La obediencia a Dios es uno de los deberes supremos de los hombres (Hch. 4:17), porque Él es el Hacedor (Hch. 5:29; Sal. 95:6), y los hombres dependen de su bondad (Sal. 145; Hch. 14:17) y están sujetos a Su ley (Sal. 119). La obediencia a Dios-Cristo es debida también porque Él nos ha redimido con Su sangre (1 Co. 6:20).

La obediencia a Dios debe hacerse de corazón (1 Jn. 5:2-7), en todas las cosas y en todo lugar (Ro. 2:7; Gá. 6:9). La obediencia también se debe a los padres, y en este sentido se llama obediencia filial (Éx. 20:12; Ef. 6:1; Col. 3:20).

Los cristianos prestan obediencia a los mandatarios y a las leyes (Ro. 13:1-5; Ti. 3:1) por causa de la conciencia.


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