Damasco fue tomada (732 a.C., cfr. 2 R. 16:7; 15:29; 2 Cr. 28:16; Is. 17:1, 3). Diez años más tarde, se precipitó la caída del reino del norte, cayendo Samaria en el año 722 mientras Ezequías reinaba en Judá (2 R. 17:3; 18:9; Is. 28:1). Sargón emprendió una campaña contra Palestina y Egipto (Is. 10; 20). Después, Senaquerib invadió Judá en el año 701 a.C., poniendo sitio a Jerusalén, sitio que tuvo que levantar debido a una intervención milagrosa del Señor (Is. 14:24, 27; 17:12, 14; 38; cfr. 2 R. 18:13; 19:37). Entonces el profeta proclamó la caída del imperio asirio; estaba resurgiendo el imperio babilónico, y en su búsqueda de grandeza trataba de hallar aliados. Incluso envió una delegación a Ezequías (2 R. 20:12-13).

(c) MENSAJE DE ISAÍAS.

Llevado por el Espíritu, Isaías denuncia las infidelidades de su pueblo. Ve en estas infidelidades la causa básica de las desventuras que cayeron sobre el reino del norte de Israel, amenazando a Judá con un castigo semejante en un término más o menos largo. Profeta de Judá, reprochó a su pueblo por su superstición, su formalismo, su idolatría, su crueldad, su inmoralidad y codicia. Pero también ataca los pecados de los enemigos de Judá (Babilonia, Is. 13; 24; 47; Tiro, Is. 23; Asiria, Is. 10; 33; Edom, Is. 34-35).

De todas formas, su mensaje no deja de dar una nota de esperanza. Esta nota de esperanza domina su obra. Si predice a su pueblo el cautiverio y los prolongados sufrimientos, anuncia también el retorno del exilio y la liberación (Is. 40). Llega incluso a precisar el nombre del liberador, y ello dos siglos antes de su nacimiento, en la persona de Ciro (Is. 44:28; 45:1, 13). Y, más allá de la visión de la liberación de Judá y su restauración (Is. 44; 45; 60; 61), el profeta, cuyo mensaje es esencialmente mesiánico, tiene la visión sublime del Siervo de Jehová. Este «Ebed Yahveh» vendrá, no sólo para socorrer a Israel, sino para dar a todos los pueblos de la tierra su Espíritu de paz, de justicia y de salvación. Este Siervo, en definitiva, se revela al profeta bajo los rasgos de Varón de dolores, del Mesías que lleva sobre sí el pecado del pueblo y que, por sus sufrimientos y expiación, vendrá a ser el Mesías victorioso y el Salvador del mundo. Es esta visión, cuya expresión más sublime se halla en Is. 52:13-53:12, la que permite llamar a Isaías el quinto evangelista.

Muchos exegetas, al examinar los caps. 44 a 53, han emitido las siguientes opiniones en cuanto a la identidad del Siervo de Jehová:

(A) Para unos, el profeta lo habría visto bajo los rasgos de Ciro, el libertador de los exiliados (Is. 44; 45), pero ésta es una opinión insostenible. En los caps. 44 y 45 sólo se trata de la restauración de Jerusalén y del Templo y Ciro nunca recibe el epíteto de Ebed Yahveh. El profeta lo llama: mi pastor (rey) (Is. 44:28), ungido (Is. 45:1), y es presentado como libertador (cfr. Is. 45:13).

(B) Para otros, el profeta habría tenido una visión de carácter doble:

(I) En principio, el profeta habría visto en el Siervo de Jehová una colectividad. Esta colectividad tenía el nombre de «Jacob», «Israel» (Is. 44:1, 2, 21; 45:4; 48:20; 49:3, 5). Se trata, examinando bien el texto, de un remanente. Los exiliados fueron, como la mayor parte de sus antepasados, infieles (Is. 48). El profeta veía al Siervo en un residuo de Israel, molido y purificado por los sufrimientos del exilio, y espiritualmente victorioso de la prueba (Is. 45:20-25). De ahí el llamamiento a los exiliados que se mantuvieron fieles en tanto que muchos de sus hermanos habían sucumbido a las tentaciones de Babilonia; de ahí la poderosa proclamación del llamamiento de Israel (Is. 46:3; 49:6).

(II) Después, el profeta, consciente de que ningún residuo, de que ninguna colectividad podría llevar a cabo la obra mesiánica querida por Dios, fue llevado en su visión a centrarse a ver el Siervo en una persona. El solapamiento entre la visión colectividad y la visión persona es perceptible, especialmente en Is. 50-52:1-12. Lo cierto es que ni el pueblo de Israel en su conjunto, ni una élite de este pueblo, podrían pretender cumplir la voluntad de Yahveh-Salvador. Ello sólo podría hacerlo un individuo puesto aparte, diferente de los hijos de los hombres (Is. 52:14), apto, por su doble naturaleza, humana y divina, para llevar nuestras enfermedades y cargar sobre Sí nuestras iniquidades (Is. 53:4-5).

No debe sorprender que se nos ofrezcan estos dos planos sucesivos en el mensaje mesiánico de Isaías. Israel había sido elegida como nación para ser luz a las naciones, y para llevar la salvación hasta los extremos de la tierra (Is. 49:6). Al recordar esta vocación que un residuo fiel al menos hubiera debido llevar a cabo, lo mismo que al reducir el Siervo fiel a una sola persona, el profeta está además lanzando un reproche a su pueblo. Así es como se puede explicar el aparente solapamiento de las dos visiones del Siervo de Jehová: el Siervo de Jehová colectivo, que es el remanente de la nación, en medio del cual aparece el verdadero Siervo de Jehová, la persona del Mesías. Así como Israel fue una vid plantada por Jehová, pero que dio uvas silvestres (Is. 5:1-7), el Mesías pudo decir: «Yo soy la vid verdadera» (Jn. 15:1). Y también Él es el Siervo fiel, en medio de un residuo que, en tanto que le reconozca, vendrá a ser también Siervo de Jehová. Así, el profeta presenta al Siervo-Persona irrumpiendo y dominándolo todo. Y los cristianos, iluminados por el Evangelio, no pueden dejar de percibir la patente identidad del Siervo único, tal como aparece en los caps. 52:13-53:12, con la persona de Jesucristo. Éste es uno de los puntos culminantes de la inspiración profética, junto con el Salmo 22 y otras joyas proféticas.

El mensaje de Isaías desborda el marco de la historia y salvación espiritual de Israel y de las naciones. Describe los tiempos mesiánicos, esto es, el reino de Dios sobre la tierra. En relación con esto se deberían leer Is. 24-27; 60-65; 8:23-9:6; 11. Así, tiene un carácter escatológico. La panorámica que Isaías nos ofrece es vasta. Abarca el dilatado período de tiempo desde la época del profeta hasta la segunda venida de Cristo, y su reinado de paz. El mensaje del libro puede quedar clasificado alrededor de estos tres temas fundamentales:

(A) Temas específicamente históricos (Is. 1-39, excepto algunos pasajes escatológicos: Is. 8:23-9:5; 11; 24-27),

(B) tema mesiánico (Is. 40-55),

(C) tema escatológico (Is. 56-66 y 8:23-9:6; 11; 24-27).

(d) PROBLEMA CRÍTICO.

Si para nosotros la autenticidad del libro de Isaías no puede ser puesta en tela de juicio, no sucede así con una gran cantidad de críticos. Se puede afirmar que «la teología oficial» rechaza la «isaicidad», es decir, la paternidad de toda la obra por parte de Isaías. A continuación se da cuenta muy resumida de estas hipótesis críticas, con un sumario de las razones para rechazarlas.

La Alta Crítica afirma que este libro fue escrito por un mínimo de tres autores: Isaías uno de ellos, indudablemente, y dos autores anónimos posteriores que habrían situado sus escritos bajo la cubierta de la autoridad de Isaías (ficción literaria). Recapitulamos las alegaciones que se presentan de la siguiente manera:

(A) Isaías habría escrito los caps. 1-39, a excepción de una serie de pasajes a lo largo de estos capítulos, que no le podían ser atribuidos.

(B) Los caps. 40-55 tendrían por autor a un escritor anónimo de la época del exilio, a quien se le da el nombre de «deutero-Isaías». El profeta describe aquí una situación totalmente diferente a la de los capítulos anteriores, esto es, la situación acerca de la que tuvo que dar testimonio al retorno de Babilonia. El estilo, además, sería diferente, así como el vocabulario. Y, de todas maneras, ¿cómo habría podido Isaías anunciar el nombre de Ciro casi dos siglos antes del nacimiento de este rey? Esta sección habría sido escrita alrededor del año 540 a.C.

(C) Finalmente, los caps. 56-66, con un estilo más lírico y más místico a la vez, de un tema esencialmente escatológico, pertenecerían a otro autor de una época muy incierta (300 a.C. para unos, alrededor del año 200 a.C., para otros). Esta sección recibe el nombre de «trito-Isaías».

A las hipótesis de la Alta Crítica se puede responder concisamente con las palabras de Edward Strachey: «Las normas de la crítica nos imponen la aceptación de Isaías como autor único hasta que no se nos demuestre lo contrario.» Estas pruebas no nos han sido dadas, y las normas sobre las que reposa la hipótesis de los dos autores anónimos son sumamente frágiles: la psicología y el vocabulario (o estilo). Se trata de argumentos profundamente subjetivos. ¿Por qué rechazar que un profeta que predijo el exilio podría también predecir el retorno del exilio? Tampoco hay dificultad alguna en admitir que un autor que ha estado escribiendo a lo largo de casi 60 años haya podido manifestar estilos literarios diferentes, con variación de vocabulario, entre los escritos de la juventud, los de la madurez, y los de la ancianidad. El estilo y el vocabulario de «La doctrina cristiana» y de ciertos poemas y cartas de John Milton son muy diferentes en estilo y vocabulario de su «Paraíso perdido», de manera que ahí también, siguiendo los métodos de la Alta Crítica, podrían suponerse diferentes autores Y los ejemplos podrían multiplicarse. Sobre este tema, C. S. Lewis tiene un interesante artículo titulado «Fern Seeds and Elephants» en un libro de ensayos y artículos que lleva el mismo título.

La verdadera razón que explica que se propongan estas hipótesis es el rechazo «a priori» de lo sobrenatural, la negación, ya de entrada, de la inspiración de la Biblia. La Alta Crítica rechaza admitir que un profeta pudiera predecir acontecimientos que fueran a producirse muchos siglos después de él; rehúsa admitir que el Isaías del siglo VIII a.C. hubiera podido dar el nombre de una persona del siglo VI a.C., Ciro, porque no cree en la Biblia, la Palabra del Dios que anuncia lo por venir desde el principio (Is. 46:10). Para todo el que cree con Pablo que «toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Ti. 3:16), la unidad del autor no constituye ningún problema. Isaías, el profeta que firmó y fechó su libro (Is. 1:1), es su único autor humano.

Y ésta era la postura de Jesucristo y de sus apóstoles, con toda la autoridad que ello tiene. Es a Isaías que le atribuye de manera indiscutida la paternidad de los caps. 40-66, al igual que los caps. anteriores. Mt. 8:17 cita el cap. 3 de Isaías en estos términos «...para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías» .Del mismo modo, Mt. 12:17-21 cita Is. 42:1-4; Lc. 3:4 cita Is. 40:3; Lc. 4:17-19 cita Is. 61:1-3; Jn. 1:23 cita Is. 40:3; Jn. 12:38-41 cita Is. 53:1; etc. Por último, se debe destacar que la unidad del libro de Isaías ha sido matemáticamente confirmada por el rollo completo de Isaías descubierto en la Cueva I de los mss. de Qumrán, en el año 1947. Este rollo, al que se le ha asignado una fecha de 100 a 120 a.C., es un ms. que reproduce íntegramente la profecía, y sin ninguna indicación que pueda llevar a confirmar las hipótesis de la Alta Crítica. (Véanse MANUSCRITOS BÍBLICOS, QUMRÁN.)

Con W. H. Guiton («Introduction à la Bible, p. 142), podemos decir del libro de Isaías que «es un majestuoso edificio en el que parece que hallamos todos los estilos, pero de manera que dan impresión de armonía. Sobre la fachada de este edificio aparecen, en caracteres flamígeros, estas palabras: «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria» (Is. 6:3).

Bibliografía:

Allis, O. T.: «The Unity of Isaiah» (Tyndale Press, Londres, 1951);

Archer, G. L.: «Isaiah», en The Wycliffe Bible Commentary (Moody Press, Chicago, 1962);

Darby, J. N.: «Thoughts on Isaiah the Prophet», en The Collected Writings of J. N. Darby (Stow Hill, Kingston-on-Thames, reimpr. 1695, vol. 30, PP. 168-240);

Kelly, W.: «Notes on Isaiah», en The Bible Treasury, serie de artículos desde enero 1865 hasta diciembre 1866;

Kinder, D.: «Isaías», en Nuevo Comentario Bíblico (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1977);

Martin, A.: «Isaías - La salvación del Señor» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1979);

Young, E. J.: «The Book of Isaiah» (Eerdmans, Grand Rapids, 1965).


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