(lat. «paradisus»; gr. «paradeisos»: «parque», «jardín de recreo», del avesta «pairi-daêza», «recinto cerrado»).

En Ec. 2:5; Cnt. 4:13; Neh. 2:8, el texto heb. dice «pardês», jardín, vergel, parque, tomando en este último pasaje el sentido de bosque. Josefo (Ant. 8:7, 3; Contra Apión 1:20) denomina con el gr. «paradeisos» a los jardines de Salomón en Etam y a los jardines colgantes de Babilonia. En la LXX se dice paraíso de Edén por huerto de Edén (Gn. 2:8).

Paraíso, designando el lugar de felicidad que el hombre ha perdido, vino a ser el nombre de la morada de los justos en el más allá. Los israelitas de la época tardía distinguían entre un paraíso celeste y un paraíso inferior, perteneciendo el primero al cielo, en tanto que el segundo era una división del Hades (heb. «seol», la morada de los muertos), asignado a las almas de los justos. Es en este sentido que Jesús se dirige al ladrón arrepentido: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). Con esto se refería a la morada de los muertos bienaventurados, llamada asimismo por los judíos «seno de Abraham» (Lc. 16:22). En efecto, es allí a donde descendió Jesús en el momento de Su muerte (Ef. 4:9; Hch. 2:27, 31).

En otros pasajes del NT este término adquiere su sentido celestial. Pablo fue arrebatado «al paraíso», hasta el tercer cielo, en la presencia de Dios (2 Co. 12:2, 4). Al que venza, el Señor le dará que coma del árbol de la vida, «que está en medio del paraíso de Dios» (Ap. 2:7; cfr. 22:2).


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