Los escritos de Moisés fueron redactados en su mayor parte durante los cuarenta años del desierto. Allí consignó las etapas del viaje (Nm. 33) registró los acontecimientos importantes como la batalla contra Amalec (Éx. 17:14 ss), escribió los estatutos dados en el Sinaí en el libro del Pacto (Éx. 24:4-7) y más tarde todas las prescripciones contenidas en sus últimos discursos (Dt. 31:24). El lenguaje de Moisés presenta la riqueza, vivacidad y profundidad que exige la poesía hebrea muy sencilla de estructura, y muy apropiada para la expresión del fervor. Su poema más espontáneo es el cántico compuesto inmediatamente después del paso del mar Rojo, que refleja la exaltación del triunfo sobre Faraón (Éx. 15:1-18). Moisés atribuye la gloria a Jehová (Éx. 15:1-3), describe esta victoria (Éx. 15:4-12), prevé su repercusión sobre los enemigos de Israel (Éx. 15:13-15), viendo en ello una garantía de que el Señor conducirá al pueblo a la Tierra Prometida (Éx. 15:16-18). Este cántico fue posiblemente compuesto en poco tiempo, en tanto que el Sal. 90 da evidencia de la calma de la meditación. El cántico de despedida de Moisés resume las lecciones de cuarenta años en el desierto; la intención es que fuera memorizado por el pueblo (Dt. 32; cfr. 31:19, 22). La bendición de las tribus se expresa, lo mismo que la despedida de Jacob a sus hijos, en poesía (Dt. 33). Moisés fue un gran escritor. Usa formas conocidas en la literatura egipcia que lo habían precedido. Sus concepciones literarias e históricas, el entusiasmo suscitado por el arranque de la vida nacional de los hebreos, los extraordinarios acontecimientos que vivió, prepararon a Moisés para redactar la historia de su pueblo tal como la encontramos en el Pentateuco (véase PENTATEUCO).

Bajo la dirección de Jehová, Moisés dotó a su pueblo de instituciones civiles y religiosas que los contemporáneos apreciaron como oportunas, normales y necesarias para la nación. Se correspondía con unos ideales de la época, y representaban la cumbre de la verdad sobre el plan moral y religioso. Esta legislación, que descansaba sobre la base del Decálogo, no era enteramente nueva. Israel ya había sabido por mucho tiempo que Dios aborrecía la idolatría, que quedaba prohibida por el segundo mandamiento (Gn. 35:2). Parece que el día de reposo (sábado) había estado en vigor mucho antes de la promulgación del cuarto mandamiento en Sinaí (cfr. Éx. 16:22-30). De la misma manera, el adulterio, el homicidio y el falso testimonio estaban universalmente condenados mucho tiempo antes de las leyes del Sinaí; constituían crímenes castigados en todas partes. La característica principal de la constitución de Israel fue la de poner en la base de la teocracia las obligaciones morales. P. ej., el décimo mandamiento mira más allá del acto del pecado, y va a la raíz, el malvado deseo del corazón. Los estatutos unidos al Decálogo forman la mayor parte del libro del Pacto (Éx. 21:1-23:19). Con respecto al código de Hammurabi y la pretendida dependencia de Moisés de este código según algunos eruditos, véase HAMMURABI.

Las leyes litúrgicas de Moisés fueron igualmente adecuadas. Instituían un santuario central y único. Se trataba de un edificio de tipo inmutable, simétrico, lleno de simbolismos y permitiendo la celebración de sacrificios y de un ritual único. Se estableció en Israel un sacerdocio organizado, por el que una tribu, la de Leví, asumía la representación de todos los primogénitos que, de otra manera, hubieran debido ser consagrados al servicio del Señor (cfr. Éx. 13:11-16 y 32:26-29; Nm. 3:9, 11-13, 40, 41, 45 ss; 8:16-18 y cfr. artículo LEVITAS). El tabernáculo y su culto eran expresión de un cúmulo de verdades espirituales y sombras de cosas por venir, de Cristo y su obra en sacrificio y de su sacerdocio e intercesión por los suyos en su actividad mediadora presente (véanse HEBREOS y LEVÍTICO, y respectivas Bibliografías). Las prohibiciones mosaicas ponían a los hebreos en un terreno de separación del resto de las naciones, al hacer incompatibles sus costumbres con las de los gentiles. Por otra parte, siendo como era diferente de las leyes de los cultos paganos por su monoteísmo y espiritualidad, era inteligible tanto para israelitas como para gentiles; mostraba al pecador el camino de acceso a un Dios santo. Moisés fue ciertamente inspirado como profeta, pero Dios no le reveló un código y una religión nueva en todos sus aspectos. La Ley proclamada por su mediación tenía que concordar forzosamente con las revelaciones anteriores dadas a Adán y Eva acerca de la necesidad del sacrifico para estar cubiertos ante Dios (Gn. 3:21) su aborrecimiento de la violencia e iniquidad (Gn. 6:5; 11-12 etc. ), el otorgamiento de la carne de los animales sin su sangre (Gn. 9:3-4), entre muchos otros aspectos. Moisés pasó largos días en comunión con Dios. Él iluminó su espíritu, y le dio además sus comunicaciones personales, revelándole la naturaleza de su reino, las leyes que eran más adecuadas en base a las enseñanzas que quería dar a los israelitas y a nosotros a través de las experiencias de ellos y que serían apropiadas para disciplinarlos espiritualmente. Así, inspirado por Dios, Moisés forjó la constitución de Israel con todas sus instrucciones complementarias. Es cierto que las leyes transmitidas por Moisés tienen ciertas correspondencias con leyes humanas ya existentes entonces, pero ello es de esperar en tanto que tales leyes surgían, por una parte, de una distorsión de una revelación conocida por el hombre, transmitida a través de una línea justa, y posteriormente adaptada y modificada por el hombre en su apostasía, y por otra parte de provisiones dadas por hombres ante diversas circunstancias, con una naturaleza y conciencia dadas por Dios que, aunque muy imperfectamente, podían conducir a legisladores de naciones paganas a emitir leyes con una semejanza incompleta y sin la elevación moral de la Ley dada por Dios. La Ley mosaica pone al hombre en una posición de responsabilidad hacia Dios, y no hace una división clara entre vida civil y religiosa; en realidad, la totalidad de la existencia está orientada teocéntricamente, siendo la Ley el instrumento legal del estado teocrático.

Moisés mostraba la sabiduría consustancial a un hombre de estado. Sus dones le hicieron susceptible a los celos de ciertos miembros de su propia familia (Nm. 12), a los celos de las tribus en general, y a los de la misma tribu de Leví, la suya propia, por cuanto disgustaba a otros líderes la gran autoridad ejercida por Moisés y por Aarón (Nm. 16). Moisés sufrió a causa del materialismo exhibido por los israelitas (Nm. 32), por su falta de fe en el Señor por la inclinación de ellos hacia la idolatría. Evaluó las debilidades que amenazaban la existencia misma de la nación. Su discurso de despedida (Dt. 29:30; 31) insiste en la ley del altar único y sobre el aspecto espiritual de la religión. Moisés veía en ella un medio de elevar el nivel espiritual de la nación para llevarla a un andar más estrecho con Dios, y para mantener la pureza de culto y de doctrina y de cimentar la unidad nacional, dando además provisión para unas fiestas religiosas mucho más grandiosas que las de los paganos (véanse ALTAR, DEUTERONOMIO). Todos reconocieron la grandeza de Moisés después de su muerte (Jer. 15:1; He. 3:2). En la Transfiguración tuvo el honor de estar al lado de Cristo, y de hablar con Él acerca de su muerte en Jerusalén, que sería el cumplimiento de tantos tipos que él había presentado en sus escritos prefigurando a Cristo (Mt. 17:3, 4). En cuanto a la alusión en Jud. 9, véase MIGUEL.

Bibliografía:

Véanse las bibliografías correspondientes a GÉNESIS, ÉXODO, LEVÍTICO, NÚMEROS, DEUTERONOMIO, CREACIÓN, DILUVIO, EGIPTO, ÉXODO (artículo específico no sobre el libro, sino sobre la marcha de Egipto), PENTATEUCO.


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