Este término se puede definir de una manera amplia como aquel que actúa entre dos partes, bien para reconciliarlas, bien entre partes en las que no se dé hostilidad, con el propósito de que concierten un acuerdo o pacto. Evidentemente, el mediador debe estar en relación con ambas partes.

En su sentido bíblico, el mediador es aquella persona que interviene entre Dios y el hombre, con el fin de comunicar la mente de Dios al hombre, y con el fin de representar al hombre a Dios abogando por su causa. Todos los mediadores del AT son tipos que señalan al Mediador único y definitivo, el Señor Jesucristo.

Desde la Caída, el hombre ha estado moralmente separado de Dios; la distancia es infinita. Esta distancia ha sido cubierta por Cristo, como revelación de Dios, en su encarnación, y reconciliando al hombre con Dios, mediante su sacrificio expiatorio en la cruz.

(a) La mediación en el AT.

En el AT hallamos una rica expresión de mediación en diversos tipos:

Noé (Gn. 8:20),

Abraham (Gn. 12:7, 8; 15:9-11),

Isaac (Gn. 26:24 ss),

Jacob (Gn. 31:54; 33:20) actuaron como mediadores por sus familias ante Dios, y también dando a sus familias, en ocasiones, mensajes y proclamaciones proféticas de parte de Dios.

Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem, nos es presentado como el tipo del rey teocrático ideal y verdadero tipo del sacerdocio de Jesucristo (Sal. 110; cfr. He. 7).

Moisés vino a ser el primer mediador nacional entre Dios e Israel. Su misión fue la de ser el portavoz del Señor ante el pueblo, y el representante del pueblo ante Dios. Sólo él podía acercarse a Dios, y fue con él con quien el Señor habló directamente, cara a cara (cfr. Éx. 33:11). Y él se presentó a Dios para comunicarle las palabras del pueblo a Él, como a un soberano a quien sólo puede tener acceso su ministro designado (cfr. Éx. 19:8). Su mediación intercesora queda dramáticamente ejemplificada en el episodio del becerro de oro. Dios estaba dispuesto a destruir a todo el pueblo de Israel, pero Moisés se interpuso, orando a Dios para que mostrara misericordia en el juicio (Éx. 32:12-14).

Otros ejemplos de mediación los tenemos en el sacerdocio levítico, y que tenía su mayor énfasis en su función de representar al hombre ante Dios (esp. Lv. 16), aunque se daba también el ministerio profético (la representación de Dios ante el hombre), puesto que el pueblo podía consultar al sumo sacerdote, que conocía la voluntad de Dios por medio del Urim y Tumim (Éx. 28:30; 1 S. 28:6; Esd. 2:63; Neh. 7:65).

Otros mediadores cuya principal función era representar a Dios ante el pueblo y dar a conocer su voluntad y propósitos fueron los profetas.

El advenimiento de la monarquía llevó del reinado directo de Jehová sobre Israel al reinado por mediación de un rey, responsable ante Jehová del recto gobierno de su pueblo (1 S. 8:4-9 ss.). A partir de entonces el rey es considerado como «el ungido de Jehová». El rey teocrático tuvo su realización más aproximada en David, el hombre según el corazón de Jehová (cfr. 1 S. 13:14), y de cuya dinastía surgiría Aquel que reuniría en Sí el oficio de Mediador de un Nuevo Pacto, último y definitivo, en el triple aspecto de Sacerdote, Profeta y Rey. Como Sacerdote, prefigurado por Melquisedec (Sal. 110); como Profeta, preanunciado por el mismo Moisés (Dt. 18:15); y como Rey teocrático, prefigurado por David (conquistador) y Salomón (rey de paz), y prometido por Dios al mismo David (cfr. 1 Cr. 17:11-14, que evidentemente van más allá de Salomón, y contempla ya al Rey mesiánico; cfr. asimismo Jer. 30 y 31).

Otro aspecto de gran importancia en la figura del Mediador es el de «Siervo Sufriente». Como Mediador, buscando abrir el camino a un perdón justo por parte de Dios, de manera que «él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Ro. 3:26, véase JUSTIFICACIÓN), para obrar la reconciliación (2 Co. 18:21). Esta obra la efectuó siendo «herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is. 53:56). Fue tomando nuestro lugar bajo la ira de Dios contra el pecado, habiendo asumido la naturaleza humana, excepto el pecado, que pudo venir a ser «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29). Un Hombre capaz, Dios hecho carne, dando satisfacción infinita a Dios Juez por todos los pecados de la humanidad. Es sobre la base de esta redención efectuada que tiene lugar en el presente la actividad mediadora de Cristo en el cielo.

(b) La Mediación en el Nuevo Testamento.

Por su encarnación (véase ENCARNACIÓN), Cristo vino a revelarnos al Padre (Jn. 1:49). Por sus palabras de amor, por sus actos de misericordia y poder, podemos conocer el corazón del Padre de una manera entrañable y directa. Por mediación de Cristo, Dios el Hijo encarnado, podemos llegar a conocer verdaderamente que el Dios justo del Sinaí es asimismo AMOR (1 Jn. 4:8).

Así, el concepto de mediación, que se va desarrollando a través de las páginas de la Biblia, desde el gemido de Job: «No hay entre nosotros [Dios y Job] árbitro que ponga sus manos sobre nosotros dos» (Jb. 9:33, cfr. v. 32) y a través de todos los tipos y sombras, llega hasta su máxima y definitiva expresión en Cristo, Dios y Hombre verdadero, aquel que no sólo es Redentor capaz en base a su doble naturaleza, humana y divina, sino que también es Mediador capaz, en base a la misma razón. Por ello es que Pablo destaca: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5). En efecto, se trata de Jesucristo como un verdadero hombre individual que asume nuestra representación ante Dios, de la misma manera que es como verdadero Dios eterno (cfr. Jn. 1:1, etc.), que se nos revela en su Encarnación y obra de Redención. Cristo viene a cumplir así el profundo deseo de Job, poniendo, por así decirlo, sobre el hombro de Dios y sobre el hombro de cada hombre, y aproximando al hombre enemistado con Dios a un Dios que ha querido obrar y ha obrado la reconciliación (cfr. Col. 1:20), reconciliación que ofrece a todos por el Evangelio de Su gracia, con un llamamiento entrañable en busca de sus enemigos para ofrecerles la salvación, que alcanza un carácter de lo más solemnemente patético, mostrando lo infinito del amor y de la compasión de Dios hacia sus perdidas y errantes criaturas: «así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Co. 20).

(c) La singularidad de Cristo como Mediador.

Una cuestión de gran importancia a considerar es la afirmación bíblica de que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. El apóstol Pablo lo deja muy claro en su primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5). Cristo mismo ya lo había afirmado en diversas maneras y bajo diferentes figuras de lenguaje: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Jn. 14:6), «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo» (Jn. 10:9). «Yo soy el buen pastor... » (Jn. 10:14). Es solamente por medio de Cristo, y sólo Cristo, que podemos llegar a la salvación, a la vida, y a la comunión con Dios, «y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch. 4:12). Por ello mismo, se deben rechazar todas las doctrinas que pretenden que el hombre necesite de la mediación de otros para llegar a Dios. Ni instituciones, ni hombres, ni santos, ni ángeles, ni María la madre del Señor, a quien la Iglesia de Roma atribuye el título de «mediadora de todas las Gracias», enfrentándose a la clara verdad que nos es presentada en las Escrituras. En efecto, si ponemos a cualquier otro mediador entre nosotros y Dios, o a María para que incline el corazón de su Hijo en nuestro favor, como lo enseña la Iglesia de Roma, se contradice la lisa afirmación de 1 Ti. 2:5 de que hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. (Véase MARÍA).

La intercesión constituye una parte constante de la mediación. Cristo, el mediador del Nuevo Pacto, está en su ministerio celestial intercediendo por los suyos (véase INTERCESIÓN; véanse también los artículos EXPIACIÓN, JESUCRISTO, MESÍAS, PROPICIACIÓN, PROFETAS, REDENCIÓN, RECONCILIACIÓN, SACRIFICIO, SALVACIÓN, etc.).


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