La capacidad profesional de los médicos egipcios ya se conocía desde muy antiguo:

Ciro de Persia hizo llamar a un oculista de Egipto;

Darío tenía en Susa a médicos egipcios (Herodoto 3:1, 129).

Había especialistas para todas las enfermedades (2:84), los embalsamadores (Gn. 50:2) y los que trataban las enfermedades de la vista, de los pies (Herodoto 3:1, 29), había también parteras (Éx 1:15) y se empleaban remedios (Jer. 46:11). Los honorarios de los médicos dependían de la condición social del enfermo, como se ve ya en el código de Hammurabi. Se podía dejar una fortuna en sus manos (Mr. 5:26; Lc. 8:43).

Los cirujanos se servían de lancetas de bronce; incluso hacían operaciones de cataratas. Los médicos griegos más renombrados eran los de Crotona; los de Cirene (en África) eran también muy conocidos (Herodoto 3:131).

La Biblia menciona el arte de sanar y de preparar medicinas (2 Cr. 16:12; Jer. 8:22; Mt. 9:12; Mr. 5:26; Éx. 30:35; Neh. 3:8; Ec. 10:1; cfr. Guerras 2:8, 6; Eclo, 38:1-38). Se usaban:

vendajes (Is. 1:6),

aceite puro o mezclado con vino,

unciones con aceite (Is. 1:6; Lc. 10:34; Stg. 5:14; Guerras 1:33, 5),

pomadas,

cataplasmas (2 R. 20:7; Jer. 8:22),

raíces,

hojas (Ez. 47:12; Guerras 2:8, 6),

vino (1 Ti. 5:23; Eclo. 38:4).

Lucas recibe el apelativo de «el médico amado» (Col. 4:14). En cambio, se reprocha al rey Asa que «en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos» (2 Cr. 16:21). El texto no dice si estos médicos eran israelitas o extranjeros. En todo caso, lo cierto es que en la antigüedad mucha parte de la pretendida «medicina» estaba relacionada con prácticas mágicas; frecuentemente se recurría a los encantamientos, a los amuletos, como en nuestros días hay quien se lanza al péndulo, y al ocultismo, o hacia el hechicero curandero. Fiarse de este tipo de prácticas en lugar de confiar en una intervención divina fue un pecado de Asa (cfr. una actitud similar de Ococías, 2 R. 1:2-4). También sería un error para un cristiano poner más confianza en un médico que en Dios, de quien en último término depende su vida. Pero si el enfermo busca en sumisión la voluntad y ayuda del Señor, no hay nada que vaya en contra de buscar remedios naturales o investigados por el hombre para curar sus dolencias o mitigarlas. (Véanse ENFERMEDAD, SANIDAD.)


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