(para los hebreos, este nombre significa «fundamento de la paz; posesión de la paz»; su etimología es incierta).

Ciudad santa; capital de la monarquía unida bajo David y Salomón, del reino de Judá, de Judea, y modernamente declarada por el Knesset (Parlamento del Estado de Israel) la «capital eterna de Israel».

Plan de este artículo:

A. Nombre.

B. La ciudad.

a. Situación.

b. Suministros de agua.

c. Estructuras defensivas.

d. Edificios célebres en la época de Cristo.

C. Historia de la ciudad.

a. La ciudad cananea.

b. La ciudad israelita.

c. Jerusalén a partir de Tito.

A. NOMBRE.

Muchos han sostenido que la mención más antigua de Jerusalén que se tiene en la Biblia es la mención de Salem en Gn. 14:18, en relación con el encuentro de Abraham con Melquisedec, «rey de Salem». En las tabletas cuneiformes de los restos de Ebla (véase MARDIKH [TELL]) aparecen por separado los nombres de Salim y de Urusalima, entre otras ciudades como Hazor, Laquis, Meguido, Gaza, Dor, Sinaí, Jope, Sodoma y las otras ciudades de la llanura. Estas ciudades estaban en relación comercial con Ebla, y estos registros, anteriores a la catástrofe que destruyó Sodoma y las otras ciudades comarcanas, parecen indicar que Salim o Salem era una ciudad distinta de Jerusalén (Urusalima). Estas tabletas están fechadas alrededor del año 2300 a.C. En el relato de la conquista de Canaán figura bajo el nombre de Jebús y de Jerusalén. Después de ello se encuentra frecuentemente el nombre de Jebús mientras los jebuseos poseyeron la ciudad. Al apoderarse David de ella, el antiguo nombre vino a ser su única designación (aunque también se usó su abreviación Salem, cf. Sal. 76:2). La pronunciación Y'rû, shãlêm se modificó posteriormente a fin de darle una forma dual, Y'rûshãla'(y) im. Esta es la interpretación de ciertos gramáticos. La forma Urusalim se encuentra en las cartas de Tell el-Amarna (véase AMARNA), en las cartas dirigidas a Amenofis IV (o Amenhotep IV), rey de Egipto. Velikovsky y Courville documentan que la asignación de este rey y de las cartas al siglo XV a.C. no es sostenible, y que se refiere a la época de Acab y Josafat, durante un período entre 870 y 840 a.C., aproximadamente (cf. Courville y Velikovsky, véase Bibliografía bajo articulo AMARNA). Así, se debe reconocer la gran antigüedad de las menciones de Urusalima en las tabletas de Ebla, en tanto que Tell el-Amarna nos da unos documentos relativamente mucho más recientes, del siglo IX a.C. en la cronología revisada, frente a la asignación al siglo XV a.C. en la cronología comúnmente divulgada.

B. LA CIUDAD.

a. Situación.

Jerusalén se halla en una meseta sobre la cordillera central que constituye el eje dorsal de Palestina, en uno de sus puntos más elevados (800 m. sobre el nivel del Mediterráneo). Se halla a la misma latitud que la extremidad septentrional del mar Muerto. Excepto en su parte norte, la ciudad está separada del resto de la meseta por profundos barrancos o torrenteras. Este promontorio está cortado a su vez por una depresión llamada Tiropeón; esta depresión desemboca en el ángulo sureste del promontorio, en la unión de los barrancos meridional y oriental (Hinom y Cedrón, respectivamente). Subiendo desde allí, el Tiropeón se extiende hacia el norte en un arco, a lo largo de más de 1,5 Km.; a la mitad, desde la zona cóncava, proyecta una ramificación que se dirige directamente hacia el oeste. Ésta era la configuración original de la localidad; pero, con el curso de los siglos, los trabajos urbanos y las devastaciones de las guerras rebajaron las alturas y terraplenaron las depresiones. Las ramificaciones de estos valles rodean tres colinas principales: una al este, otra al sudeste, y otra al noroeste:

(1) La colina oriental es un monte que se extiende de norte a sur a lo largo de casi 1 Km.; dominando desde una altura entre 60 y 90 m. los valles que la rodean, se aplana en su parte meridional. Al norte, una ramificación del barranco oriental casi aislaba esta colina, en la antigua topografía, de la meseta de la que forma parte. Su cumbre tiene una altura media superior a los 731 m. Al sur, una ligera depresión de unos 30 m. de longitud y de una profundidad de 12 m. en algunos lugares, salía de la llamada «fuente de la Virgen», y se dirigía al noroeste, en dirección al valle del Tiropeón.

(2) La colina oblonga del suroeste, la más grande de las tres, tiene un contrafuerte que se proyecta hacia el noreste. Esta colina se levanta formando un pico sobre los valles circundantes. Su gran cumbre se detiene al principio a una altura de 731 m. y después sube hacia el oeste hasta 775 m.

(3) La tercera colina es una proyección de la meseta, más que un cerro aislado. Se halla al norte de la colina anteriormente descrita, a unos 746 m.; se hallaba incluida dentro de la ciudad antes de la era cristiana.

Estas tres colinas y sus barrancos protectores hacían de Jerusalén una ciudad inexpugnable (2 S. 5:6), rodeada y dominada además por otras alturas (Sal. 125:2).

El barranco oriental es el valle del Cedrón. Hacia el este, a partir del valle del Cedrón se halla el monte de los Olivos, frente a las colinas de la ciudad. El monte orientado en dirección norte-sur es la colina del Templo, llamada, al menos en la zona donde estaba el santuario, monte de Moria. Su extremidad meridional, más baja, llevaba el nombre de Ofel. El valle situado al Oeste de esta colina es el Tiropeón, en el que está situado, en el extremo meridional de la colina, el estanque de Siloé. El valle de Hinom (de donde viene el nombre Gehena) va desde el extremo noroeste de la ciudad hasta el suroeste; de allí, gira hacia el este, y se une con el valle del Cedrón. Al norte del Templo se halla el estanque de Betesda.

Situación de la altura llamada «Monte Sion». Este problema ha recibido tres soluciones principales:

(1) El monte Sion sería la colina del suroeste. Esta opinión ha prevalecido desde el siglo IV:

(a) Sion era la ciudad de David (2 S. 5:7-9). Josefo dice que David dio a la ciudad alta el nombre de ciudadela y era indudablemente la colina del suroeste (Guerras 5:4, 1) Por ello es singular que Josefo no le dé explícitamente el nombre de Sion.

(b) En Neh. 3, donde tiene tanta importancia la reconstrucción de las murallas, permite ver que Sion no formaba parte de la colina del Templo.

(c) El carácter sagrado de Sion se explica porque el arca reposó muchos años en este lugar del que David cantó la santidad (2 S. 6:12-18; 1 R. 8:1-4; Sal. 26). El nombre de Sion vino a ser así el título de nobleza de Jerusalén y servía para designarla en su conjunto, como ciudad santa (Sal. 48; 87; 133:3);

(2) El monte Sion era la colina del noroeste (Warren). Esta eminencia ha sido identificada con el sector de la ciudad que Josefo denomina Acra y que, en griego, significa ciudadela. Si este historiador la denomina ciudad baja es porque había venido a serlo en su época; originalmente, la ciudadela se alzaba más elevada. Simón Macabeo la abatió porque dominaba el Templo (Ant. 13:6, 7). Primitivamente, esta colina del noroeste había sido un lugar adecuado para una fortaleza jebusea.

(3) El monte Sion era una parte de la colina del Templo. Los principales argumentos en favor de esta opinión:

(a) La colina del Templo sigue siendo la más adecuada para una fortaleza.

(b) De la Puerta de la Fuente se subía al Templo en una ascensión gradual desde la ciudad de David, más allá de la Puerta de las Aguas (Neh. 12:37). Estas escaleras pueden ser las que se han descubierto que ascienden por la colina a partir del estanque en el extremo meridional.

(c) Los términos que hablan de Sion como lugar santo no son aplicables a toda la ciudad, pero tienen su explicación si el Templo se levantaba sobre el monte Sion. Éste, efectivamente, recibe el nombre de santo monte, morada del Señor, monte de Jehová (Sal. 2:6; 9:11; 24:3; 132:13).

(d) En 1 Mac. 1:33-38, Sion es el monte del Templo. La distinción constante que se hace entre la ciudad de David y el monte Sion, lugar del santuario, demuestra que el sentido de estas expresiones había cambiado desde la época en que eran sinónimas (2 S. 5:7). La explicación más sencilla es que el monte Sion formaba parte de la colina del Templo. Por extensión, se daba frecuentemente el nombre de Sion a toda la colina del Templo, en tanto que la expresión «ciudad de David» había tomado también un sentido más amplio, designando toda la ciudad de Jerusalén (2 S. 5:7; Ant. 7:3, 2), comprendiéndose en esta designación los nuevos suburbios de las colinas vecinas, rodeados de fortificaciones. El término «ciudad de David» podía incluir o excluir el santuario, según la oportunidad. Los sirios construyeron una fortaleza en la ciudad de David, pero Judas Macabeo entró, y se apoderó del Templo en el monte Sion (1 Mac. 1:33 ss.; 4:36 ss.).

Esta tercera solución tiene todos los visos de verosimilitud. Sion, la ciudadela de los jebuseos, con cuatro puertas, ocupaba la extremidad meridional de la colina oriental al sur del Templo, al sur también de la depresión transversal. Ciertas secciones de antiguas murallas han sido exploradas, y se les asignan fechas del tercer milenio a.C.

b. Suministros de agua.

En el transcurso de asedios largos y terribles, los moradores de Jerusalén padecieron hambres atroces, pero no parece que carecieran nunca de agua. Eran más los asediadores que los asediados los que se arriesgaban a carecer de ella. No hay ninguna fuente al norte de la ciudad, y las que se conocen, al este, oeste y sur, se hallaban dentro de las murallas, a excepción de la de En Rogel. Esta última se halla al sur, por debajo de la unión de los valles de Hinom y del Cedrón, sobre el wadi en-Nar; recibe también el nombre de pozo de Job («'Ain' Ayyûb»); es indudable que debe ser identificada con la fuente del Dragón o del Chacal (Neh. 2:13). No se han descubierto fuentes que alimenten el estanque de Mamillã ni el del Sultán al oeste. La colina del suroeste no tiene fuentes, que se sepa. En cambio, el monte del Templo está bien provisto de agua (Tácito, Hist. 5:21). Al este de la ciudad antigua, en el valle del Cedrón, hay una fuente de aguas vivas bien conocida: la fuente de la Virgen (el pozo de Santa María, también conocido como Gihón [véase GIHÓN]). Sus abundantes aguas llegaban al estanque de Siloé, situado en el extremo sur de la colina. Antiguamente, las aguas de la fuente de Gihón llegaban a la superficie por el antiguo canal, yendo a parar al estanque Viejo (llamado también estanque Inferior). Es identificado con el moderno Birket el-Hamra, por debajo de Ain Silwãn (Siloé). Previendo el ataque de Senaquerib, Ezequías cubrió el canal que había a cielo abierto, desvió del estanque Viejo (Inferior), las aguas de Gihón, y las dirigió subterráneamente al estanque Nuevo (Superior). (2 R. 18:17; 20:20; 2 Cr. 32:4, 30; Is. 7:3; 8:6; 22:9, 11; 36:2). El estanque del Rey se puede identificar con Siloé (Neh. 2:14). El estanque de Salomón se hallaba, según parece, al este de Siloé (Guerras 5:4, 2). Al lado occidental de la colina, al oeste del Templo, hay las pretendidas aguas curativas de Hammãn eshshifã, y, al lado norte de la colina, se halla Betesda.

A las fuentes acompañaban las cisternas. Las torres que dominaban las murallas tenían grandes depósitos de agua de lluvia (Guerras 5:4, 3) numerosas cisternas de las que todavía existen en gran cantidad estaban diseminadas por la ciudad (Tácito, Hist. 5:12). 

Además del aporte de las fuentes y de las cisternas de la ciudad había también el suministro de agua traída de lejos. El estanque de Mamillã tallado en la roca se halla al principio del wadi er-Rabãbi, al oeste de la ciudad. Más abajo del Hinom, frente al ángulo suroccidental de las murallas actuales, se halla Birket es-Sultãn (el estanque del Sultán), construido en el siglo XII d.C. Algunos arqueólogos identifican el estanque de Mamillã con el de la Serpiente, mencionado por Josefo (Guerras 5:3, 2). Un acueducto llevaba el agua de Mamillã hasta el estanque del patriarca, al este de la puerta de Jafa. La tradición lo identifica con el estanque de Ezequías; es probable que se trate del estanque de Amigdalón, es decir, del almendro (o de la torre), mencionado por Josefo (Guerras 5:11, 4). En un período posterior, se construyó un depósito al norte de la zona del templo, en un terreno donde un pequeño valle se ramifica del Cedrón hacia el oeste. Sus aguas venían del oeste. Este depósito se llama «estanque de Israel» (Birket' Isrã'în). Más hacia el oeste se hallan los estanques gemelos, que Clermont-Ganneau identifica con el estanque Strouthios (del gorrión). Este estanque existía durante el asedio de Tito; se hallaba frente a la torre Antonia (Guerras 5:11, 4). El mayor acueducto era el que, desde más allá de Belén, llevaba agua hasta Jerusalén. Según el Talmud, salía un conducto de agua de la fuente de Etam para dar el suministro al templo de Jerusalén. Etam se halla en Khirbet el Khoh, cerca de 'Am 'Atán, en los parajes del pueblo de Urtãs, a unos 3 Km. al suroeste de Belén. El acueducto es muy antiguo, anterior a la época romana.

c. Estructuras defensivas.

Inmediatamente después de haberse apoderado de Jerusalén, David hizo construir una muralla alrededor de la ciudad. La antigua ciudadela de los jebuseos, llamada desde entonces «ciudad de David», ya existía. David fortificó también los alrededores de la ciudad, «a partir del Milo» (2 S. 5:9; 1 Cr. 11:8). El Milo de David era una fortificación (quizá de tierra) que defendía la antigua ciudad jebusea, al noroeste. Salomón «construyó» Milo y el muro de Jerusalén, para cerrar la brecha de la ciudad de David (1 R. 9:15, 24). Los siguientes reyes restauraron y agrandaron Milo, hasta que al final su muralla llegaba a la actual puerta de Jafa al oeste (2 Cr. 26:9), tocaba el valle de Hinom, al sur (Jer. 19:2), el estanque de Siloé (cf. 2 R. 25:4), englobaba Ofel (2 Cr. 27:3; 33:14) y rodeaba al norte el suburbio que creció sobre la colina del noroeste (2 R. 14:13; 2 Cr. 33:14; Jer. 31:38). Nabucodonosor arrasó esta muralla (2 R. 25:10).

Nehemías reconstruyó este antiguo muro, sirviéndose de materiales de la antigua fortificación (Neh. 2:13-15; 4:2, 7; 6:15). La muralla de Nehemías comenzaba en la puerta de las Ovejas (Neh. 3:1), próxima al estanque de Betesda (Jn. 5:2), que fue descubierta cerca de la iglesia de Santa Ana, a unos 90 m. de la actual puerta de San Esteban. El estanque se hallaba sobre el lado septentrional de esta ramificación del valle del Cedrón que se interponía entre la colina del Templo y la meseta. Así, la puerta de las Ovejas se hallaba en esta ramificación del valle o sobre la pendiente que conducía a la meseta, al norte o al noroeste. Cerca de la puerta de las Ovejas, se hallaban, al alejarse del Templo, las torres de Hamea y de Hananeel (Neh. 3:1; 12:39). Después había la puerta del Pescado, en el barrio nuevo (segundo) de la ciudad (Neh. 3:3; Sof. 1:10), y a continuación la puerta Vieja (Neh. 3:6; 12:39). A cierta distancia se levantaba el muro ancho (Neh. 3:8; 12:38) y, aún más lejos, la torre de los Hornos (Neh. 3:11; 12:38). Seguía la puerta del Valle (técnicamente, este término designaba el valle al oeste de la ciudad (Neh. 3:13; cf. Neh. 2:13-15). A continuación: la puerta del Muladar (Neh. 3:14); la puerta de la Fuente; el muro del estanque de Siloé, cerca del huerto del rey, en el ángulo suroriental de la ciudad; y las escalinatas que descendían de la ciudad de David (Neh. 2:15); al este de este lugar se hallaba la puerta de las Aguas (¿quizá de las aguas del Templo?), ante la cual se extendía una gran plaza pública (Neh. 8:1-3; 12:37). Después la fortificación pasaba delante de los sepulcros de David, del estanque artificial, de la casa de los héroes (Neh. 3:16); la subida de la armería, en una esquina (Neh. 3:19); la casa del sumo sacerdote Eliasib (Neh. 3:20); la fortificación pasaba después por diversos sectores, indicados por otras casas (Neh. 3:23, 24); la fortificación englobaba el ángulo de la casa real y la torre que dominaba sobre el muro; esta torre tocaba el patio de la cárcel (Neh. 3:25). Los siervos del templo moraban en la colina de Ofel; su sector se extendía desde la puerta de las Aguas, al este, hasta esta torre (Neh. 3:26; cf. 11:21). La parte siguiente de la muralla iba de esta torre al muro de Ofel (Neh. 3:27); seguía la puerta de los Caballos, en la zona donde vivían los sacerdotes (Neh. 3:28). Esta puerta de los Caballos, al este de la ciudad, dominaba el valle del Cedrón (Jer. 31:40), pero no era necesariamente una puerta exterior; podría haber servido de enlace entre el Ofel y la zona norte, donde se hallaban el Templo y el palacio. Una parte del muro llegaba frente a la casa de Sadoc; después había un sector que fue restaurado por el guarda de la puerta Oriental (probablemente al este del Templo) (Neh. 3:29); inmediatamente después, frente a la puerta del Juicio (probablemente una de las puertas interiores de la zona del Templo, donde se quemaban los sacrificios por el pecado, cf. Ez. 43:21), un sector de la fortaleza subía hasta la sala de la esquina (Neh. 3:32). Finalmente, la muralla volvía a la puerta de las Ovejas, el lugar donde se ha empezado la descripción (Neh. 3:1, 2).

Hay dos importantes puertas de la muralla descrita que no son mencionadas en Neh. 3 a pesar de que una de ellas, al menos, la puerta del Ángulo, existía en aquella época (2 R. 14:13; 2 Cr. 26:9; cf. Zac. 14:10); la otra era la puerta de Efraín (Neh. 8:16; 12:39). La puerta del Ángulo parece haber estado situada en el extremo nororiental de la ciudad (Jer. 31:38), a 400 codos de la puerta de Efraín (2 R. 14:13) que daba paso al camino que se dirigía a Efraín; así, se cree que esta puerta estaba al norte de la ciudad y al este de la puerta del Ángulo; en todo caso, se hallaba al oeste de la puerta Vieja (Neh. 12:39). Partiendo de la puerta de las Ovejas, y siguiendo, en dirección oeste, la muralla septentrional, la disposición de las puertas y de las torres era la siguiente:

puerta de las Ovejas,

torres de Hamea y de Hananeel,

puerta de los Peces,

puerta Vieja,

puerta de Efraín y 

puerta del Ángulo.

Un problema difícil de resolver es si el «muro ancho» y la torre de los Hornos se hallaban más allá de la puerta del Ángulo. Se debe señalar que la puerta del Ángulo y la de Efraín se encontraban en el sector de la muralla mencionado en Neh. 3:8 como el lugar donde «dejaron reparada a Jerusalén hasta el muro ancho». Parece que la muralla no precisaba de reparación en este lugar. Esta frase de 3:8 se puede interpretar de diversas maneras.

Había también una puerta de Benjamín que miraba del lado de esta tribu (Jer. 37:13; 38:7; Zac. 14:10). Es probable que se corresponda con la puerta de las Ovejas. Todavía en la actualidad se debate el problema referente a la situación de ciertas puertas. Se podría identificar la puerta de Efraín con la puerta de en medio (Jer. 39:3); se ha intentado también asimilarla a la puerta de los Peces. Ciertos comentaristas han pretendido que las expresiones puerta del Ángulo y puerta Vieja se refieren a una misma puerta.

Desde la época de Nehemías a la de Cristo, las fortificaciones de Jerusalén sufrieron numerosas vicisitudes; unos 150 años después de Nehemías, Simón el Justo, sumo sacerdote, consideró necesario volver a fortificar el templo y la ciudad, en previsión de un sitio (Eclo. 50:1-4; cf. Ant. 12:1, 1). En el año 168 a.C., Antíoco Epifanes hizo derribar las murallas de Jerusalén, y erigió una fortaleza con fuertes torres «en la ciudad de David», expresión con un sentido amplio, que quizá permita diferenciar la ciudad del Templo (1 Mac. 1:31, 33, 39; 2 Mac. 5:2-26). Esta fortaleza, el Acra, se hizo célebre. Dominando el Templo (Ant. 13:67) fue, durante 25 años, una amenaza para los judíos. Unos dos años después de la demolición de las murallas de la ciudad, Judas Macabeo las reparó parcialmente, y fortifico el muro exterior del Templo; pero su obra fue destruida (1 Mac. 4:60; 6:18-27, 62). Jonatán, su hermano y sucesor, reanudó la obra, propuso la elevación de nuevas fortificaciones, y restauró las murallas, especialmente alrededor de la colina del Templo (1 Mac. 10:10; 12:36, 37; Ant. 13:5, 11). Su hermano Simón acabó la empresa (1 Mac. 13:10; 14:37; Ant. 13:6, 4). Este sumo sacerdote, que tenía la autoridad de un rey, no se conformó con construir las murallas de la ciudad, sino que, en el año 142 a.C., obligó a la guarnición extranjera a evacuar el Acra (1 Mac. 13:49-51). Al cabo de un tiempo, hizo demoler la fortaleza y rebajar la colina sobre la que había estado elevada, para que fuera más baja que el nivel del Templo (1 Mac. 14:36; 15:28; Ant. 13:6, 7). Aunque Acra significa ciudadela en gr., no debe confundirse este edificio con la Baris, llamada también torre Antonia, que se levantaba al norte del ángulo noroccidental de la zona del Templo. El Acra estaba al oeste del templo, y dio su nombre a la ciudad baja (Guerras 5:6, 1).

Pompeyo descubrió que Jerusalén era una fortaleza. Cuando al fin se apoderó de la ciudad, en el año 63 a.C., destruyó las fortificaciones (Tácito, Hist. 5:9 y ss). César permitió su reconstrucción (Ant. 14:8, 5; Guerras 1:10, 3 y 4). Al norte, estas fortificaciones, eran dos murallas que Herodes y los romanos, sus aliados, tomaron en el año 37 a.C. sin destruirlas (Ant. 14:6, 2 y 4; cf. 15:1, 2). 

En la época de Cristo Jerusalén tenía, al norte, las dos murallas citadas; pronto adquirió una tercera. Josefo atribuye la primera (una muralla interior) a David, a Salomón y a los reyes que les sucedieron. Basándose en los puntos de referencia que existían entonces, Josefo describe así el primer cinturón fortificado: partiendo de la torre de Hippicus (inmediatamente al sur de la moderna puerta de Jafa, en el ángulo noroccidental de la muralla de la ciudad vieja), se dirigía hacia el este, hacia el pórtico occidental del Templo. Al sur y al este de la torre de Hippicus, pasaba cerca del estanque de Siloé y, por el Ofel, llegaba al pórtico oriental del Templo (Guerras 5:4, 2); rodeaba las colinas del sudoeste y del este. La segunda muralla protegía el norte y el principal sector comercial de la ciudad (Guerras 5:4, 2; con respecto a los bazares de este sector, véase 8:1; 1:13, 2; Ant. 14:13, 3). Esta segunda muralla comenzaba en la puerta Gennath, esto es, la puerta de los Huertos, que formaba parte del primer cinturón levantándose cerca de la torre de Hippicus al este (Guerras 5:4, 2; cf. 3:2 para los huertos); la fortificación se terminaba en la torre Antonia (llamada al principio Baris), al norte del Templo (Guerras 5:4, 2). Herodes Agripa I, que reinó en Judea del año 41 al 44 d.C., emprendió la construcción de una tercera muralla, con el fin de incluir en los limites de la ciudad el suburbio no protegido de Bezetha. Sin embargo, el emperador Claudio ordenó a Herodes que cesara los trabajos. Al final, los judíos mismos concluyeron las obras. Esta tercera muralla comenzaba en la torre de Hippicus, subía al norte, llegaba a la torre de Psephino, en el ángulo noroccidental de la ciudad (Guerras 5:3, 5; 4:3), se dirigía al este, cerca de la tumba de Elena reina de Adiabene (Guerras 5:4, 2; Ant. 20:4, 3). El muro incluía el lugar en el que la tradición situaba el campamento asirio (Guerras 5:7, 3); rebasaba las grutas de los reyes; torcía hacia el sur en la torre del Ángulo, cerca del edificio del Foulón, y se unía con la antigua muralla en el valle del Cedrón (Guerras 5:4, 2). El perímetro de las murallas era de 33 estadios, o alrededor de 6 Km. (Guerras 5:4, 3). La torre Antonia estaba contigua al Templo, y el palacio de Herodes, con sus torres que dominaban la muralla al oeste, vino a unirse a las fortificaciones ya existentes. Cuando Tito se apoderó de Jerusalén en el año 70 d.C., arrasó todas estas obras defensivas, preservando sólo tres torres: la de Hippicus, de Fasael y de Mariamne. De toda la muralla, este general sólo preservó la parte que rodeaba el Oeste de la ciudad, con el fin de proteger la guarnición romana. En cuanto a las tres torres anteriores, Tito quería que ellas fueran testimonio a las futuras generaciones de la importancia que había tenido la ciudad conquistada por el arrojo romano (Guerras 7:1, 1).

d. Edificios célebres en la época de Cristo.

Además de las fortificaciones ya descritas, había numerosos edificios que suscitaban la emoción en los israelitas piadosos y patriotas. Ante todo, el Templo. La gran colina rocosa sobre la que se levantaba la torre Antonia limitaba parcialmente el lado septentrional de la zona del Templo. Una guarnición romana guardaba la torre Antonia. Al oeste del Templo se levantaba la casa del Concilio; era probablemente donde se reunía el Consejo general de la nación, llamado Sanedrín. Algo más al oeste, al otro extremo del puente que, enlazando con el pórtico occidental del Templo, salvaba el Tiropeón, se hallaba el gimnasio, llamado también «xystos». Este establecimiento, aborrecido por los judíos, propagaba el paganismo griego. El palacio de los Hasmoneos, que evocaba el heroísmo de los macabeos, dominaba el gimnasio y, más allá del valle, miraba al santuario. Un poco más allá, al norte del Templo y al este de la torre Antonia, se hallaban las aguas curativas del estanque de Betesda. Más al oeste, en el distrito situado frente al Templo, se levantaba el magnifico palacio de Herodes, con sus inexpugnables torres. Esta era la residencia de los procuradores cuando visitaban Jerusalén. Al sureste de la ciudad se hallaban la piscina de Siloé y, en sus cercanías, los sepulcros de los reyes. El inmenso anfiteatro de Herodes el Grande debía hallarse por estos lugares (Ant. 15:8, 1). Es posible que haya aquí una confusión con el hipódromo situado al sur del Templo (Guerras 2:3, 1), porque parece que se celebraban carreras de carros además de combates con leones y entre gladiadores (Ant. 15:8, 1). El hipódromo sirvió ocasionalmente como cárcel (Ant. 17:9, 5; Guerras 1:33, 6). Entre los otros edificios está la casa del sumo sacerdote (Mt. 26:3; Lc. 22:54; Guerras 2:17, 6); la casa de los registros, cerca del Templo (Guerras 2:17, 6; 6:6, 3); el palacio de la reina Elena de Adiabene, que había sido prosélita (cf. los mismos pasajes de Josefo).

C. HISTORIA DE LA CIUDAD.

a. La ciudad cananea.

Si la Salem de Melquisedec se corresponde con Jerusalén, según la opinión tradicional, esta ciudad es mencionada por primera vez en la época de Abraham (Gn. 14:18). La mención de Jerusalén en las tabletas de Tell el-Amarna (véase AMARNA) se asigna generalmente al siglo XV a.C. En base a una investigación crítica, estas tabletas resultan corresponder, en realidad, al siglo IX a.C. Cuando los israelitas penetraron en Canaán, el rey cananeo de Jerusalén fue derrotado, con sus aliados, por Josué en Gabaón y en la bajada de Bet-horón (Jos. 10:10). Sin embargo no se lanzaron contra Jerusalén; fue atribuida a la tribu de Benjamín. Estando en los confines de Judá, la ciudadela dominaba una parte del territorio de las dos tribus (Jos. 15:8; 18:28). Después de la muerte de Josué, durante la guerra que las diversas tribus mantuvieron contra los cananeos que vivían dentro de sus fronteras, Judá atacó a Jerusalén, tomándola e incendiándola (Jue. 1:8), pero parece que no pudo apoderarse de la ciudadela; tampoco lo consiguió Benjamín (Jue. .1:21). Ésta es la razón de que la ciudad reconstruida siguiera estando controlada por la fortaleza jebusea, y que sus moradores fueran también jebuseos. Los israelitas se sentían avergonzados de que hubiera, en el mismo centro de su país, una fortaleza extranjera (Jos. 15:63; Jue. 1:21; 19:11, 12). Y así se mantuvo la situación al comenzar la carrera de David. Volviendo del campo de batalla, el vencedor de Goliat pasó por Jerusalén y dejó allí la cabeza del filisteo (1 S. 17:54). Al venir a ser rey de todo Israel, David pudo hacer uso de la unidad, entusiasmo y obediencia del pueblo, así como la resolución de la rivalidad existente entre Judá y Benjamín. Dirigió, acto seguido, a sus tropas contra la irreductible ciudad. A pesar de las burlas de sus moradores, que consideraban que sus muros eran inexpugnables, se apoderó de ella (2 S. 5:6 ss.).

b. La ciudad israelita.

David hizo de Jerusalén la capital del reino, y emprendió la tarea de hacer de ella el centro religioso de la nación. El arca no tenía morada desde que el Señor había abandonado Silo, y el rey la llevó a Jerusalén, erigiéndole un tabernáculo decoroso y se dedicó a reunir los materiales para la construcción de un santuario (2 S. 6-7). Su hijo Salomón erigió el espléndido Templo, rodeándolo de murallas, que le dieron el aspecto de una fortaleza, y se construyó además un palacio que igualaba al Templo en esplendor(1 R. 6-7). Pero, bajo el reinado siguiente, Sisac, rey de Egipto (identificado por Velikovsky y Courville como Tutmose III, en la cronología revisada de Egipto) penetró en Jerusalén, llevándose los tesoros del Templo y del palacio real (1 R. 14:25-27); después de algo más de 80 años, hordas árabes y filisteas tomaron por poco tiempo la ciudad y la saquearon (2 Cr. 21:17). A pesar de estas vicisitudes, la población fue en aumento; se empezó a diferenciar entre los diversos distritos de Jerusalén (2 R. 20:4; 22:14). Antes del inicio del siglo VIII a.C., una prolongación de la muralla englobaba un suburbio de la colina del noroeste. Se trataba del distrito comercial, que siguió siéndolo aún después del exilio y hasta la destrucción de Jerusalén por Tito (Guerras 5:8, 1). La puerta de las Ovejas y la del Pescado se hallaban en este sector, que estaba situado a lo largo del valle llamado Tiropeón (de los comerciantes del queso). Bajo el reinado de Amasías, rey de Judá, los israelitas del reino del norte destruyeron una parte de las fortificaciones al norte de la ciudad, y se apoderaron de los tesoros del Templo y del palacio (2 R. 14:13, 14). Uzías y Jotam, reyes de Judá, repararon las destrucciones y aumentaron las defensas, erigiendo nuevos torreones (2 Cr. 26:9; 27:3). Es posible que tuvieran que reparar muchos otros desastres además de los causados por la guerra, porque bajo Uzías Jerusalén sufrió los efectos de una fuerte convulsión tectónica (Am. 11; Zac. 14:5; Ant. 9:10, 4). Los israelitas del reino del norte aliados con los sirios asediaron la ciudad durante el reinado de Acaz, pero en vano (2 R. 16:5). Este rey de Judá entregado a la idolatría hizo, poco después del asedio, extinguir las lámparas del santuario y detener los holocaustos, ordenando el cierre del Templo (2 R. 16:14 ss.; 2 Cr. 28:24; 29:7). Ezequías volvió a abrir el Templo, restableciendo el culto; sin embargo, para detener el ataque de los asirios, les tuvo que entregar el tesoro real, el del santuario, y las planchas de oro de que estaban revestidas las puertas del Templo. Pero esto sólo fue un alivio pasajero, porque al final los ejércitos de Asiria pusieron sitio a Jerusalén (2 Cr. 29:3; 2 R. 18:15, 16) Sin embargo el ángel del Señor azotó al ejército enemigo librando a Jerusalén de una manera prodigiosa (2 R. 19:35). Cuando Manasés volvió de su breve cautiverio en Babilonia construyó murallas y mejoró las fortificaciones (2 Cr. 33:14)

Durante los reinados del hijo y nieto de Josías varios reveses abrumaron la ciudad. Bajo Joacim, Nabucodonosor asedió Jerusalén y entró en ella, encadenó al rey, y terminó liberándolo, pero se llevó consigo a una buena cantidad de jóvenes príncipes y de objetos de gran precio del Templo (2 R. 24:1; 2 Cr. 36:6; Dn. 1:1). Después Nabucodonosor volvió, vació el tesoro real y el del Templo, se apoderó del resto de los utensilios de oro y de plata del santuario, llevó cautivo al rey Joaquín a Babilonia, deportando asimismo a los más útiles de los moradores de Jerusalén, soldados, artesanos, herreros, etc. (2 R. 24:10-16). Nueve años más tarde, bajo Sedecías, Nabucodonosor atacó Jerusalén por tercera vez; la asedió durante dos años, provocando una terrible hambre. Finalmente, los atacantes consiguieron abrir una brecha en las murallas; incendió el Templo, los palacios, demolió las murallas, y deportó al resto de los habitantes, excepto a los indigentes (2 R. 25). Jerusalén estuvo en ruinas durante cincuenta años. Zorobabel, acompañado de 50.000 israelitas, volvió en el año 538 a.C. Al inicio del año siguiente, echó los cimientos del Templo (Esd. 2:64, 65; 3:8). Hacia el año 444 a.C., Nehemías reconstruyó la muralla. Los persas tenían entonces el dominio, que recayó a continuación en los macedonios, bajo Alejandro Magno. En el año 203 a.C., Antíoco Epifanes se apoderó de Jerusalén, que cayó en manos de Egipto en el año 199 a.C. En el año 198 a.C., la ciudad abrió sus puertas a Antíoco, que se presentaba como amigo. En el año 170 a.C., Antíoco se hizo el dueño de Jerusalén, profanando el Templo acto seguido; los macabeos se alzaron en armas en el año 165 a.C. Judas volvió a tomar la ciudad y purificó el Templo. Los reyes de la dinastía hasmonea erigieron cerca del Templo una ciudadela que recibió el nombre de Baris, es decir, «la Torre» (véase ANTONIA). Pompeyo se apoderó de Jerusalén en el año 63 a.C., demoliendo una parte de las murallas. Craso saqueó el Templo en el año 54 y los partos entraron a saco en la ciudad el año 40. Herodes el Grande se apoderó de Jerusalén en el año 37 a.C., reparó las murallas, construyó diversos edificios para embellecer la ciudad, reconstruyó el Templo, y le dio un esplendor que contrastaba con el carácter relativamente humilde del Templo de Zorobabel. Comenzado entre el año 20 y 19 a.C., el Templo no quedó totalmente acabado durante la vida terrenal de nuestro Señor. Herodes fortificó la ciudadela, llamándola Antonia. Al morir, Jerusalén tenía dos murallas que la rodeaban, totalmente o en parte, en tanto que en la época de Salomón sólo habla tenido una. Herodes Agripa comenzó una tercera línea de murallas, hacia el año 42 o 43 d.C., unos doce años después de la crucifixión. En el año 70 d.C., los romanos, conducidos por Tito, ocuparon Jerusalén, después de haber destruido o incendiado, durante el asedio, el Templo y casi toda la ciudad. El general romano demolió las murallas, excepto una parte de la línea occidental, y las tres torres de Hippicus, Fasael y Mariamne (Guerras 7:1, 1).

c. Jerusalén después de Tito.

Bajo el emperador Adriano, los romanos emprendieron la reconstrucción de Jerusalén como ciudad pagana, que mantenían frente y contra los judíos; ésta parece haber sido la causa principal de la revuelta judía dirigida por Bar-Kokeba, entre los años 132-135 d.C. El alzamiento fue aplastado, y se reemprendió y finalizó la construcción de la ciudad. El nombre de Jerusalén fue reemplazado por el de Colonia Aelia Capitolina: Colonia, porque se trataba de una colonia romana; Aelia, en honor de Adriano, cuyo nombre propio era Aelio; Capitolina, porque la ciudad fue dedicada a Júpiter Capitolino. Se erigió un templo a esta divinidad pagana, sobre el emplazamiento de los antiguos templos de Salomón, Zorobabel y Herodes. Les quedó prohibido a los judíos, bajo pena de muerte, que entraran en la ciudad. Esta prohibición no afectaba a los cristianos que, sin duda alguna, ya se distinguían netamente de los judíos por aquel entonces. El nombre de Aelia persistió durante muchos siglos. El emperador Constantino levantó, al principio de una manera parcial, y después total, la prohibición que excluía a los judíos de la ciudad santa. En el año 326 Elena, la madre del emperador, erigió un santuario sobre el monte de los Olivos. En el año 333 se comenzó, por orden de Constantino, la construcción de la iglesia de la Anástasis, señalando el supuesto emplazamiento del Santo Sepulcro (véase CALVARIO). En el año 614, conducidos por su rey Cosroés II, los persas asaltaron Jerusalén. Dieron muerte a gran número de sus moradores, y deportaron a Persia a los supervivientes, e incendiaron la iglesia del Santo Sepulcro. A la muerte de Cosroés, en el año 628, el emperador romano Heraclio recuperó Jerusalén. En el año 638, la ciudad se rindió a los árabes, liderados por Omar ('Umar). 'Abd-al-Malik erigió, en el año 691, la magnífica Cúpula de la Roca (que los europeos llaman, erróneamente, la «mezquita de Omar»). Este edificio se halla sobre el emplazamiento del Templo, encima de las rocas de Moria, el posible emplazamiento del sacrificio no consumado de Isaac (Gn. 22:2; 2 Cr. 3:1). Cerca de la cúpula, en el sector meridional de la zona sagrada, 'Abd-al-Malik construyó otra mezquita, quizá sobre el lugar de una iglesia anterior. Esta mezquita se llama al-Masjid al-Aksa (la mezquita más alejada), pero esta expresión designa también el conjunto de edificios sagrados de esta zona. Al-Haram al-Sharîf (el noble santuario) es otro nombre aplicado a este grupo de construcciones. Durante la época en que los musulmanes de raza árabe reinaron sobre Jerusalén, los peregrinos cristianos que iban a visitar los lugares santos fueron tratados de diversas maneras. En una ocasión, un soberano fatimita incendió la iglesia del Santo Sepulcro; pero, por lo general, los árabes se mostraron tolerantes. Cuando, en el año 1077 d.C., los turcos (seldyúcidas) remplazaron a los árabes, la situación cambió. Los ultrajes y la opresión de estos últimos provocaron la reacción de los reinos de la Europa occidental y central, lo que provocó las Cruzadas. El 15 de julio de 1099, durante la primera de estas expediciones político-religiosas, Jerusalén fue tomada por asalto; se fundó entonces un reino cristiano que duró 88 años. Durante la ocupación cristiana, los edificios adyacentes al Santo Sepulcro fueron agrandados y hermoseados, en tanto que iban surgiendo nuevos edificios por la ciudad. En el año 1187, el reino de Jerusalén cayó en manos de Saladino, sultán de Egipto y de Siria; en 1192, este último reparó las murallas, pero el sultán de Damasco las hizo desmantelar en 1219. Federico II, emperador de Alemania, obtuvo la posesión de la ciudad santa, en 1229, por un tratado que estipulaba que las murallas no serían restauradas. Diez años más tarde, sus moradores infringieron esta condición. En 1443, la ciudad se rindió incondicionalmente a los cristianos. Al año siguiente, los turcos (Khwãrizim) se apoderaron de Jerusalén y restablecieron el Islam. Al cabo de unos tres años, los egipcios echaron a los invasores de Palestina y se hicieron con Jerusalén hasta 1517, año en el que Jerusalén cayó en manos de los turcos otomanos. El más grande de sus sultanes, Solimán el Magnífico, construyó en 1542 la línea de murallas que sigue todavía en pie. Durante la Primera Guerra Mundial, los ingleses y la Legión Judía, encuadrada en el ejército inglés bajo las órdenes del general Allenby, conquistaron Palestina. Jerusalén se rindió el 9 de diciembre de 1917. Después de la primera guerra judeo-árabe (1947-48) y del renacimiento del Estado de Israel, Jerusalén quedó dividida entre los judíos y los árabes. El Reino de Transjordania consiguió conservar la Ciudad Vieja incluida dentro de las murallas, gracias a la acción de la Legión Árabe, dirigida por oficiales británicos y encabezada por el asimismo británico Sir John Bagot Glubb («Glubb Pachá»), mientras que los judíos conservaban los suburbios nuevos fuera del recinto amurallado, en una lucha tenaz. Así quedó la situación hasta el 7 de junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días, en que el ejército israelita, venciendo la encarnizada resistencia jordana, logró conquistar el sector oriental de Jerusalén y reunificar la ciudad, capital del actual Estado de Israel.


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