En el siglo V a.C., este término geográfico designaba tan sólo una pequeña parte del extremo meridional de la península italiana. Poco a poco se fue aplicando a mayores extensiones; en el siglo primero de nuestra era ya tenía el sentido que se le da actualmente.

Una cohorte llamada Itálica estaba de guarnición en Siria (Hch. 10:1).

Aquila y Priscila vivieron un cierto tiempo en Italia (Hch. 18:2).

La apelación de Pablo a César exigió que se dirigiera a Italia, por mar (Hch. 27:1, 6).

El saludo con que se concluye la Epístola a los Hebreos (He. 13:24) indica la presencia de cristianos no sólo en Roma, sino también en otros lugares del país (cfr. Hch. 28:14).


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