El autor de esta epístola no se presenta como apóstol, sino que se denomina simplemente como Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo (Stg. 1:1). Se supone que se trata de Jacobo, el hermano del Señor, lo que queda corroborado con las peculiaridades de esta epístola.

  • (a) Fecha.

Los siguientes hechos dan testimonio de su antigüedad:

El plan de reunión de los cristianos lleva aún el nombre de sinagoga (Stg. 2:2, texto gr. y V.M.);

los cristianos no son tajantemente distinguidos de los judíos (Stg. 1:1);

los pecados atacados y los errores corregidos evocan una comunidad judía;

no se hace alusión alguna a la conferencia de Hch. 15 ni a la caída de Jerusalén;

no se ve ninguna traza de las controversias que, ya a partir del año 60 d.C., ocuparon la atención de la Iglesia.

Así, es lógico situar esta epístola hacia el año 45 d.C., y considerarla como el escrito más antiguo del NT.

  • (b) Destinatarios.

Esta epístola es dirigida a las doce tribus que están en la dispersión (gr.: «Diáspora», Stg. 1:1), lo que no significa ni el conjunto de la dispersión judía ni el conjunto de la iglesia cristiana vista como un «Israel espiritual», sino que se refiere a los cristianos (Stg. 2:1, 5, 7; 5:7) que constituían el residuo creyente en el Señor entre los judíos de la «Dispersión» fuera de la tierra de Israel (cfr. Jn. 7:35; 2 Mac. 1:27; véase RESTO [DE ISRAEL]).

  • (c) Contenido.

Esta epístola se propone corregir de sus pecados y errores a los cristianos procedentes del judaísmo y alentarlos a soportar valientemente las duras pruebas que les amenazaban. Inmediatamente después de la mención de los destinatarios y del saludo, Santiago consuela a sus lectores expuestos a la adversidad; los exhorta a mantenerse con firmeza, y les muestra de dónde proviene la tentación a apostatar (Stg. 1:2-21). A continuación Santiago pone en guardia a los cristianos contra la superficialidad, que se contenta con palabras; explica a los hermanos en qué consiste la auténtica fe (Stg. 1:22-27), y qué frutos dará con respecto a la acepción de personas, pecado muy extendido (Stg. 2:1-13). Expone cómo se manifiesta la verdadera fe, que está muerta en sí misma sin el fruto de las obras (Stg. 2:14-26). Reprende la presunción de los que, careciendo de cualidades para ello, asumen un ministerio de enseñanza religiosa, y desvela las raíces de los celos (Stg. 3). Reprende a los envidiosos y a otros con un espíritu mezquino (Stg. 4:1-12) y arroja un baldón sobre la confianza puesta en el dinero (Stg. 4:13-5:6). La epístola acaba con exhortaciones a la paciencia en las pruebas (Stg. 5:7-12), y a la oración, recurso suficiente en toda circunstancia triste (Stg. 5:13-18). Finalmente, el autor expresa el gozo del cristiano que lleva a la fe al pecador extraviado (Stg. 5:19-20).

Esta epístola, cuyo lenguaje y redacción son destacables, está escrita en un excelente griego. Su estilo exaltado, pintoresco, se asemeja al de los profetas hebreos. Esta epístola contiene más imágenes sacadas de la naturaleza que todas las epístolas de Pablo (p. ej., Stg. 1:6, 23-24; 3:3-4, 10-12; 4:14; 5:7); estas comparaciones recuerdan los discursos del Señor en los Evangelios sinópticos. Hay numerosos pasajes de la epístola que son análogos a pasajes evangélicos. Abunda el paralelismo (desarrollo del pensamiento en frases paralelas que van emparejadas). El tono y objeto didáctico de esta obra permiten situarla muy tempranamente, y es patente que sus destinatarios acababan de abrazar el cristianismo procedentes de un origen judaico. El pasaje acerca de la fe y las obras (Stg. 2:14-25) ha sido frecuentemente mal interpretado. Se ha querido ver en él una polémica contra la doctrina enseñada por Pablo de la justificación por la fe, o al menos un correctivo a conclusiones abusivas que algunos sacaban de las enseñanzas de Pablo. Sin embargo, este pasaje es, en realidad, la refutación de una idea muy extendida en el seno del judaísmo de aquella época, que pretendía que la mera adhesión intelectual a las enseñanzas divinas era suficiente para la salvación. Santiago proclama que el testimonio externo (cfr. Stg. 2:14, «si uno dice que tiene fe») debe ir justificado por una vida correspondiente; una profesión de fe sin unas obras que sean fruto de esta fe está carente de fundamento. De ahí la conclusión de Santiago: «la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma» (Stg. 2:17); en otras palabras, la pretensión de tener fe sin unos frutos en la vida que lo pongan en evidencia es una pretensión totalmente vacía. Con esto concuerda Pablo, que afirma enérgicamente que la salvación es por la fe, sin méritos de obras; pero que igual de enérgicamente afirma que el caminar del creyente evidenciará de una manera externa su fe salvadora y transformadora por medio de unos frutos acordes a la salvación recibida (cfr. Ef. 2:8-10; Gá. 5:6; Tit. 2:14; 3:1, 5, 8, 14, etc.). Santiago, así, no afirma que las obras sean necesarias para la salvación, como algunos han concluido, atribuyendo a Santiago una postura opuesta a la de Pablo. Lo que sí afirma es que la fe que salva llega a su plena madurez, a su plenitud, con aquellos frutos que la adornan y que hacen patente su existencia ante el mundo exterior (cfr. Stg. 2:22, etc.). Pero sigue siendo importante mantener la distinción entre el fruto externo de las obras, que perfeccionan la fe, o le dan su plenitud, y la fuente de las buenas obras, que es la nueva naturaleza del creyente ya salvado. Esto es, las buenas obras son el resultado necesario de la salvación, no su medio, y justifican al creyente dando testimonio de su fe al mundo, adornando su testimonio y dando plenitud a su fe (cfr. Tit. 3:4-8; véase JUSTIFICACIÓN).

Esta epístola refleja el ambiente palestino: su autor, alimentado con las enseñanzas evangélicas y con las palabras del Señor Jesús, nos ha dado un documento de origen netamente cristiano, en el que son evidentes las analogías literarias. Son muy interesantes las siguientes comparaciones: Stg. 1:2 con Mt. 5:10-12; Stg. 1:4; Mt. 5:48; Stg. 1:5, 17; Mt. 7:7-11; Stg. 1:22; Mt. 7:21-27; Stg. 2:10; Mt. 5:19; Stg. 3:18; Mt. 5:9; Stg. 4:4; Mt. 6:24; Stg. 4:12; Mt. 7:1 y 10:28; Stg. 5:1 ss.; Mt. 6:19 y Lc. 6:24; Stg. 5:10; Mt. 5:12; Stg. 5:12; Mt. 5:34-37; Stg. 1:6; Mr. 11:23 ss.; cfr. Stg. 1:9 ss.; 2:5 ss.; 4:4 ss.; 1:3 ss.; 5:1 ss. con Lc. 1:46 ss.; 6:20 ss., 24; 12:16 ss.; 16:19 ss.

Se hacen patentes la fuerte personalidad y las firmes convicciones del autor por su menosprecio de una profesión de fe no seguida de una vida honesta (Stg. 1:22-23); sus opiniones precisas sobre los peligros del mal uso de la lengua (Stg. 1:26; 3:2-12); su desconfianza hacia los ricos egoístas (Stg. 1:10-11; 2:2, 6; 5:1-6); su profunda simpatía para con los pobres (Stg. 2:5-6, 15-16; 5:4); su determinación a sufrir gozosamente por Cristo (Stg. 1:2; 5:10-11); su fe en la oración (Stg. 5:16) y su esperanza en la venida del Señor (Stg. 5:7-8).

  • (d) Hay algunas declaraciones de Santiago que merecen ser destacadas: 

«El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos» (Stg. 1:8); 

«la ira del hombre no obra la justicia de Dios» (Stg. 1:20);

«la amistad con el mundo es enemistad contra Dios» (Stg. 4:4);

«resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Stg. 4:7);

«La oración eficaz del justo puede mucho» (Stg. 5:16).

Se tienen pruebas de que la Epístola de Santiago fue usada muy tempranamente por la Iglesia primitiva. Clemente de Roma cita frases suyas a fines del siglo I, y otros autores del siglo II hacen lo mismo. A principios del siglo III Orígenes la nombra de una manera explícita. Durante un cierto tiempo, los Padres latinos no parecen haberla usado; escrita para cristianos de origen judío, parece no haber calado mucho en los cristianos procedentes del paganismo. No figura en el fragmento (incompleto) de Muratori, pero Hermas la usa, y figura en la Vetus Siríaca. Un fragmento del libro de Santiago, correspondiente a Stg. 1:23, se halló en la Cueva 7 de Qumrán (7Q). Ello es de gran importancia, porque indica una fecha forzosamente anterior al año 70 a.C. (Véase QUMRÁN, V, Cueva 7 [7Q].) Este fragmento tiene la denominación 7Q8. (Véase también CANON.)

Bibliografía:

Darby, J. N.: «James», en Synopsis of the Books of ¡he Bible (Bibles and Publications, Montreal, 1970);

Darby, J. N.: «Brief Exposition of the Epistle of James», en The Collected Writings of J. N. Darby, vol. 28, PP. 108-151 (Stow Hill Bible and Tract Depot, Kingston-on-Thames, 1967);

Darby, J. N. y Kelly, W.: «The Epistle of James», en The Bible Treasury, ene. 1896/dic. 1899 (H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda reimpr., 1969)

Kelly, W.: «Lectures Introductory ¡n the Study of the Acts the Catholic Epistles and the Revelation» (Bible Truth Publishers, Oak Park, Illinois, reimpr. 1970)

O'Callaghan, J.: «Los papiros de la Cueva 7 de Qumrán (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1974)

Wessel, W. W.: «Santiago» en Comentario Bíblico Moody - Nuevo Testamento (Ed. Moody, Chicago, 1965).


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