I. LIBRO.

Forma parte de la literatura llamada sapiencial. Se trata de un libro poético que relata los sufrimientos de Job y el debate entre sus amigos y él acerca de las causas de su desgracia y del gran problema del sufrimiento. En prosa se hallan el prólogo (Jb. 1:1-3:2), las introducciones a los diversos discursos, particularmente la introducción al discurso de Eliú (Jb. 32:1-5), y el epílogo que narra la bienaventuranza recibida por Job por la bendición de Dios (Jb. 42:7-17).

Si el tema del libro es por qué sufren los justos, su objetivo esencial es el de refutar la teoría según la cual el sufrimiento sería una señal de la ira de Dios, y tendría siempre como causa el pecado de aquel que sufre. El AT declara con frecuencia que la rectitud atrae la prosperidad, en tanto que la maldad provoca la desgracia (Éx. 23:20-33; Lv. 26; Dt. 28; Sal. 1; 37; 73; Is. 58:7-13; Jer. 7:5-7; 17:5-8, 18-27; 31:29, 30; Ez. 18). Las excepciones aparentes a esta norma de las retribuciones constituían un motivo de profunda perplejidad. El antiguo pensamiento hebreo tenía la tendencia a pensar que, por cuanto el sufrimiento era la consecuencia del pecado, todo sufrimiento, incluido el caso de un justo, se debía necesariamente a la comisión de una transgresión específica. Sin embargo, esta conclusión es errónea, bien que todos los hombres hayan nacido en pecado y susceptibles de caer. Por otra parte, las personas dependen unas de otras, y los inocentes pueden sufrir a causa de los injustos o de los culpables; la maldad no es siempre descubierta y triunfa en ocasiones, al menos momentáneamente. Job no pretende ser absolutamente sin falta, pero mantiene que su castigo está más allá de toda proporción con su pecado.

Al comienzo del libro, Job es muy rico. Posee varios rebaños de ganado mayor y menor, tiene una multitud de siervos y una numerosa familia. Satán pide y recibe permiso para probar la fe de Job. Todos sus bienes le son arrebatados, y después pierde todos sus hijos. Satanás, que no cede en su intento de quebrantar a Job, obtiene a continuación autorización para atacar su cuerpo. La fe de Job triunfa en medio de todas las pruebas; finalmente recupera con creces su antigua prosperidad.

Entre el prólogo y el epílogo, el libro se puede dividir en tres secciones principales, teniendo cada una de ellas tres subdivisiones. El prólogo describe las riquezas y la felicidad de Job.

(A) Primera parte.

En la primera subdivisión nos muestra el inicio de las pruebas de Job, la pérdida de sus bienes y de su familia.

En la segunda subdivisión: el ataque sobre la propia persona de Job, segunda etapa de los sufrimientos del patriarca.

En la tercera subdivisión: llegada de Elifaz de Temán, Bildad de Suh, Zofar de Naama, los tres amigos que venían a «consolar» a Job.

(B) Segunda parte.

La segunda parte contiene la discusión entre Job y sus tres amigos, que hacen cada uno tres discursos, a excepción de Sofar, que sólo toma la palabra dos veces. Job responde a cada discurso. Esta discusión constituye la mayor parte del libro. Los tres amigos se basan en la idea de que el sufrimiento es siempre y necesariamente la consecuencia general. Como Job acepta este principio general, pero rehúsa su aplicación a su propio caso, se establece un interrogante, aunque al final de la discusión entre ellos la cuestión no queda en absoluto resuelta.

Primera serie de discursos:

Elifaz habla al principio acerca de la culpabilidad humana, y hace alusión al pecado de Job, pero de manera indirecta. Job responde que él es inocente.

Después Bildad se expresa en el mismo sentido; afirma que Dios no puede ser injusto, y por ello que el hombre tiene que ser culpable. Job de nuevo hace protestas de inocencia, y apela a Dios, y se lamenta de sus sufrimientos.

Zofar, por último, presenta los mismos argumentos, y da a entender de una manera más clara que Job debe haber cometido un pecado concreto.

La segunda serie de discursos se halla en los capítulos 12-20. Los oradores toman la palabra por el mismo orden, y reanudan la misma argumentación. Los amigos de Job se vuelven más vehementes, impacientes con su terquedad.

En la tercera serie de discursos (Jb. 21-31),

Elifaz acusa abiertamente a Job de un pecado secreto. Después de nuevas y vivas negaciones de Job,

Bildad vuelve de nuevo a su primer argumento, en tanto que 

Zofar calla. Durante toda esta discusión, Job, profundamente consciente de su integridad, no puede comprender la aparente dureza de Dios para con él.

Cuanto más aumenta su sufrimiento externo, tanto más agudas son sus luchas internas; pero está decidido, venga lo que viniere, a no dejar a su Dios. Después Job tiene la repentina intuición de que el Señor lo vindicará al final, si no en esta vida, sí en la venidera. Job se llena de esta certeza, y proclama así su fe en la inmortalidad: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios.» Job ha llegado con ello al fundamento inquebrantable, del que nada ya podrá hacerlo desviar (Jb. 19:25-26).

(C) En la tercera parte del libro (Jb. 32-37), Eliú hasta entonces en silencio, propone debatir la cuestión a partir de una base diferente. En lugar de considerar el sufrimiento de los hombres como castigo del pecado, Eliú estima que las aflicciones fortalecen y purifican a los creyentes. Así, no constituyen la expresión de la cólera de un Dios implacable, sino la corrección que inflige en disciplina amante. La tesis de Eliú hace de él un mensajero del Señor; prepara la intervención divina y aporta un argumento que Job puede considerar y, finalmente, admitir (Jb. 32-37). Después el Señor toma la palabra. Muestra a Job que el conocimiento humano está muy limitado para explicar de una manera satisfactoria el misterio de las dispensaciones divinas. Job se humilla delante del Señor (Jb. 38:1-42:6).

(D) Epílogo: Job recupera su prosperidad con creces, doblándola, lo mismo que el número de sus hijos (Jb. 42:7-17).

II. AUTOR, FECHA Y AUTENTICIDAD.

Ciertos críticos ponen en tela de juicio secciones importantes del libro:

(A) El prólogo y el epílogo.

(B) El capítulo 28, poema consagrado a la sabiduría divina.

(C) El discurso de Eliú (Jb. 32:1-37:24).

(D) La descripción del Leviatán (véase LEVIATÁN) y de Behemot (véase BEHEMOT; Jb. 40:10-41:25).

A todo ello se puede responder que no hay base alguna para atribuir el prólogo y el epílogo a un autor posterior. Toda la argumentación entre los tres amigos y Job presupone los sufrimientos de este último y la pérdida de sus hijos (cfr. Jb. 7:5; 8:4; 11:16; 13:28; 16:7; 29:5; 20:20, etc.). Es imposible demostrar que el capítulo 28 sea una interpolación, por mucho que este bello pasaje poético pueda ser considerado como una digresión. La eliminación de los más bellos pasajes literarios de la obra disminuiría el valor del poema original, y sería un contrasentido pretender que los «interpoladores» tuvieran más genio que el mismo autor. Lo mismo sucede con la descripción del Leviatán y de Behemot, siendo que el estilo y vocabulario son parejos con el resto del libro (cfr. Jb. 40:15; 39:15 con Jb. 5:23; 41:9 con 3:9, entre otros). Se rechaza a Eliú con el pretexto de que no aparece en el prólogo; pero no se puede sostener filológicamente que sus discursos pertenezcan a una fecha posterior. Por otra parte, sus palabras forman una transición necesaria, por cuanto «preparan la intervención del Señor en medio de la tormenta, al describir la majestad de Dios» (J. H. Raven). Si Eliú no es mencionado en el epílogo, es porque no se merecía los reproches dirigidos a los otros amigos de Job.

El desarrollo de la argumentación da testimonio de manera evidente a la unidad literaria de la obra. Los acontecimientos relatados son reales, aunque sean presentados bajo una forma poética (Grocio). Job fue un personaje histórico, que habitó en el país de Uz; es mencionado en Ez. 14:14 y Stg. 5:11. Por lo general, Uz es situado en Edom (1 Cr. 1:42; Lm. 4:21). Un hecho notable es que ninguno de los nombres que aparecen en el libro es simbólico.

III. La fecha de redacción es muy debatida, y las estimaciones de los críticos oscilan entre la época patriarcal y el siglo IV e incluso III a.C. Sin embargo, los manuscritos de Job hallados en el mar Muerto en escritura hebrea arcaica dan evidencia irrefutable de que la obra es ciertamente anterior al exilio babilónico. Hay eruditos que señalan a Moisés, buen conocedor del desierto y de su historia por su estancia en Madián, como redactor. Otros señalan a Salomón, en el período de oro de la literatura sapiencial. Sin embargo, tampoco es improbable que uno de los participantes en el debate, quizás Eliú, o aún el mismo Job (cfr. Jb. 19:23-24), dejaran memoria escrita de él. El modo sumamente arcaico de vida que se presenta (riqueza medida en número de rebaños, sacrificios ofrecidos por el cabeza de familia, línea independiente del pacto mosaico, bien que incluida por el noéico) da asimismo evidencia de una fecha muy temprana. Nada, pues, impide pensar que el libro fuera redactado poco después de los acontecimientos de que informa. En este libro inspirado hallamos un drama terrible (físico, moral y espiritual, un drama integralmente total) de una conciencia pura que afronta una suerte humanamente incomprensible. Y en medio de todas las perplejidades brilla ya la luz profética del pasaje de la vida nueva en resurrección proveída por el «Goel» o Redentor (Jb. 19:25-27), luz que alumbra al sufriente Job en medio de lo más negro de la tormenta, y que es un eco anticipatorio de las proclamaciones del Evangelio de la salvación.

Bibliografía:

Heavenor, E. S. P.: «Job», en Nuevo Comentario Bíblico (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1977);

Kelly, W.: «Eleven Lectures on Job», en Bible Treasury, ene.-dic. 1916; «Notes on the Book of Job», ibid., ene. 1877-dic. 1878, y «Lectures on the Book of Job», ibid., mar.-dic. 1908;

Kline, M. G.: «Job», en the Wycliffe Bible Commentary (Moody Press, 1962);

Zuck, R.: «Job» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1981).


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