En sus profecías aparece la vida espiritual del autor. Éste, al anunciar la destrucción de su patria, se atrajo el odio de sus paisanos. La carga de su mensaje le hizo lanzar amargos lamentos, y el mismo deseo de no haber nunca nacido (Jer. 15:10; 20:14-18). Pero el profeta no cejó en su misión. Se halló solo, incomprendido, difamado, perseguido. Sus esfuerzos en favor del bien público se vieron frustrados desde el principio. Jeremías no tuvo ni vida de familia ni amigos (Jer. 16:1-9); frecuentemente detenido, no tuvo otro consuelo que el del Señor. Forzado a refugiarse en Dios, Jeremías comprendió en qué consiste la responsabilidad individual (Jer. 17:9; 31:29, 30). Este profeta nos muestra de manera notable cómo el hombre puede llegar a tener una profunda comunión con Dios.

La predicación de Jeremías desenmascaraba la hipocresía que se anidaba en el sistema religioso, exhortando a la rectitud e integridad. El llamamiento al ministerio profético le vino cinco años antes de que fuera descubierto el libro de la Ley durante las reparaciones del Templo. El rey Josías, profundamente afectado por el mensaje del libro, lanzó una campaña contra la idolatría, restaurando el culto nacional, con lo que la primera parte de la misión de Jeremías consiguió su objetivo. El profeta exhortó al pueblo a que diera oído a las palabras del pacto concertado en el Sinaí. Mostró cómo Dios había hecho caer sobre el pueblo, a causa de sus desobediencias, los mismos males que estaban profetizados en la Ley. Jeremías afirma que la obediencia es la primera condición del pacto (Jer. 11:1-8). Dijo a los israelitas que no se contentaran con las normas externas, sino que dispusieran sus corazones. Jeremías habla en la línea de los antiguos profetas, citando proverbios bien conocidos, y se basa en el pacto celebrado entre Dios e Israel (1 S. 15:22; Is. 1:11-17; Am. 5:21-24; Mi. 6:6-8; Pr. 15:8). Mediante la negación, procedimiento retórico frecuentemente empleado para hacer destacar una antítesis (cf. Dt. 5:3), afirma que no son los sacrificios lo que Dios demanda en primer lugar, sino la obediencia. Evidentemente, el Señor había ordenado los sacrificios (Éx. 20:24; 23:14-19; Dt. 12:6); pero lo que importa es que con ellos haya integridad moral (Jer. 7:21-28; cf. 6:20; 14:12). Los sacrificios del obediente placen a Dios (Jer. 17:24-26; 33:10, 11, 18); pero Él rehúsa los ayunos y holocaustos de aquellos que vagan lejos de Él (Jer. 14:10-12). El contentarse con creer en la presencia de Jehová en el Templo, en medio de Israel, de nada sirve; la jactancia de poseer la Ley de Dios, sin ponerla en práctica, es igualmente ilusorio. El Señor solamente tiene en cuenta la obediencia (Jer. 7:4-7; 8:7-9). Para terminar, ya no se hablará más del arca de la alianza (Jer. 3:16). Dios contempla el corazón del hombre (Jer. 11:20; 17:10; 20:12). El servicio de Dios exige que uno se purifique el corazón de todo mal deseo (Jer. 4:4; cf. Dt. 16:10), de maldad (Jer. 4:14); que se vuelva de todo corazón a Jehová, sin reserva ni hipocresías de ningún tipo (Jer. 3:10; 17:5). Jeremías predice que un día Israel recibirá un nuevo corazón, donde será escrita la Ley de Dios (Jer. 24:7; 31:33; 32:39, 40). El profeta describió la gloria del Reino venidero; esta verdad tiene desde entonces uno de los primeros lugares en el pensamiento del pueblo de Dios.

Jeremías dictó ciertas de sus profecías bajo el reino de Joacim, pero el rey destruyó el rollo (Jer. 36:1, 23); fueron inmediatamente vueltas a escribir, con importantes adiciones (Jer. 36:32). El libro que poseemos en la actualidad es aún más amplio, por cuanto contiene también las últimas profecías. Es una redacción que hizo el mismo Jeremías al final de su ministerio; reunió textos que pertenecían a diversas épocas, y puso por separado otros que son de un mismo período. Como se puede apreciar, el plan en la redacción de su libro no es cronológico, sino moral.

(a) PLAN.

El libro de Jeremías contiene una introducción relatando cómo el joven fue llamado al ministerio (Jer. 1); después vienen tres secciones proféticas, frecuentemente en relación con el acontecimiento que suscita el mensaje (Jer. 2-51). Concluye con un apéndice histórico, que probablemente fue añadido por un escriba posterior, quizá Baruc (Jer. 52; cf. Jer. 51:64). Las tres secciones proféticas comprenden:

(A) Las predicciones relativas al inminente juicio del reino de Judá, y la promesa del recogimiento después del exilio (Jer. 2-33). En esta sección se halla una denuncia contra Judá (Jer. 2-20), acusaciones contra las autoridades civiles y religiosas (Jer. 21-23), la revelación del objeto y de la dureza del castigo (Jer. 24-29; cf. Jer. 25:11; Dn. 9:2) y el anuncio de las bendiciones que seguirán (Jer. 40-44)

(B) El relato del castigo (Jer. 34-44) El profeta denuncia la corrupción que reinaba poco antes de la caída de Jerusalén (Jer. 34-38). Relata la toma de Jerusalén y su destrucción (Jer. 39), el lamentable estado en que quedaron los supervivientes, y las profecías que les fueron dirigidas (Jer. 40-44).

(C) Predicciones relativas a las naciones extranjeras (Jer. 46-51); estas profecías van precedidas de un mensaje a Baruc (Jer. 45).

Aparecen pasajes mesiánicos en Jer. 23:5-8; 30:4-11; 33:14-26; el pacto irrevocable de Jehová con Israel es mencionado en Jer. 31:31-40; 32:36-44; 33. Mateo (Mt. 2:17-18) revela que Jer. 31:15 se aplica también a la matanza de los inocentes. En su cántico, Zacarías hace alusión a una palabra del profeta (Lc. 1:69; Jer. 23:5). El anuncio de un nuevo pacto (Jer. 31:31-34) constituye el tema de He. 8:8-13; 10:15-17 (cf. Lc. 22:20). Al purificar el Templo, Jesús cita a Jeremías (Jer. 7:9-11; Mr. 11:17). El libro del Apocalipsis se inspira patentemente en Jeremías, especialmente en lo tocante a la caída de Babilonia (Jer. 17:10, cf. Ap. 2:23; Jer. 25:10, cf. Ap. 18:22-23; Jer. 51:7-9, 45, 63-64, cf. Ap. 14:8; 17:2-4; 18:2-5, 21).

Nunca se ha dudado seriamente de la autenticidad de esta obra. En la LXX, el orden de los caps. es un poco diferente; en particular, los caps. 46 - 51 se encuentran entre los vv. 13 y 14 del cap. 25, y se evidencian varias omisiones (indudablemente debido a una tendencia del traductor a la brevedad).

(b) Confirmación arqueológica.

En Tafnes, el prof. Petrie descubrió las ruinas de la casa de Faraón (Jer. 43:9-10). Ésta tenía una sola entrada, y ante ella se expandía una gran extensión embaldosada, correspondiéndose exactamente con la descripción de Jeremías. En 1935 y 1938 se descubrieron las «cartas de Laquis», escritas sobre tejuelas de barro (ostraka). Los eruditos están de acuerdo en fechar estos fragmentos (alrededor de 90 líneas en hebreo) hacia el final del reinado de Sedecías. Se trata de un profeta cuyo nombre acaba en «iah», y ha podido ser descifrado así: «las palabras del profeta no son buenas... pueden debilitar las manos de...» (cf. Jer. 38:4). Incluso si no figura el nombre de Jeremías, estas cartas reflejan de una manera patente las circunstancias de su época y de su libro.

Bibliografía:

Cawley, F., y A. R. Millard, «Jeremías», en Nuevo Comentario Bíblico (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1977);

Graybill, J. F.: «Jeremías», en Comentario Bíblico Moody del Antiguo Testamento (Pub. Portavoz Evangélico, en prep.; hay edición en inglés, Moody Press 1962);

Jensen, I. L.: «Jeremías y Lamentaciones» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona 1979);

Kelly, W.: «Notes on Jeremiah», en The Bible Treasury, vol. 7, págs. 3 y ss., enero 1868 a diciembre 1870. (Reimpresión H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda, 1969).


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