«separado, consagrado (a Dios)».

Hombre o mujer que era puesto aparte para Dios. El nazareato, institución hebrea probablemente muy antigua, fue reglamentado por la ley de Moisés (Nm. 6). El nazareo se consagraba a Dios por un período determinado, pero no se apartaba de la vida social. Su vida no era necesariamente ascética. La Ley prohibía al nazareo, durante la duración de su voto, consumir vino, bebidas fermentadas, y cualquier producto de la vid. Desde la época de los patriarcas nómadas, la vid simbolizaba la existencia sedentaria, la cultura, a las que uno podía entregarse, pero que alejaban de la simplicidad primitiva (véase JONADAB). En tanto que durara su consagración, el nazareo no debía cortarse el cabello: ello daba testimonio de que había consagrado su cuerpo y sus fuerzas al Dios que se lo había dado. Los cabellos largos eran un símbolo de poder y de abundante vitalidad (cfr. 2 S. 14:25-26). Cortarse la cabellera era una señal de duelo y de desolación (Jer. 7:29; Is. 22:12; Mi. 1:16). Finalmente, estaba prohibido que el nazareo se contaminara tocando ningún cadáver, incluso si se trataba de un pariente próximo. Al final de su voto, el que lo había hecho se presentaba al sacerdote, ofrecía los sacrificios prescritos, se cortaba la cabellera y la quemaba. Desde entonces podía beber vino (Nm. 6:1-21).

Ciertos nazareos fueron consagrados desde su nacimiento o incluso antes y para su vida entera. Por ejemplo, Sansón (Jue. 13:4, 5), Samuel (1 S. 1:11, 28). Sansón infringió no sólo las normas del nazareato sino también otras. En la época de Amós había gentes perversas que inducían a los nazareos a que violaran su voto y a que bebieran vino (Am. 2:11-12). Después del retorno del exilio aumentó el número de nazareos (1 Mac. 3:49; Guerras 2:15, 1). Juan el Bautista fue, desde su nacimiento, consagrado al nazareato (Lc. 1:15). Es probable que la profetisa Ana hubiera hecho este voto (Lc. 2:36, 37). Los amigos de Pablo le aconsejaron, según parece, que pagara los gastos involucrados en el fin del nazareato de cuatro hombres. Es así que se quería evitar cualquier motín que se pudiera provocar con su última visita a Jerusalén (Hch. 21:20-26). Las personas acomodadas subvenían en ocasiones los gastos que tenían que afrontar los nazareos pobres para la observancia de las prescripciones de la Ley.


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