En Egipto, los israelitas se familiarizaron con el año dividido en 12 meses de 30 días.

En el relato del Diluvio, los meses son también de treinta días (Gn. 7:11, 24; 8:3, 4). Velikovsky menciona poderosas razones que llevan a la conclusión de que el antiguo calendario estaba bien ajustado, siendo el mes lunar de treinta días, y el año de trescientos sesenta. Perturbaciones cósmicas posteriores (del tipo de las que provocaron el día largo de Josué y el retroceso de la sombra en el reloj solar de Ezequías; cfr. Jos. 9; 2 R. 20:8-11) desajustaron el anterior calendario, que tuvo que ser reajustado a la nueva longitud del año y del mes lunar (I. Velikovsky: «Worlds in Collision», Doubleday, 1950; véase también RELOJ DE SOL). 

Herodoto informa acerca de los cinco días de ajuste que los egipcios añadían al anterior calendario (Herodoto 2:4).

Los hebreos emplearon el mes lunar, que iba de una luna nueva a la siguiente, como se desprende de Gn. 1:14; Sal. 104:19 y Eclo. 43:6-8, así como de otros pasajes análogos. 

Durante la luna nueva se hacían ofrendas especiales al Señor (Nm. 10:10; 28:11-14; 2 Cr. 2:4).

La duración del mes hebreo variaba entre 29 y 30 días, aunque se consideraba formalmente como de 30 días (cfr. Nm. 20:29; Dt. 34:8; 21:13). Los meses se numeraban. 

Los relatos bíblicos relativos al período anterior al cautiverio en Babilonia sólo contienen cuatro nombres de meses:

Abib (el primer mes, Éx. 13:4, etc.);

Zif (el segundo, 1 R. 6:37);

Etanim (el séptimo, 1 R. 8:2), y

Bul (el octavo, 1 R. 6:38). 

Después del cautiverio, los judíos adoptaron los nombres empleados por los babilonios y las otras naciones semitas.

Véase TIEMPO.


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