La monogamia es el ideal prescrito por las Escrituras (Gn. 2:18-24; Mt. 19:5; 1 Co. 6:16). Sólo ella permite la unidad total de los dos cónyuges, en tanto que la poligamia la hace imposible. El Creador confirma este hecho al hacer nacer un número aproximadamente igual de varones que de hembras. Él quiere también que el matrimonio sea una relación permanente (Mt. 19:6). Normalmente, el afecto entre marido y mujer se va desarrollando con el paso de los años. La moral reprueba la rotura del contrato. A causa de las obligaciones que les incumben, los esposos deben disciplinarse y criar a sus hijos enseñándoles a predicar el bien. El matrimonio es indisoluble antes de la muerte, excepto en caso de adulterio (Ro. 7:2, 3; Mt. 19:3-9). Pablo constata que hay rupturas arbitrarias, asimilables a una deserción (1 Co. 7:15). Los casos a los que hace alusión el apóstol iban probablemente acompañados de infidelidad conyugal. Está prohibido el nuevo matrimonio de personas divorciadas ilegítimamente (Mt. 5:32; 19:9; 1 Co. 7:10, 11). La sentencia de un tribunal civil no anula el matrimonio delante de Dios; declara si la ruptura ha sido causada por el pecado de uno de los cónyuges o por ambos. Parece que Adán, Caín, Noé y sus tres hijos fueron monógamos.


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