(a) Las ciudades fortificadas y los palacios tenían una o varias puertas que permitían la entrada y salida de sus habitantes y que impedían, en caso necesario, la entrada al enemigo. Con frecuencia tenían poderosas torres que las protegían (2 Cr. 26:9). A menudo, la puerta era una entrada monumental, embovedada, que atravesaba la torre. Se cruzaban grandes barras contra las puertas para hacerlas impenetrables (Dt. 3:5; 1 R. 4:13; 2 Cr. 8:5; 14:7).

El término «puerta» significa asimismo el lugar más público de la ciudad, donde se trataban los asuntos (1 R. 22:10; 2 R. 7:1; Ez. 11:1), donde se llevaban a cabo las transacciones legales ante testigos (Gn. 23:10, 18; Rt. 4:1-11). Era el lugar en el que se examinaban y juzgaban los litigios (Dt. 21:19; 22:15; 25:7-9; Jb. 29:7; Am. 5:15). Las moradas aristocráticas tenían portales (Lc. 16:20) que permitían una exhibición de lujo (Pr. 17:19).

El término heb. «deleth» designa el conjunto de la puerta que gira sobre sus goznes, así como la hoja móvil (Gn. 19:6; Jue. 3:23). El término «tsela» se emplea a propósito de los paneles móviles de un batiente (1 R. 6:34). En el Templo de Salomón, la puerta del santuario ocupaba, según parece, 1/4 del muro (1 R. 6:33). En el estado actual de nuestros conocimientos, la interpretación de este pasaje no es muy segura. La LXX y la Vulgata traducen «puerta cuadrangular».

Para la Puerta de las Ovejas, del Pescado, de la Fuente, véase JERUSALÉN b, C.

(b) «Puerta» se usa metafóricamente del medio de entrada a bendición. El Señor Jesucristo dijo: «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo.» La salvación es sólo por medio de Él (Jn. 10:9). También dijo que, como Pastor verdadero, Él había entrado en el redil por la puerta; esto es, que aunque era el Hijo de Dios, entró obedientemente a través de lo que Dios había ordenado, siendo circuncidado, presentado en el Templo, y entrando además a formar parte del residuo mediante el bautismo (Jn. 10:1-9; cfr. Lc. 2:21-22; 3:21-22). Dios abrió «la puerta de la fe» a los gentiles mediante el ministerio de Pablo y Bernabé (Hch. 14:27). Las oportunidades para el servicio reciben el nombre de «puertas abiertas» (cfr. 1 Co. 16:9; 2 Co. 2:12; Col. 4:3; Ap. 3:8).

En la Iglesia en su estado laodicense el Señor es presentado fuera de ella, pidiendo admisión, a fin de que algunos le oigan individualmente, con promesa de bendición a aquellos que le abran (Ap. 3:20).


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