Desde la antigüedad, y aún en nuestros días, a pesar de todas las convenciones y tratados internacionales, los prisioneros de guerra son objeto de crueles tratos.

Los asirios sacaban los ojos a sus prisioneros, lo mismo que los filisteos (Jue. 16:21) y los babilonios (2 R. 25:7). Los sometían a duros trabajos forzados en estado de esclavitud (Jue. 16:21; Jos. 9:1-27; 2 S. 8:2). Muchos de ellos eran ejecutados (Nm. 31:7; Dt. 20:13 ss.; 2 S. 8:2; Jer. 52:10). Otros eran mutilados (Jue. 1:6). Las mujeres e hijos de los vencidos formaban parte del botín de los vencedores. Sin embargo, la Ley de Moisés regulaba el trato a dar a las mujeres cautivas, para que no fueran tratadas arbitrariamente (Dt. 21:10-14).

Alejandro Magno trató durísimamente a los habitantes de Tiro después de su valiente resistencia, dando muerte a ocho mil de ellos, dos mil por crucifixión, y vendiendo a treinta mil como esclavos.

Los romanos hacían también terribles matanzas cuando tomaban ciudades que les habían hecho frente. Los casos podrían multiplicarse, llegando hasta nuestro siglo XX, con sus crueles guerras y matanzas masivas. (Véase GUERRA.)


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