= «él abrirá, liberará».

Este hombre era galaadita en dos sentidos: su padre se llamaba Galaad, y Jefté pasó su juventud en Galaad. Sus hermanos, nacidos de la esposa legítima de su padre, echaron de casa a Jefté, porque era hijo ilegítimo (Jue. 11:1-3). Se resintió profundamente de este comportamiento. Muchos años más tarde, acusó a los ancianos de Galaad, entre los cuales quizá se hallaban algunos de sus hermanos, de haberle aborrecido (Jue. 11:7).

Jefté huyó al país de Tob, donde se dedicó a la caza para vivir. Su valor se hizo proverbial, y llegó a ser jefe de una banda. Sería una falsedad presentarlo como bandolero fuera de la ley, puesto que Jefté no carecía de sentido moral, ni expediciones injustificadas. Tenía reverencia hacia Dios, y así enseñó a su hija.

En la época de la expulsión de Jefté, los amonitas invadieron el territorio de Israel al este del Jordán, y se mantuvieron en él durante 18 años. En su angustia, los ancianos de Galaad se vieron en el extremo de tener que implorar el retorno de aquel mismo hombre que habían expulsado, y de suplicarle además que fuera su caudillo y libertador. Al ponerse a la cabeza de los galaaditas, Jefté informó a los efrainitas, su tribu vecina, del apuro de Galaad, y los exhortó a que socorrieran a sus hermanos, pero sin resultado alguno. Pidió también al rey de los amonitas la razón de su hostilidad. Su respuesta demostró que los israelitas no tenían otro remedio que recurrir a las armas. La victoria era incierta desde el punto de vista humano. Jefté hizo entonces un imprudente voto de ofrecer en holocausto a cualquiera que saliera a recibirle de su casa, si el Señor entregaba en sus manos a sus enemigos. Al volver de la derrota de los amonitas, Jefté fue recibido con panderos y danzas por su hija única. Quedó profundamente afectado, pero no cambió su voto. Es probable que fuera sacrificada. Sin embargo, la Ley prohibía con tanta firmeza estos sacrificios (Dt. 12:31; 18:10; cf. 2 R. 3:27) que se puede estar seguro que en tal caso Jefté no cumplió en esto la voluntad de Dios.

Añadamos que, según numerosos exegetas, pudo haberla redimido con plata (Lv. 27:1-8; Dt. 18:9-12) y consagrado a un celibato perpetuo. Las hijas de Israel adoptaron la costumbre de lamentar cuatro días al año su triste suerte. Aunque no hubiera sido sacrificada, la virginidad perpetua sería una inmensa tragedia para una israelita (cf. Gn. 30:1; 1 S. 1:5, 6, etc.).

Estalló entonces un conflicto entre Jefté y los efrainitas que con su soberbia característica se quejaron de no haber sido convocados por Jefté contra Amón (cf. Jue. 8:1-3). Jefté rebatió sus acusaciones, y los derrotó en batalla, haciendo una gran matanza de ellos (Jue. 12:4-6). Jefté fue juez de Israel durante seis años, y fue sepultado en una de las ciudades de Galaad (Jue. 12:7).

Samuel hace mención de él para demostrar que el Señor había cumplido Su promesa de suscitar liberadores cuando Israel se hallase oprimido (1 S. 12:11). En la epístola a los Hebreos se halla Jefté entre lo héroes de la fe (He. 11:32).


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