(lat. «Sadducaei»; gr. «Saddoukaioi»).

Partido judío opuesto a los fariseos (Ant. 113:10, 6). Los saduceos eran relativamente poco numerosos, pero eran personas de elevada instrucción y en su mayor parte ricas, influyentes y poseedoras de altas funciones públicas (Ant. 18:1, 4). A juzgar por la etimología, este nombre deriva del nombre propio Sadoc, frecuentemente escrito Saddouk en gr. Según los rabinos, el partido provenía de un hombre llamado Sadoc, que vivió alrededor del año 300 a.C., y que hubiera sido su fundador. Sin embargo, como es evidente que los miembros de la más elevada aristocracia sacerdotal formaban parte de este partido, se piensa generalmente que su origen se remonta a otro Sadoc (2 S. 8:17), sumo sacerdote en la época de David. El sumo sacerdocio fue ostentado por los descendientes de Sadoc hasta la turbulenta época de los Macabeos (véase QUMRÁN [MANUSCRITOS DE], VI, Bosquejo histórico del qumranismo). Sus descendientes y partisanos se llamaron sadoquitas. Parece que se dividieron en dos ramas, la radical, que desembocaría en el qumranismo (véase ref. anterior), y la acomodaticia, de la que surgieron los saduceos. En contra de los fariseos, que daban una gran importancia a la tradición de los antiguos, y a los qumranitas, que se aislaron y tuvieron un desarrollo propio, más exacerbado que los fariseos, los saduceos se limitaban a los escritos de la Torah, de la Ley de Moisés. Para ellos, sólo la Ley escrita era determinante (Ant. 13:10, 6), pero pretendían el derecho a interpretarla a su manera (Ant. 18:1, 4). Se mantenían aferrados a la letra de las Escrituras, incluso con el resultado de un gran rigor en el ejercicio de la justicia (Ant. 20:9, 1).

Opuestos a los fariseos, los saduceos negaban:

(A) la resurrección y la retribución en el más allá, afirmando que el alma muere juntamente con el cuerpo (Mt. 22:23-33; Hch. 23:8; Ant. 18:1, 4; Guerras 2:8,14).

(B) La existencia de los ángeles y de los demonios (Hch. 23:8).

(C) La predestinación, a la que oponían el libre albedrío. Enseñaban que sufrimos las consecuencias directas de nuestros actos, buenos o malos, y que aparte de esto Dios no se ocupa de nuestra conducta (Ant. 13:5, 9; Guerras 2:8,14).

Su negación de la inmortalidad y de la resurrección se basaba, según ellos, en el hecho de que la Ley de Moisés no contiene textos explícitos acerca de estas doctrinas. Los saduceos no tenían en cuenta la creencia de los patriarcas en el más allá ni en la morada de los muertos (véase SEOL). Sin embargo, esta creencia contenía el germen de las posteriores revelaciones bíblicas acerca de la resurrección del cuerpo y del juicio venidero. En efecto, es indiscutible que los patriarcas creían en la supervivencia del alma. Al negar la existencia de ángeles y demonios los saduceos reaccionaban contra la compleja angeleología del judaísmo de su época, lleno de fantasiosas concepciones; sin embargo, oscilaban al otro extremo, negando a su vez la clara enseñanza de la Ley (Éx. 3:2; 14:19). Al principio, esta secta probablemente enseñaba que Dios confiere los castigos y las recompensas en la tierra, según el comportamiento de los hombres. Pero si es cierto que pretendían, como lo afirma Josefo, que Dios se desinteresa de nuestra conducta, se enfrentaban abiertamente con la Ley de Moisés, que ellos decían querer seguir (Gn. 3:17; 4:7; 6:5-7). Es indudable que empezaron negando lo que no estuviera expresamente revelado en la letra de la Escritura. Después, influenciados por las concepciones helenísticas, acabaron por asumir la filosofía de Aristóteles, descartando toda doctrina que no pudiera ser demostrada racionalmente.

Origen y desarrollo del partido de los saduceos.

Sobre este punto, se sigue la reconstrucción de Schürer: La casa sacerdotal de Sadoc estaba a la cabeza del judaísmo en los siglos IV y III a.C., bajo la dominación persa y griega. Esta aristocracia sacerdotal se apoyó más en los manejos políticos que en sus funciones religiosas, posiblemente cediendo a las condiciones históricas. En la época de Esdras y de Nehemías, la familia del sumo sacerdote se inclinaba hacia el mundo pagano. En la época de Antíoco Epifanes (175-163 a.C.), numerosos sacerdotes se arrojaron en brazos del helenismo (2 Mac. 4:14-16); los sumos sacerdotes Jasón, Menelao y Alcimo se mostraron partidarios de la cultura griega. Bajo los Macabeos, el pueblo se declaró resueltamente partidario de la religión de Israel y en contra de los usos y costumbres del paganismo. Cuando los Macabeos accedieron al sumo sacerdocio, los partidarios de la casa de Sadoc se dividieron en dos bandos. Los puristas se encerraron en sí mismos (véase QUMRÁN [MANUSCRITOS DE], VI, Bosquejo histórico del qumranismo), mientras que los seguidores de las tendencias helenizantes de los sadoquitas tardíos se daban a la política y descuidaban más y más las costumbres y las tradiciones de los antiguos, a fin de cultivar la cultura griega. Juan Hircano, Aristóbulo y Alejandro Janneo (135-78 a.C.) favorecieron a los saduceos. Bajo el dominio de los romanos y de Herodes, la política dependía en gran parte de los saduceos; los sumos sacerdotes de este periodo pertenecían a este partido (Hch. 5:17; Ant. 20:9, 1).

Tanto saduceos como fariseos acudieron a Juan el Bautista en el desierto. El profeta los llamó «generación de víboras» (Mt. 3:7). Se unieron para demandar una señal del cielo a Jesús (Mt. 16:1-4). El Señor puso en guardia a Sus discípulos contra uno y otro partido (Mt. 16:6-12). Los saduceos intentaron ponerlo en una posición apurada con una pregunta insidiosa acerca de la resurrección, pero Él refutó sus argumentos, y no supieron qué responderle (Mt. 22:23-33). Se unieron a los sacerdotes y al jefe de la guardia del Templo para perseguir a Pedro y a Juan (Hch. 4:1-22). El apóstol Pablo compareció ante el sanedrín, constituido por saduceos y fariseos, y usó las diferencias entre ellos acerca de la resurrección para salvar su vida (Hch. 23:6-10).

Bibliografía:

Edersheim, A.: «Sketches of Jewish, Social Life in the Days of Christ» (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, reimpr. 1984);

Edersheim, A.: «The Life and Times of Jesus the Messiah» (Wm. Eerdmans, reimpr. 1981);

Schürer, E.: «History of the Jewish People» (1886-1890);

Whiston, W.: «The Complete Works of Flavius Josephus» (Kregel Pub., Grand Rapids, reimpr. 1978).


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