«oveja».

Hija menor de Labán. Era muy hermosa; Jacob la conoció en el pozo a donde ella iba a abrevar sus rebaños, cerca de Harán, en Mesopotamia. Jacob se enamoró de ella aquel mismo momento. Sin embargo, Jacob, desprovisto de bienes, no podía pagar la dote que todo pretendiente daba a los padres de una joven. Por esta razón, sirvió a Labán durante siete años para obtener a Raquel. Al mismo tiempo, Jacob, solitario y fugitivo, fue providencialmente cuidado, al poderse unir a un grupo patriarcal. Se comprometió en un contrato, y Labán le dio una mujer del clan.

Desde entonces, no podía partir ni llevarse su propia mujer e hijos sin pedir autorización para ello, incluso al acabar su contrato. Al final de los siete años de trabajo, Labán engañó a Jacob, que a la mañana siguiente de la noche de bodas se encontró conque la mujer que tenía era la hermana mayor de Raquel, Lea, según parece mucho menos atractiva. El hijo de Isaac sirvió siete años más para pagar el precio de la menor, la única que él amaba. Raquel vino a ser su mujer (Gn. 29:1-30), madre de José (Gn. 30:22-25) y de Benjamín; murió de parto al dar a luz a este último (Gn. 35:16-20; 48:7). Jacob la sepultó en un lugar situado algo al norte de Efrata, más conocida bajo el nombre de Belén, a lo largo del camino de este último lugar a Bet-el. Jacob erigió sobre el sepulcro un monumento que permaneció durante mucho tiempo (Gn. 35:19-20), cerca de Selsa (1 S. 10:2). Jerónimo, y el peregrino de Burdeos (siglo IV d.C.) mencionan este famoso lugar, del que dan testimonio tanto judíos como cristianos y musulmanes.

Allí se levanta, en la actualidad, un pequeño edificio, llamado Kubbat Rahil (la Cúpula de Raquel), a unos 6,5 Km. al sur de Jerusalén y a 1,5 al norte de Belén.

Jeremías muestra a Raquel llorando por sus hijos, los descendientes de José, Efraín y Manasés, deportados por los asirios (Jer. 31:15; cfr. v. 9, 18). El profeta habla de Ramá porque desde el territorio de Benjamín, donde se hallaba Ramá, había una altura desde la que se podía contemplar el devastado territorio de Efraín. La predicción evocada por los lloros de Raquel se cumplió en la masacre de los inocentes de Belén, en Judá (Mt. 2:18). Desde la división de Israel en dos reinos, Judá, en cuyo territorio se hallaba Belén, y Benjamín habían estado estrechamente asociados. Raquel, contemplando la desolación de Efraín, y llorando por sus hijos, muertos o deportados, atestigua que el juicio no se detendrá. Los extranjeros ocuparán el país y un edomita ocupará el trono, haciendo dar muerte a los hijos de Lea, a fin de suprimir al rey legítimo predestinado a salvar a Efraín, a Benjamín, a Judá y a todo Israel. La imagen de Raquel esperando el retomo de sus hijos a Dios y a su rey mesiánico (Jer. 30:9) se asocia con la de Lea implorando la venida del Hijo de David, que liberará a Judá y dará la paz a Israel (Jer. 23:6).

El clamor de Raquel es un preludio de las lamentaciones de las madres judías a través de los siglos.


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