Primitivamente, el comercio se hacía por medio de trueque. El término lat. «pecunia» (moneda) se deriva de «pecus» (ganado), lo que indica que el valor de las mercancías se medía originalmente por cabezas de ganado.

Las primeras piezas de moneda fueron probablemente emitidas en el siglo VIII a.C. en Asia Menor, entre los lidios y los griegos. Según Herodoto (1:94), los lidios se sirvieron de ellas desde su aparición. Ya desde el año 700 al 650 a.C. se acuñaban oficialmente en Lidia (Asia Menor) unos estateros hechos de una aleación de oro y plata llamada «electrón»; había monedas de plata en Egina. En el resto de Asia occidental, como en Egipto, se usaban lingotes de oro y plata que asumían distintas formas, especialmente la de anillos, y que probablemente llevaban impresa una indicación de su valor; sin embargo, estas piezas no estaban emitidas por ninguna institución oficial (Jos. 7:21; cfr. «kikkãr», círculo, nombre dado al talento). Cuando se efectuaba una transacción comercial, había poca confianza en las estampaciones de valor, por lo que se recurría al pesaje (Gn. 23:16; 43:21). (Véase PESOS Y MEDIDAS). El dinero era contado sólo en casos excepcionales y de manera aproximada (2 R. 12:10 ss)

Al principio el «siclo» no era una moneda acuñada sino un cierto peso («shekel») de plata. Los pesos se llamaban: «talento», «maneh», «siclo», «gera» y «beka» (medio siclo). Antes de la época en que los judíos emitieran su propia moneda las alusiones a siclos o a otros pesos de metales preciosos se refieren a lingotes, no a piezas acuñadas de moneda. La introducción de moneda en Persia se atribuye a Darío Histaspes (521-486 a.C.; Herodoto 4:166). Los judíos la conocerían entonces. El «dárico» ordinario (Esd. 2:69, RVR: «dracmas») era una pesada moneda de oro que llevaba a un lado la efigie del rey, con una rodilla en tierra, y blandiendo en una mano un arco, y con una jabalina en la otra. En el reverso aparecía una concavidad en forma de cuadrado irregular, indudablemente la marca de la herramienta con que se había estampado la otra cara contra la matriz. A la caída del imperio persa prevaleció en Judea el sistema monetario griego, con el «talento» y la «dracma» como unidades (1 Mac. 11:28; 2 Mac. 4:19). En el año 141-140 a.C., Simón Macabeo obtuvo el derecho a acuñar una moneda nacional teniendo su propio sello (1 Mac. 15:6), privilegio éste que bien pronto le fue arrebatado (v. 27). La pequeña moneda de cobre de Juan Hircano lleva, en el anverso, en el interior de una corona de olivo, la inscripción «Jehonanan, sumo sacerdote, y la comunidad de los judíos». El reverso tiene un símbolo griego: un doble cuerno de la abundancia alrededor de una amapola. Herodes el Grande y sus sucesores (hasta Herodes Agripa II), acuñaron monedas de cobre, pero las inscripciones aparecían siempre en griego.

Las monedas griegas siguieron teniendo curso legal en Palestina cuando los judíos tenían una moneda nacional, las dracmas y las tetradracmas. Bajo los Herodes y los procuradores, la dracma de plata (Lc. 15:8) equivalía a un poco más del denario romano. El «estatero» o «tetradracma» (Mt. 17:27) acuñado por las ciudades griegas de Siria y de Fenicia se depreció rápidamente. El «leptón», o «blanca» (Lc. 12:59; 21:2) no es el leptón de los griegos. El leptón de los judíos, su moneda más pequeña de cobre, era la mitad del «cuadrante» romano (Mr. 12:42). Como era moneda judía, debida probablemente a Juan Hircano o a algún otro macabeo, el leptón tenía curso legal en el Templo, donde no se aceptaban monedas extranjeras. La didracma se correspondía con el medio siclo (Mt. 17:24), pero no circulaba, o muy poco, en Palestina. Los judíos empleaban el «talento» ático (1 Mac. 11:28; Mt. 18:24), que Alejandro Magno había impuesto como patrón a lo largo y a lo ancho de todo su imperio, y que siguió en vigor después de él. No se trataba de una pieza de moneda, sino de una moneda de cuenta dividida en «minas» (1 Mac. 14:24; Lc. 19:13-25; del gr. «mnã»). El talento tenía 60 minas o 6.000 dracmas. La mina, que valía 100 dracmas, se devaluó rápidamente bajo los primeros césares. Cuando los romanos ocuparon Palestina, introdujeron su moneda, el «denario» (Mt. 18:28), que era de plata. Bajo el Imperio, el anverso presentaba casi siempre la cabeza del soberano reinante o de un miembro de la familia imperial. No se puede saber el valor real de estas monedas, que sufrieron diversas fluctuaciones, y cuyo poder de compra era muy superior al de las monedas de nuestros días. El tributo a César se pagaba en denarios (Mt. 22:19). El término gr. «assarion» (Mt. 10:29; Lc. 12:6) designaba al as romano, «sou», una moneda pequeña de cobre que, en el año 217 a.C., equivalía a un 1/16 de denario. Los procuradores de Judea estaban facultados para acuñar monedas en nombre de la familia imperial, aunque sólo de cobre; la leyenda figuraba en caracteres griegos. Una moneda lleva la inscripción «Ti. Claudius Caesar Germanicus», en gr., sobre el borde. En el anverso hay dos palmas con la inscripción «año 14». El reverso presenta el nombre de la emperatriz Julia Agripina. Fue acuñada en el año 54 d.C., durante la etapa de Félix como procurador.

La moneda en curso en la Palestina del NT era el denario de oro, generalmente llamado «áureo» (Ant 14:8, 5), que equivalía a 25 denarios de plata. Durante la primera rebelión, los judíos acuñaron una moneda nacional de plata, e hicieron lo mismo durante la segunda rebelión (132-135 d.C.). Después del aplastamiento de la primera rebelión, y de la toma de Jerusalén (70 d.C.), Roma acuñó monedas con la efigie y nombre del emperador Vespasiano; en el reverso figuran una mujer cautiva sentada bajo una palmera, en posición de abatimiento, y las palabras «IUDAEA CAPTA» (Judea vencida). Herodes Agripa II, que reinó sobre una parte de Galilea y al este del Jordán, continuó acuñando monedas de cobre después de la caída de Jerusalén. Algunas de ellas, que datan del reinado de Tito, tienen, en el anverso, la cabeza del emperador, su nombre y títulos y al reverso hay una victoria alada con una corona y una palma; la inscripción dice: «año 26 del rey Agripa».

Durante la segunda rebelión dirigida por Bar-Koqueba (132-135 d.C.), se volvieron a acuñar siclos y cuartos de siclo de plata y también monedas de cobre, con antiguas inscripciones hebreas. El anverso del siclo presenta un templo con cuatro columnas, indudablemente el diseño estilizado de la Puerta Hermosa del Templo de Jerusalén. El nombre de Simón, el caudillo de la insurrección, aparece en los bordes. Lo domina una estrella, alusión al sobrenombre de Simón: Bar-Koqueba: «hijo de una estrella». Para conseguir cuartos de siclos, se reacuñaron los denarios romanos; para esta época valían casi el cuarto de siclo, y podían tomar su lugar.


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