(gr.: «que ha venido a unirse»).

Persona de origen pagano, pero convertida al judaísmo.

Los fariseos recorrían mar y tierra para hacer un prosélito (Mt. 23:15). El poeta latino Horacio considera el proselitismo como una característica del judaísmo (Sat. 1:4, 142, 143). Había prosélitos en Jerusalén en el día de Pentecostés (Hch. 2:10).

Nicolás, uno de los siete diáconos de la iglesia apostólica, era prosélito de Antioquía (Hch. 6:5), ciudad en la que había numerosos adeptos al judaísmo (Hch. 8:27).

La familia real de Adiabena, al este del Éufrates, adoptó la religión judía (Ant. 20:2, 4).

En Antioquía de Pisidia, un gran número de prosélitos siguió a Pablo y a Bernabé (Hch. 13:43).

En el rabinismo se distinguían dos categorías de prosélitos:

(a) Los prosélitos de la justicia: se adherían a la circuncisión, al bautismo, ofrecían sacrificios, y practicaban el judaísmo integral.

(b) Los prosélitos de la puerta, menos avanzados, seguían los «siete preceptos de Noé» (véase NOÉ), pero no se sometían ni a la circuncisión ni al conjunto de las ordenanzas judías.

Nótese también que el NT emplea las expresiones «prosélito» y «temeroso de Dios» (Hch. 10:2; 13:43; 16:14; 18:7). Los prosélitos, así, eran gentiles que habían dado su adhesión al judaísmo, en tanto que los «temerosos de Dios» eran los que, sin haber llegado a dar este paso, frecuentaban fielmente la sinagoga.


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